LÍnea De Vida

CAPÍTULO II


 
Mi madre dice que siempre tuve dotes de heroína, en ese instante simplemente salieron a flote. No recuerdo en qué momento me interpuse entre esa montaña de madera y la niña, porque de algo estaba segura, si aquel mueble le caía  la habría matado al instante.  
 
Lo único que recuerdo es poner mi cuerpo flexionado en forma de u invertida, de tal manera que mi espalda detuviera aquel pesado mueble. Un sonido agudo y seco fue generado por mi espalda.  
 
Los gritos de mi madre y de todos aquellos que la acompañaban fue lo último que recuerdo. Fue tanto el dolor que perdí la conciencia al instante.  
 
Desperté tiempo después en la cama de aquel lugar que no me permitía estar tanto tiempo alejada… El hospital. Al abrir mis ojos pude ver a mi madre llorar, también quería hacerlo porque el dolor tan intenso que sentía en mi espalda me incitaba a eliminar de alguna manera mi sufrimiento.  
 
Por ella no lo hice. Sabía que eso le traería más tristeza, mirarla llorar sin tapujos fue duro para mí. 

Al levantar la vista corrió así mí, me dio un beso en la frente, limitándose solo a esa muestra de afecto para no dañarme. No me regaño ni nada, solo me pregunto si sentía algún dolor, a lo que respondí que no, ¡claro!, debía mentir, no me gustaba dañar a las personas y de haberle contado mis dolores ella podría romperse, así que decidí callar. El único detalle es que no sabía por cuánto tiempo podía sostener mi mentira.  
 
Ella me explicó que toda la noche tuve la espalda al descubierto, habían operado mi columna toda la madrugada para poder salvarme, aquellos esfuerzos no eran suficientes, el riesgo de quedar invalida era latente. 

Afortunadamente esa información la obtendrían mucho tiempo después, no en ese momento, pero con la ayuda de Dios existían grandes esperanzas de que mi columna resistiera y para mí suerte así fue.  
 
Eso no importaba tanto, la heroína que vivía en mi quería saber que había pasado con la niña. Cuando al fin me informaron una alegría inexplicable me invadió y supe que esos dolores solo eran un pequeño pago por nuestro peligroso juego. Estaba dispuesta a sufrir todo aquello solo por saber que estaba vivía. Estoy cien por ciento segura que volvería a hacer mi acto heroico si la situación lo ameritara. 
 
Tarde mucho tiempo en el hospital, Lucí fue una de las personas que más me visitó, la niña y toda su familia también. Fue gratificante que entre lágrimas su madre me agradeciera. Ese fue mi mejor pago, aquel agradecimiento eterno.  
 
Cuando todos se iban y me quedaba sola era cuando la pesadilla daba inicio y los dolores se hacían más fuertes. Tanto que llegó un momento en el que ya no pude seguir mi farsa y tuve que enterar a mis padres de mi tortura.  
 
Los doctores me sedaban para que no sufriera. Inconsciente era la única manera en que los dolores se iban y volvía a ser la misma chica de antes. Qué ironía en verdad.  
 
Cuando me tocó ser dada de alta mi herida dolía menos, eso sí, no podía caminar y por un tiempo use silla de ruedas. Recuerdo que cuando mi madre me creía dormida le pedía a Dios por mi salud, mi pobre madre y sus peticiones que siempre fueron escuchadas.  
 
Tiempo después, con muchas horas de terapia y el dolor que ello conlleva, lentamente, mis piernas me permitieron ser libre, de nuevo, pude caminar. Ese día fui feliz, dejar a un lado la silla de ruedas fue lo mejor que me pudo pasar en la vida, sólo lamento no haber conservado aquellas personas que lucharon a mi lado en aquellos momentos.  
 
Los infernales dolores tardaron en irse mucho más tiempo del planeado, hacían acto de presencia solo con lluvia, porque todas aquellas piezas metálicas que ahora eran parte de mí se sensibilizaban con las tormentas. Me retorcía de dolor. Muchas noches me tenían que llevar para que me sedaran de nuevo porque era muy difícil para mí resistir.  
 
Como en aquellos años no existan los avances de ahora, me tocó pasar esos malos momentos más tiempo del deseado.  
 
Más tarde a mis catorce años la tecnología cambio, ofreciendome la posibilidad de minorar esos dolores por el resto de mi vida. Me tendría que someter a una nueva operación, la cicatriz que nacía desde mi cuello hasta mi coxis sería abierta de nuevo. Esta vez con la intención de sacar esos fierros y poner nuevos, unos menos sensibles. Ahí mi sufrimiento llegaría a su fin. Por ello mis padres aceptaron aquel procedimiento sin lugar a dudas.
 
Yo estaba dispuesta a todo. La cirugía fue planeada para una fecha que no recuerdo con claridad y en verdad no es importante, lo importante fue lo que vino después.  
 
Faltaban unos meses para mi operación, mis nervios no existían porque la fecha estaba lejos.  
 
Los tiempos de lluvia se acercaban y mi familia y yo ya sabíamos la rutina. Cremas en mi espalda para desinflamar, visitas al médico, medicamentos caros, sedantes, etc. Mis pobres hermanos que ya habían nacido (dos para ser exacta) ya sabían que tenían que quedarse con mi padre en casa, solos, porque ella estaba luchando a mi lado.  
 
Todos ya sabíamos lo que nos esperaba, pero una noche una mágica e increíble noche difícil de creer tuve un sueño, uno que cambiaría mi sufrimiento. Por lo menos de columna.  
 
Recuerdo ese sueño como si en verdad lo hubiera vivido. Fue simple, soñé que una señora morena llegaba a decirme que me tallaría para que ya no sufriera más. Me dijo que había sido una buena chica y no merecía seguir sufriendo. Ella me pidió permiso para darme su ayuda, en aquel momento nada tenía que perder, así que le di mi total autorización. En ese sueño no había nadie más, solo ella, mi dolor y yo.  
 
Pasó sus manos por toda mi espalda de eso estoy segura, también pude mirar un poco el movimiento de sus labios como si formara palabras, como si ella orará.  
 
Estuvo un largo rato en su ritual. Cuando termino me dijo que ya estaba hecho, que nunca más sentiría dolor por ello. En mi sueño sinceramente no sentí mejora,  solo le agradecí por el tiempo que se había tomado en venir a casa e intentar ayudar.  
 
Recuerdo que al día siguiente no le conté nada a mi madre, ya que todo fue producto de mi mente en mi afán de querer olvidar esos dolores.  
 
Tiempo después, sucedió la magia, los días de lluvia llegaron, pero mis dolores no volvieron a hacerse presentes. Mis padres y los doctores se extrañaron porque todo seguía normal, ellos no se explicaban que impedía mi sufrimiento, obviamente la operación se pospuso.  
 
Tiempo después no requerí de ella. Todo gracias a aquella señora que ahora ya no sé si fue un sueño o parte de mi realidad. 



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En el texto hay: amor, dolor, fuerza

Editado: 27.11.2019

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