Lluvia de Fuego: La Era del Fuego 1

Capítulo 9: En las Montañas

Jack estuvo pensando mucho durante los siguientes días. Era una lástima que la estancia en Arquedeus no pudiera extenderse a más de 24 horas. Eran demasiado estrictos con sus normas, eso de temerle a la convivencia extranjera era real, después de todo. Ahora se encontraban de nuevo en Alabis y, aunque Jack había conocido aquel sueño de poder instruirse con los sabios arqueanos, en este momento no se sentía capaz. Lo mejor era prepararse de la mejor manera posible para, quizás, algún día intentarlo. ¿Y qué mejor manera que concluir con su investigación sobre mutaciones?

La playa privada era muy bella. La casa en la que se alojaban era de aspecto rústico, bastante amplia a pesar de ser de un nivel. Estaba adornada de pequeñas palmeras, parecía una cabaña en alguna isla paradisíaca.

Jack y Lina estaban fascinados, pero el nuevo periodo escolar estaba próximo a comenzar. Estaba ansioso por volver a su laboratorio y continuar con los experimentos, sin embargo, la situación en Nivek no parecía mejorar. Al contrario, el número de personas que dejaban la ciudad por temor, iba en aumento.

—Yo creo que te estás preocupando demás, ¿no decías que Niel se podría encargar de la investigación? —comentaba su esposa, mientras pisaba la orilla del mar con los pies descalzos.

Lina estaba entrando en su tercer y último trimestre de gestación, llevando, orgullosa, un voluminoso vientre.

—Eso dije, pero no puedo dejar de pensar en ello —respondió Jack.

—Deberías relajarte, ocupa tu mente en otra cosa —animó la mujer, sonriente, mirando al cielo—. Podrías empezar disfrutando del lugar en el que estás. Vamos, imagina que las leyendas que Ahkzar nos contó fuesen reales. ¿Qué piensas?

Jack sonrió ante las palabras de su esposa.

—Sí, bueno. Cuando era pequeño recuerdo haber visto un platillo volador, ha sido lo único que he dudado toda mi vida. ¿Hay extraterrestres entre nosotros? Porque estoy casi seguro de que existen —dijo Jack, recordando aquellos momentos de niño, fantaseando con naves espaciales e invasiones extraterrestres.

—¿Crees que ese dios que mencionó Ahkzar, era extraterrestre? —cuestionó Lina—. Tiene sentido si lo sustituimos. Ahora que lo pienso incluso encajaría la historia de la desaparición de los magos, quizá al final los abdujeron para experimentar con ellos.

Un escalofrío recorrió a la chica. Jack se echó a reír mientras tomaba un poco de arena, la humedecía con agua de mar, y la arrojaba a los pies de Lina.

—El viejo dijo que habían visto potencial ¿no?, quizás los extraterrestres buscaban entre los distintos mundos alguna especie inteligente, encontraron a los hombres primitivos y los usaron para sus propósitos. —Jack seguía el juego, pero realmente no pensaba que eso fuera posible—. Luego tal vez no fueron lo demasiado útiles para ellos y los desecharon... ¿Qué?

Lina lo miraba con una sonrisa traviesa. Se preparaba para arrojarle otra bola de arena, mucho más grande que la de él.

—¿Lo ves? Sí puedes pensar en otra cosa. ¡Tan sólo debes... —decía Lina, arrojando la arena como distracción para poder alcanzarlo, comenzar a picarlo en sus costillas y terminar su frase—... proponértelo!

—¡Jajaja no, para! —decía él, retorciéndose—. ¿Crees que las anomalías en mis lagartijas y la iguana fueron obra de extraterrestres? —dijo Jack, cargando a la chica para alejarla de sus costados, girándola, levantándola en el aire.

—Puede ser —dijo Lina, riendo, al pisar tierra firme—. Tu iguana cambia, ¿no? Se hace lista, como los hombres primitivos. Quizás tus lagartijas también lo hacían, pero al ser más pequeñas no lo resistieron.

Luego de la última frase, Jack se quedó estático, mirando al horizonte.

—¿Qué has dicho? —dijo sorprendido.

—¿Qué no resistieron por ser más pequeñas?

—No, eso de la iguana y los hombres primitivos…

—¡Oh! Sí, en cierto modo, ¿no lo ves? ¿Qué otro caso de inteligencia repentina existe en nuestro planeta? Los arqueanos y tu iguana, o por lo menos son los hechos documentados. Ya sabes... ver para creer y eso.

Jack miraba a Lina, boquiabierto, pero ella parecía no haberse dado cuenta de lo que acababa de hacer.

—¡Sorprendente! ¡Lina, mi cielo, te amo! —dijo Jack, levantando y besando bruscamente a su mujer.




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