— ¿Está todo aquí? —pregunta mi abuelo viendo alrededor.
Me encojo de hombros. —Creo que sí, espero que sí.
Nos habíamos mudado mi padre, mi abuelo y yo. Ya habíamos desempacado casi todo pero aún quedan un par de cajas y las que ya están vacías permanecen en todas partes, con las solapas abiertas.
Esta casa es un poco más pequeña que la anterior pero es bonita, tiene ventanas grandes y es de madera (eso a papá no le gustó mucho) tiene dos habitación que sobran. Las familias normales la usarían como habitación para huéspedes pero nosotros jamás tenemos visitas así que seguramente terminará siendo una oficina de papá o una bodega improvisada.
Mi abuelo se acerca y me da unas palmadas en el hombro. —Ahora Belle, ve y arréglate que iremos a saludar a los vecinos.
Ruedo los ojos ante su idea. —Abuelo, ya nadie hace eso.
Él suelta una risa. —Mi Belle, los modales nunca pasan de moda.
—No eres precisamente un hombre de tradición —le digo y él me sonríe.
Mi abuelo ahora es un abuelo normal, simple y nada alocado pero cuando era joven era otra historia. He visto suficientes fotografías para afirmar que él vivió la vida que todos queremos. Asistió a festivales urbanos de música, conoció extranjeros en restaurantes lejanos y se hacía amigo de todos los que cruzaran su camino.
También recuerdo ver una fotografía de él montado a caballo con un sombrero vaquero, una sonrisa enorme y los ojos brillantes. Cuando era niña me gustaba verla mientras me preguntaba qué le había dicho la persona detrás de la cámara para hacerlo sonreír de esa forma.
Él asegura que no lo recuerda.
Mi abuelo desordenada mi cabello. —Tú tienes mi espíritu rebelde, por eso vas con el cabello morado.
Está exagerando, tengo el cabello negro y las puntas de morado. —Algo que papá odia.
Él rueda los ojos. No estoy segura cuantos hombres de su edad van por la vida rodando sus ojos pero él fue quien contagió ese gesto en mí. —Tu padre odia todo.
Es cierto. Mi abuelo es el liberal de la familia, él no tiene la mente cerrada y siempre ha estado adelantado para su época, en cambio mi padre no. Supongo que es culpa de mi abuela por ser demasiado rígida con él y con sus hermanos.
Mi abuelo estuvo en el ejército durante los primeros años de la infancia de mi padre, mi abuela una católica muy extrema le enseñó un montón de cosas a él y a mis tíos que mi abuelo nunca apoyó. Ella murió cuando yo tenía cinco años así que nunca pudo regañarme por mi cabello de colores o mis camisetas “controversiales” con inscripciones como “sueño con un mundo sin hombres” “besa a quien quieras”
Por suerte mi padre es un ejecutivo ocupado así que casi no lo veo y paso mucho más tiempo con mi abuelo que con él.
—Belle, obedece a tu abuelo o usaré mis técnicas militares —amenaza antes de comenzar a hacerme cosquillas en el cuello. Me alejo de un salto para que se detenga.
—Santo cielo, señor Moss, que amenazante —bromeo, sonriendo.
Él levanta una ceja y me apunta con su dedo. —Vamos Belle, es un nuevo comienzo para todos y quizás en la casa de al lado vive una chica de tu edad, ¿No te gustaría tener una amiguita?
—No —respondo demasiado rápido.
Me mira esperando que le obedezca. Mi abuelo jamás me ha gritado pero sus ojos me lo han dicho todo. Él me mira con sus ojos de “soy el adulto aquí, hazme caso”
Suspiro antes de correr por las escaleras a mi nueva habitación llena de cajas medio abiertas. Solo me quito la camiseta vieja que estaba usando para colocarme una sudadera amarilla delgada y recoger mi cabello en una coleta sin asegurarme que haya quedado bien.
Bajo y mi abuelo se colocó su sombrero, nunca ha perdido ese tipo de elegancia. — ¿Lista, bonita?
Asiento. —Lista.
Él y yo salimos de la casa sintiendo el interesante clima frío de este lugar. Porthsware es una ciudad más fría que de dónde vengo. Según leí en internet el clima por aquí es impredecible, un día sale el sol y al siguiente está lloviendo pero que en un par de semanas se estabilizará y podré sentir el verdadero clima veraniego.
Me coloco la capucha pero mi cabello estorba así que la dejo abajo. Es curioso que haya este clima cuando el verano está iniciando, supongo que es un presagio de lo que me espera en esta ciudad. O no, quizás simplemente hay lugares más fríos que otros.
Mi abuelo me lleva hasta la otra casa para ir a saludar a los vecinos. En nuestra casa anterior mis vecinos eran una pareja soltera y casi nunca los veía. Nunca socializo con las personas que están en las viviendas cercanas, no me interesa.
Aunque no mentiré, tengo un poco de curiosidad por saber si hay alguna persona de mi edad. Es probable que no le vaya a hablar o no nos llevaremos nada bien pero nada cuesta soñar. Es solo en mi imaginación que me permito pensar en finalmente encontrar una amiga o un amigo. Tal vez algo más.
Pero me detengo rápidamente. Crear lazos no es algo que quiero hacer, no es algo que deba hacer. Todas las personas te decepcionan y se van. No voy a ser vulnerable por nadie.
No importa lo mucho que me gustaría poder contarle todos mis secretos finalmente a alguien que realmente se preocupe por mí.
Mi abuelo llama a la puerta, nos abre la puerta una niña pequeña y rubia, con las mejillas rosadas y los ojos grandes. — ¿Hola?
Mi abuelo sonríe y levanta una mano. —Hola pequeña, somos los nuevos vecinos, ¿Están tus padres?
Ella sonríe. —Mis padres están muertos
Mis cejas se elevan, es tan extraño ver a una niña tan alegre afirmar algo tan triste.
Miro a mi abuelo y él se aclara la garganta. —Ah, está bien… disculpa, ¿Quién te cuida?
En ese momento sale una mujer rubia y alta, no estoy segura de su edad pero parece más joven que mi padre. — ¡Leonor! —nos sonríe nerviosa—. Lo siento, no estamos muertos, ¿En qué puedo ayudarles?