Malorie Vélez.
Las largas jornadas de trabajo no se interrumpían, ellas continuaban aumentando. Pero amo lo que hago; los estudios médicos son importantes. Cada vez que me encuentro con alguno de los pacientes que he salvado indirectamente, el pecho se me llena de un orgullo tan intenso que me resulta imposible contenerlo. La época navideña ha llegado; las calles de la ciudad están llenas de villancicos, y el hospital Nothwert brilla como un pequeño farol en las frías noches de nevada. Los pacientes sonríen, sus labios reflejan una alegría constante, y sus espíritus parecen renovados en la última semana.
Los niños juguetean, corren y ríen, llenando los pasillos con sus contagiosas voces infantiles cargadas de felicidad. Esos pequeños merecen disfrutar de la alegría navideña, merecen vivir una época sin miedo y solo concentrarse en disfrutar de los buenos momentos que trae la Navidad. El personal, desde enfermeras hasta residentes y cirujanos, lucen extasiados, susurrando sobre las buenas noticias y la tan esperada fiesta de Nochebuena. Todos esperamos aquella fiesta con ansias, excepto un hombre.
Un apuesto, amargado y frío hombre. Jacob, culo pomposo, López; neurocirujano y jefe del departamento de neurología. Han pasado casi cinco años desde que llegue al hospital. En ese tiempo, Jacob se encontraba comprometido con una preciosa rubia, alta, esbelta y de una personalidad encantadora. Como recién llegada, intenté caerle bien a todo el mundo, formar amistades; pero todos los presentes que tuve hacia el neurocirujano terminaron en el mismo lugar, un bote de basura.
Aún recuerdo la mirada que me dirigió cuando le regalé una taza de café con galletas de avena horneadas. Sus cejas se fruncieron, sus labios se torcieron en una mueca de asco, y sus ojos, llenos de aburrimiento y casi desesperación, me hicieron sentir pequeña, inferior a su lado. Finalmente, recibió la taza después de mirarla durante varios segundos, todo porque Bastian Dixon le hizo una broma.
—No dejes a Malorie esperando, no es veneno, hombre. No te hará daño ser gentil por una vez en tu vida.
—Cállate, Dixon —gruñó Jacob con
esa voz ronca, profunda y autoritaria. Una
voz perfecta para un hombre de su calibre.
Después de aquel encuentro, lo intenté de nuevo. Hacer amistad con Jacob se convirtió en una motivación, la cual se desplomó con la misma intensidad. Todos los intentos fallaron; Jacob se alejaba de mí, y cuando no podía evitarme, se mostraba desinteresado, frío e indiferente. Su actitud empeoró cuando su compromiso con la bella rubia se canceló a un mes de la boda. Nadie sabía por qué lo dejaron, pero ese rompimiento solo incrementó su hostilidad. Ahora solo lo evitó.
Jacob López es mi maldita némesis, un hombre que es una fantasía viviente, pero con el corazón de un glaciar.
— ¿Emocionada que sea Navidad, Terrón? —cuestiona una ronca voz masculina que reconozco al instante. Asiento, girando hacia el hombre rubio de tez morena. Bastian sonríe mientras roba la galleta de mis labios, dándole un gran mordisco sin importarle que ya la haya babeado.
—Siempre lo estoy.
—Hoy pareces burbujear—afirma con una pequeña sonrisa; mi galleta desaparece y me quejo ante el descarado robo, pero Bastian lo ignora—. Es tu época favorita del año; siempre estás de buen humor, pero en Navidad eres aún más dulce. Arianna diría que podrías matar a un diabético.
—Arianna es demasiado cruda —él asiente con una pequeña sonrisa maliciosa.
—Tienes razón —mira su comunicador, arruga el ceño y se aleja unos pasos mientras se endereza—. Feliz inicio de Navidad, Terrón.
—Feliz comienzo de Navidad, Bastián. Suerte en urgencias.
Bastian me dedica una última sonrisa antes de salir corriendo hacia la sala de urgencias. Otro médico se le une en su marcha apresurada, y el hospital vuelve a su ajetreo habitual. Suspiro, alejando el cansancio y pensando en el deseo que pediré este año. La Navidad es mi época favorita, no solo por sus vivaces colores ni por lo felices que parecen las personas, hay algo más. Los deseos navideños siempre se cumplen; Nunca me han fallado, y este año no será la excepción.
—¿Qué haces ahí, parada sin trabajar, Vélez? —pregunta una voz cansada, dura y amarga, que provoca que cada terminación nerviosa de mi cuerpo se erice y mis piernas se muevan sin mi consentimiento, alejándose del hombre.
—He terminado mi trabajo, y aunque no fuera así, este es mi tiempo de descanso.
—Los hospitales no descansan en Navidad.
—No soy uno de tus cirujanos, López. No puedes darme órdenes. ¿Quieres probar que no puedo darte órdenes, Vélez? —inquiere en un tono bajo y pausado, con una voz que provoca escalofríos y una irritante sensación de opresión.
No importa cuánto me irrita la presencia de Jacob ni que haya intentado hablarle de otros temas además del trabajo, o ser amable con él en múltiples ocasiones. Siempre me ha ignorado o mandado a hacer mi trabajo. No es mi jefe, pero sigue siendo uno de los grandes en el hospital; su maldito ego está en una posición de poder superior a la mía. Intento controlarme, mantener la calma y la dulzura que me caracteriza, pero Jacob hace que eso sea imposible. Su sola presencia es como gasolina para encender todas las palabrotas que aprendí de mi padre, que es mecánico, y de mi hermana, que es policía. Ambos tienen un arsenal de vulgaridades que sonrojarían a cualquiera.