Líneas de color azul

Capitulo Uno: Tropiezos

Cuando baje del autobús, mi emoción ya estaba a flote, ¡por fin había llegado a la capital! Como no quería arriesgarme a perderme o a que me robaran, tomé un taxi saliendo de la central. Recuerdo los años anteriores en los que venía con frecuencia a la Ciudad de México, cuando aún vivía mi tío Héctor. Él vivía en un edificio vecino de donde se encuentra mi departamento, por lo tanto sé que autobuses tomar para llegar a diferentes lugares de la ciudad. 

Me maravilló cuando el taxi pasa frente al icónico edificio de Bellas Artes, es como la primera vez que lo vi. Aunque intento ocultar mi acento el taxista se da cuenta de que soy foránea. 

—¿Cuánto va a ser? 

—Doscientos pesos. —El alma se me fue al escuchar tal cantidad de dinero, había recorrido menos de cinco kilómetros de la central hasta mi nuevo departamento. Hace un año la tarifa no subía a cien pesos, y con lo temprano que es el tráfico de la ciudad es bajo. 

—¿¡Qué!? Déjeme ver el taxímetro. —Yo sé que de tonta no tengo ni un pelo—. Es usted un mentiroso, ahí dice que son noventa pesos con sesenta centavos. 

¿Qué pensaron, qué le iba a dar tal cantidad de dinero? No. Lo de “calladita te ves mas bonita" me lo paso por los ovarios. Obvio me iba a quejar y terminé peleando con el chófer. 

—Mire, rancherita, si no me paga lo que le pedí, bien. Pero sin dinero no hay maletas, así de simple.  

—¿Ah? Pues así de simple me lo voy a agarrar de las pocas greñas que tiene, ¡ladrón! —Hubo de todo, rayadas de madre (como diría papá), empujones, gritos, hasta que un alma piadosa decidió ayudarme a bajar mis maletas. 

—Hola señor, ¿en qué puedo ayudarle? —Tomó la palabra un hombre joven, es trigueño y de cabello oscuro lacio. Es verdaderamente atractivo, no es muy alto pero su sonrisa es lo que me deja encantada. ¡Que bellos hoyuelos! 

—Pues ésta muchachita no quiere pagar lo del taxímetro. —Lo altanero se le nota hasta en su manera de hablar. 

—¡Claro qué no! ¡Usted me está cobrando de más! No le daré doscientos pesos por un viaje de diez minutos. 

—Descuida, yo le pagó al señor. —Él taxista abrió los ojos con emoción y puso la palma en bienvenida al dinero que ese joven iba a darle—. Primero entregué las maletas a la muchacha. —Negocio él, sabe como persuadir al hombre y terminó ganando. Le dio el dinero al ladrón y ese se esfumó como el aire. 

—Antes que nada, gracias por ayudarme a quitarme ese viejo de encima, pero… ¡¿por qué le diste tal cantidad de dinero?! Ese idiota no merece el dinero que le has dado. 

—De nada, me gusta ayudar. Respecto a tu pregunta, solo dos billetes que le di son verdaderos, el billete de cien es falso. Vámonos antes de que se de cuenta. —Tiramos una risada por el excelente plan que hizo el desconocido, puede que lo de el billete falso sea un poquitín ilegal, pero no me importa, ese señor quería robarme mis maletas—. ¿Cómo te llamas? 

—Me llamo Elena, ¿y tú? 

—Soy Víctor, a sus órdenes jovencita. 

—¿Vives por aquí? —Me intrigaba su acento, parecía ser de Chihuahua, una vez había viajado ahí con mi familia. 

—Eh, no. Mi madre vive en aquel edificio y venía a visitarla. —Que ternura, yo hubiera pensado que venía de visitar a su novia.  

—Oh, que tierno. ¡Mierda!, olvide llamar a Julia.  

—¿Quién es Julia?  

—Es mi mamá. —Llamé a Julia inmediatamente y le conté que ya había llegado hace un rato a la calle donde estaba mi nuevo hogar. Coincidencia o destino, el edificio donde vive la madre de Martín es el mismo donde voy a vivir. Nos despedimos cuando el llego al piso ocho, yo todavía subí en el elevador hasta el décimo quinto piso. Cuando estuve frente a mi puerta recordé lo más importante, mis llaves. Tomé mi bolso y revisé, al encontrarlas no dude en meter la llave a la cerradura, al dar la vuelta para abrir se quedó trabada. —Maldita puerta del demonio, ábrete de una buena vez— hablé cabreada. Una anciana se acerco a ver mi hazaña al intentar destrabar el cerrojo. 

—¿Buscas a alguien, cielo? —La abuelita pregunto amable. 

—No, es que esta puerta tonta no quiere cooperar y abrirse. 

—Yo te puedo ayudar. Mira, lo que pasa es que los cerrojos tienen su maña. Le das vuelta así y… ¡listo! —Cantó en victoria doña Teresa (ella me dijo su nombre para “cuando la necesité”).  Le agradecí diciéndole que cuando fuera de compras al supermercado le invitaría un café. Ella muy alegre me aceptó la propuesta para después dejarme sola. Entrando al departamento me llegó el olor a limpio, la persona que me lo está rentando me prometió que yo no tendría nada de molestias al llegar. Los muebles que venían con la renta sólo son lo esencial para una persona. 

Hay una cocina con su estufa, microondas, licuadora, y sus sillas junto a la barra. También hay un pequeño sillón y en mi habitación hay una cama individual con su tarima. Era poco, pero no iba a quejarme, y si me va bien, pronto tendré un trabajo para pagarme algunos muebles más. Al lado de la cama reposa una repisa de madera, decidí usarlo como armario, desempaco mis maletas sobre el colchón. 

Después de un día dentro de un autobús me encontraba sucia y pegajosa. Rogué porque el agua no estuviera helada, el baño es hermoso que casi caigo de espaldas al verlo. Tiene un estilo minimalista, ¡hasta tiene bañera! Nunca había tenido una. Entre mis cosas busco mis objetos de aseo personal. Limpio mi cabello con un masaje en el cuero cabelludo. Cené una sopa de vegetales que Julia me enseño a preparar. 

Al día siguiente empezaría a buscar trabajo, ya antes habría hecho lo mismo, pero en mi pueblo. Esperaba que la suerte estuviera de mi lado y no tuviera que esperar tanto tiempo para encontrar un buen trabajo. 

 



Despierto unos minutos antes de las seis de la mañana, me doy una ducha rápido y uso la ropa más formal que tengo. Me alisto y tomo mi bolso, meto cuidadosamente mi carpeta con mi currículum que hice el día anterior, mi teléfono y mis llaves. Antes trabaje como secretaria y asistente en diferentes microempresas de vinos, mi pueblo (Parras) se caracteriza por ser una región dedicada a la producción de vinos.  

Camino unas calles para esperar la ruta que me llevará al centro de la ciudad. Mi suerte brilla cuando el autobús pasa en menos de diez minutos, pero esta algo lleno y me toca ir parada. Bajó y comienzo a buscar edificios con vacantes para secretaria, dejó mi currículum en tres sitios diferentes con la esperanza de que me llamen para una entrevista. La mañana pasa rápido, mi estómago ruge, pues no tuve tiempo de desayunar.  

Busco alguna cafetería para comprarme algo dulce que me de energía, encuentro una cafetería estilo hípster, en mi mente me encuentro tan distraída que choco con alguien, tirando su pastelillo al suelo. 

—¡Lo siento tanto, no sé donde dejé mi cabeza! 

—Esta bien solo fue un accidente. —Esa voz yo la conozco, el sujeto alza su mirada y reconozco su rostro—. ¿Elena? 

—¿Martín..? 




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