La habitación está a una buena temperatura, casi me hace olvidar que es invierno. Estoy tumbada en la cama mirando a la gran lámpara de araña. Los delicados arreglos corroboran mi idea, que no es para nada barata.
Suspiro profundamente y miro al reloj de pared. Ya casi es la hora. Me levanto y voy hacia el ordenador portátil que, amigablemente, me han dejado aquí. Parpadea unas cuantas veces y al fin se enciende.
Siento la tentación de entrar en Google, porque, al fin y al cabo ¿Se esperaría la policía que accediera a internet? Y de ser así... ¿Sabrían que soy yo? Miles de preguntas se me pasan por la cabeza, pero llego a la conclusión de que no es lo más sensato. Tengo que hacer la entrevista y largarme de aquí cuanto antes. Vuelvo a mirar al reloj. Es la hora.
Salgo de la habitación y cierro la puerta despacio. Me dirijo hacia el tercer pasillo intentando disipar mi nerviosismo y preocupación. ¿Sería capaz de hacerme algo?
Aprieto el interruptor y se encienden las luces como si fuera las fichas de un dominó, una detrás de otra. Observo detenidamente cada uno de los cuadros, cada rincón y cada adorno. Sigo creyendo que todo esto es demasiado caro. Aparto la vista por si se desgasta y me toca pagarlo.
—Te estaba esperando —aquel tono de voz ya tan conocido en mi cabeza resuena por el pasillo. Al otro lado, Cuervo mete las manos en los bolsillos del pantalón. Parece que se desvela mucho por las noches porque no veo el pijama por ninguna parte, en su lugar, un pantalón casual y una camisa.
—Ven —me hace una señal a la par que las palabras salen de su boca.
Me apresuro a cruzar el enorme pasillo que nos separa intentando no parecer desesperada. La verdad es que sí tengo mucha curiosidad sobre lo que vaya a enseñarme, lo malo es que no se si es del todo seguro, pero, Cuervo no ha hecho más que cuidarme desde que estoy aquí así que ya es hora de confiar en él.
Llego a su lado y respiro hondo varias veces para recobrar el aire que me he dejado en el sprint final. Parece que hubiera corrido los 100 metros lisos, pero, a decir verdad, es culpa de mis nervios.
En silencio y casi en completa oscuridad, de no ser por los rayos de la luna llena que se filtran por las grandes ventanas, sigo a Cuervo expectante y alerta ante cualquier amenaza. Quizás haber tenido un novio policía me ha servido de algo, aunque a juzgar por mi situación, creo que me dejo llevar demasiado por la curiosidad.
Tras varias esquinas pasadas al fin se detiene ante una puerta igual a las demás. La abre despacio intentando hacer el menor ruido posible. La sala está iluminada por los rayos de la luna. Ante ellos, se encuentra una mujer tapada completamente solo dejando ver su rostro. En el suelo tiene extendido lo que parece ser una alfombra de oración.
—¿Qué hace ella aquí? —pregunto confundida—. Se supone que no pueden moverse de...
—Se llama Adila —me mira— , y eso es lo que tú tienes metido en tu cabeza— susurra. Deja de mirarme y clava sus ojos en la mujer musulmana. —La oración Tahajjud puede rezarse en cualquier momento de la noche, es mejor realizarla después de la medianoche, sobre todo durante el último tercio —explica el ave.
—Pero es muy tarde y podría estar descansando. ¿Por qué ahora? —pregunto curiosa sin dejar de observarla.
—Creen que Alá desciende hasta el cielo más bajo durante el último tercio de la noche, preguntando: "¿Quién me está pidiendo, para poder darle? ¿Quién me está llamando, para responderle? ¿Quién está buscando mi perdón, para poder perdonarlo? —cambia el tono de voz—. Se reza repitiendo múltiples rakats o ciclos del Salat, el ritual que los musulmanes usan para su oración diaria obligatoria.
La mujer se pone de pie y recita algo en árabe.
—Son versos del Corán —me aclara Cuervo ante mi expresión de confusión.
La mujer continúa su rezo inclinándose hacia abajo con las manos sobre las rodillas, luego postrándose en el suelo con la frente, la nariz y las palmas de la mano en el suelo y los codos elevados, sentándose sobre las rodillas con los pies doblados por debajo. Finalmente vuelve a ponerse de pie.
—Allahu Akbar —susurran Cuervo y Adila al unísono.
—¿Por qué me has traído aquí? —pregunto una vez que ha cerrado la puerta.
—Para que veas que no todo aquí es como crees, yo no estoy autorizado a decirte más sobre el tema, ya sabes quién si lo está, pero quizás Adila pueda ayudarte, está dispuesta a que la entrevistes también. Mañana búscala y hazlo.
Mi rostro de confusión vuelve a hacer acto de presencia.
—No espero que me comprendas —sonríe—, vuelve a tu habitación y descansa. Mañana tendrás un día ajetreado.
Sin decir nada más, se marcha. ¿Cómo espera que vuelva a mi habitación desde aquí? Ni siquiera sé dónde estoy. Respiro hondo y comienzo a caminar, no sin antes encender las luces de cada pasillo que cruzo. Resulta un poco siniestro tener tantos cuadros extraños y rostros mirándote en la oscuridad.
Por fin, después de tanto sufrimiento llego a mi destino. No ha sido tan complicado, pero he tardado diez minutos cuando seguramente son tres. La luna ilumina la habitación, pero a pesar de eso, me cuesta acostumbrarme a la oscuridad.
Pulso el interruptor, pero no se enciende la luz. Genial. Aguzo la vista para intentar visualizar el pijama que dejé listo, pero es inútil. Me desvisto tranquilamente y camino hacia la cama, pero un sonido ha roto y un dolor en la rodilla me detienen. Me quejo de dolor y digo burradas a los cuatro vientos. ¿En qué momento se ha fundido la luz?
En ese instante, la luz se enciende y puedo ver el destrozo que he hecho. Una estatua de un pájaro rota por la mitad.
—Joder.
—¿Qué haces aquí? —una voz masculina llama mi atención. No es quien creo que es...
Levanto la vista y lo miro. Halcón me observa sorprendido desde la cama. Cuando parece que ya nada puede ir peor, caigo en la cuenta de que estoy en ropa interior. Suelto un chillido y me tiro al suelo esperando que la cama tape mi cuerpo semidesnudo. Halcón suelta una carcajada.