Lo Que Nadie Sabe De Ti

17: En el césped

 

Hemos vuelto a la feria.

A esta hora aún no están los puestos de comida y los juegos aun no funcionan, empieza en un par de horas. Es interesante ver este lugar sin todas las luces, la música y las personas corriendo de un lugar a otro emocionados.

—Es Mick, un hombre que lo he visto aquí desde que soy pequeño —me explica mientras nos dirigimos al puesto donde hay un juego de globos y dardos.

Llegamos con él y sonríe cuando ve a Anthony. Lleva una camiseta blanca sin mangas, veo que tiene un brazo lleno de tatuajes descoloridos y le falta la parte del codo hacia abajo, del otro.

—Hola Tony —dice estrechando la mano de él—. Ah, ¿Es ella tu socia?

Sonrío un poco. —Soy Isabelle.

—Siéntense por favor, estaba colocando mi puesto —nos dice y ambos nos sentamos en una mesa de madera plegable con tres sillas, él se sienta frente a nosotros—. Bien, ayer me dijiste un poco, ¿Podrías explicármelo de nuevo?

Anthony asiente. —Básicamente vamos preguntándole a las personas qué historia les gustaría contar, nosotros no pedimos qué tipo de historia, eso depende de cada quien. Una historia que nadie sabe, algo que todos saben o simplemente algo curioso, lo que sea que le haya pasado —dice—. Y es para un libro, quiero que las personas vean que todos tenemos una historia para contar, por supuesto, será anónimo.

Mick asiente. —Me parece genial, ¿Cómo se te ocurrió empezar con algo así?

Él sonríe. —Una historia puede salvar muchas vidas, no tiene que ser una con un gran desenlace, tan solo necesita tener autenticidad. Necesitamos conectar y darnos cuenta que no somos tan diferentes como pensamos.

—Muy bien —sonríe—. ¿Saben? Estaba pensando en contar la historia sobre algo muy obvio, mi brazo pero… ya que me dijiste esto, creo que hay algo más que tengo que contar, tiene que ver con lo que me pasó pero es una historia más personal —sonríe—, creo que estoy listo para contarla.

Anthony acomoda sus gafas y empieza a preparar todo, saca su teléfono y como siempre, su cuaderno. —Walter también quiere ser parte de esto —afirma—. ¿Él estará mañana, verdad?

Mick asiente. —Sí, está en un programa de educación ahora mismo, pero mañana pueden venir con él.

—Bien Mick —Anthony acerca el teléfono a él—. Puedes comenzar con lo que quieras contar, no hay límite de tiempo ni nada, tu cuenta lo que quieras.

Mick aclara su garganta —Muy bien, comenzaré diciendo que hay tanto en mi corazón y agradezco que alguien esté dispuesto a escuchar —sonríe—. A decir verdad mi vida no ha sido fácil como pueden ver, perdí el brazo por estar en malos pasos. Me juntaba con un grupo de chicos y consumíamos alcohol y bebíamos sin parar, consumí muchas drogas pesadas que me dejaban totalmente inconsciente y apagaban toda la tristeza dentro de mí

Mira hacia un punto fijo detrás de nosotros. Yo no bebo alcohol y mucho menos he consumido drogas, llegar hasta ese punto no debió ser en absoluto fácil.

Mick continua: —Cuando tenía siete años mí vecina me llevó a su casa, ahí me encerró en el cuarto y dos de sus hermanos mayores me bajaron el pantalón. Hicieron cosas conmigo y yo solo… después de ese día me sentí solo y sucio, le dije a mi mamá pero ella me llevó a que le pidiera perdón a Dios por mi supuesta perversión cuando yo no hice nada —suspira y se toma unos segundos—. Me fui de la casa a los catorce años, viví en la calle y robaba dinero de tiendas, no comía y solo consumía drogas, así pasé hasta que a los diecisiete años, debía mucho dinero a quien me daba la droga, él me amenazó y bueno —baja la mirada y suelta una exhalación larga—. Tenía un perro pitbull, lo dejó sin la cadena y el perro me mordió el brazo mientras me defendía, una patrulla pasó y fui al hospital, no pudieron hacer nada por mí y me amputaron el brazo, muchas cosas pasaron en esos días.

Cada vez que escucho estas historias las imagino como si fuera una película, de esa forma me voy imaginando lo que han vivido, sin embargo estas historias son completamente reales y no tiene nada de ficción. Mick vivió cosas horribles desde muy pequeño, se ve un hombre sonriendo, jamás me hubiera imaginado nada de eso.

Él continua: —Seguí en las drogas, seguí emborrachándome y varias veces intenté suicidarme pero siempre pasaba algo y era interrumpido, un día estaba a punto de lanzarme de un puente cuando un hombre de unos sesenta años me tomó por la espalda y me pidió que no lo hiciera, lo confronté y le pedí que me dijera para que quería que alguien como yo siguiera vivo, él me dijo que era porque tenía un propósito, mi vida tenía un propósito.

Lo escuchamos con atención.

—No creía que fuera verdad, ¿Cómo alguien como yo puede tener propósito? Me sentí confundido pero ese hombre me sostuvo entre sus brazos mientras lloraba como un niño pequeño, me dijo algo que jamás olvidaré: Tu padre te quiere abrazar entre sus brazos y cuidarte, ve con él. Le pregunté que hablaba y me explicó que él era un pastor, que Dios estaba esperándome con los brazos abiertos.

Mick ya no tiene una expresión triste, es como si de pronto su rostro se hubiera iluminado, se le ve mucho mejor.  

—No creía en Dios, ¿Dónde estaba Dios cuando esos chicos me tocaron? ¿Dónde estaba cuando consumí drogas? ¿Dónde estaba cuando el perro me arrancó el brazo? Tenía tanta rabia, si existía un Dios prefería que se quedara lejos de mi, ¿Cómo puedo creer que es un Dios bueno después de la vida que he llevado? Pero la idea no salía de mi cabeza, yo estaba desesperado, roto y no tenía nada ni nadie.

Inclina su rostro y dirige su mirada al cielo, la comisura de sus labios se elevan.

Mick suspira y continúa con su historia: —Cerré los ojos y le grité por una hora entera, le reclamé por todo y luego me quebré. Ya no tenía veintiséis años, ahora era ese niño de siete años que nadie protegió, que nadie abrazó y nadie cuidó. Lloré por todo el rechazo, el dolor, la humillación y las injusticias, lloré por mis errores, por mis malas decisiones, por cada cosa mala que hice.




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