Lo que los ojos no ven

Capítulo 9.

CAPÍTULO 9

“SOFÍA”

Algo en mi interior se sintió inquieto toda la noche. Un sentimiento de angustia inexplicable que me impidió conciliar el sueño completamente. Me preocupó un poco, por lo que me tomé una pastilla consultándole a mamá, mi gran doctora casera que casi siempre me recetaba paracetamol. Lo increíble es que todas las veces hacía efecto, aunque sean distintas las razones por las que me las tomaba.

Alex había venido a recoger a Max un poco más temprano de lo habitual, pese a que ya le había dicho que no era necesario venir todos los días, pero como siempre, solo hacía caso omiso. Tan testarudo como siempre. Alex era Alex, y yo no podía hacer lo contrario a lo que él quisiera porque siempre hace lo que hace por mi bienestar. Era mi Ángel de la guarda en carne y hueso, y lo amaba tanto como a mis padres. Le daba las gracias a la vida por ponerlo en mi vida y hacer de ella una más increíble.

-Algo en mi interior me dice que le gustas a Alex. –Comentó mamá sonriente dándome suaves cosquillas en la panza mientras pasaba junto a mí. Me encontraba en la mesa de la cocina con una taza con café en las manos mientras ella hacía el desayuno. Siempre he amado el olor del café en las mañanas.

-Claro que no. –Le respondí con el ceño fruncido–. Son alucinaciones tuyas. Alex es como mi hermano.

Mamá jamás se enteró que, en algún punto de nuestra etapa escolar, Alex y yo fuimos enamorados. Siempre fue muy atento conmigo y me encantaba la forma en que me trataba. Parecía que no importaba nadie más que yo. Obviamente yo le devolvía todo lo bueno que era conmigo. Ayudándolo en clases y cosas así. Y el buen trato del uno al otro nos llevó a confundir nuestros sentimientos de amistad con algo más. Ambos creíamos estar enamorados mutuamente, pero solo éramos dos adolescentes con los sentimientos confundidos y después de tiempo caímos en cuenta de que no había mucha diferencia al ser mejores amigos y enamorados. Comprendimos que ambos nos habíamos confundido y decidimos dejar lo sucedido como una enseñanza. Y aunque por un momento pensé que ahí acabaría nuestra amistad, Alex me mostró a su manera que las cosas seguían igual e incluso mejor que siempre. Fuimos y seguimos siendo lo que siempre fuimos, mejores amigos.

-He visto cómo te mira. –Siguió mamá–. Esa no es una mirada de hermanos.

-Pues lo es, aunque no lo creas. –Respondí con los hombros caídos y bebí un poco del líquido de la taza que sostenía en mis manos.

-No me digas que es gay. –Comentó con un tono ligeramente anonadado desde la cocina.

-Sacas conclusiones muy divertidas mamá. –Sonreí divertida ante su comentario–. Pero no, Alex no es gay. Y no tendría nada de malo si así lo fuera.

-Totalmente de acuerdo. No tendría nada de malo. 

El olor a panqueques llegaba a mis fosas nasales. Amaba el sabor de los que hacía mamá, tenían un toque hogareño que no había probado en ningún otro lugar en toda mi vida, e incluso Alex había confirmado eso.

-De cualquier forma… –Continuó mamá, ocasionando que ruede los ojos divertida por su insistencia.

-De cualquier forma, nada, mamá. –La interrumpí–. Alex y yo somos mejores amigos. Nada más.

-Yo solo quiero lo mejor para ti, cariño. –Se acercó a mí y posó su mano sobre la mía–. Y Alex lo es.

-Lo sé, pero solo tal y como estamos. Como amigos. Mejores amigos, de hecho. 

Pase lo que pase, Alex seguirá siendo mi mejor amigo. No importa cuántos años pasen, ni cuán lejos se vaya, siempre habrá un enorme espacio para él en mi corazón.

 

“HUGO”

Por un tiempo, mi vida resultó como armar una pirámide de cartas. Empezaba con motivación, formando una base estable para que la pirámide pueda sostenerse, pero en el transcurso de construir los demás pisos me frustraba y en el enojo desarmaba todo para volver a empezar de cero. Y así una tras otra y otra, hasta que simplemente me harté y dejé de intentarlo… Dejé de buscar la felicidad…

El frío había sacudido mi cuerpo toda la noche. Aquella había sido la segunda vez en mi vida que dormía en la calle, y siendo sincero, me sentía terriblemente nostálgico.

Abracé mi cuerpo y me levanté de la banca de madera. Los primeros rayos del sol empezaban a aparecer, y las personas encargadas de la limpieza del parque me observaban cada vez más.

- ¿Quieren hierba? –Les espeté. Rodé los ojos al obtener silencio de su parte y me mostraban una cara de espanto mientras se alejaban un poco.

Me sentí débil y creí que desmayaría, pero saqué fuerzas y empecé a caminar sin rumbo. Por segunda vez no sabía a dónde ir, con una situación similar a la última vez, con la única diferencia de que esta vez no fui yo quien recibió el golpe.

Todo concordaba conmigo. Yo tenía razón. No había una justificación por la cual debía seguir con vida. Me invadieron unas inmensas ganas de llorar. Apreté los labios para contenerme, mientras mi mente solo maquinaba para torturarme. Sentí que había tocado fondo, que no había motivo por el cual durar un segundo más en este maldito infierno.

Las nubes oscuras acechaban increíblemente a pesar de que apenas estaba amaneciendo. Llegué hasta un acantilado y me acerqué lo más que pude al borde. Más de veinte metros me separaban desde la autopista que yacía abajo, cerca del mar. Mi corazón latía con rapidez y un extraño sentimiento me decía que era lo mejor. Cientos de pensamientos se cruzaban en mi cabeza, cada uno más deprimente que el otro. Extendí mis brazos a los lados y sentí un escalofrío recorrer cada parte de mi cuerpo. Podría jurar que sentía a mi padre cerca, y un sentimiento totalmente inefable que sólo me incentivaba más.




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