Lo que nos trajo el muerdago

11. Hemos enloquecido.

Malorie Vélez.

Avanzo pasillo a pasillo, mirando dentro de las habitaciones, esperando ver la sonrisa torcida característica de Hannah, esa burla que siempre parece perseguirla. Continúo caminando, recorriendo la sala de urgencia y, por último, con el corazón desbocado y el miedo congelando cada latido; la sala de postoperaciones está vacía, los quirófanos en uso, todos con las luces prendidas y un equipo médico en operación.

—Cálmate, Malorie.

Alzó la cabeza; las lágrimas me inundan las vistas, impidiendo ver la figura esbelta de Laiya, que se balancea de un lado a otro. Solo hay una respuesta, Hannah no sobrevivió; mi hermana se encuentra en una morgue sola y fuera de este mundo.

— ¿Cómo me pides que me calme? Como, Laiya, maldición, mi hermana está muerta—sollozo a mares, sintiéndome destruida y mortificada.

Una parte de mi mundo se encuentra encerrada en este mismo edificio, en un sótano frío y solo con otros cadáveres. Lloro, lloro con rabia e impotencia, desgarrándome desde adentro; Laiya hablaba, sus labios se mueven y no sé qué está diciendo; en lo único que puedo pensar es en esa misma boca anunciando la muerte de mi hermana.

—No dije que Hannah estuviera muerta, dije que llego acá con un herido. Lori, deja de llorar.

—¿Ella no está herida? —preguntó moqueando.

—No, no lo está, así que deja de llorar como una magdalena y vamos a ver a tu hermana. Está en la sala de espera.

—Porque no hablas bien, Laiya, estaba a punto de sufrir un infarto. Boba.

Salgo corriendo hacia Hannah, buscando entre todas las personas en la sala de espera el uniforme de oficial. Una mirada pesada y su rostro manchado de mugre. Hay, entre decenas de personas asustadas y temerosas, se encuentra mi intrépida hermana. Que solo consigue sacarme canas y lágrimas de estrés.

—Hannah —grito abrazándola con fuerza, apretándola, casi ahogándola contra mi pecho.

— ¿Qué sucede? ¿Por qué estás llorando? ¿Es el idiota malhumorado? —cuestiona alarmada, sujetándose por los hombros y tirando del agarre hacia atrás. Sus ojos le analizan cada rasgo de mi rostro.

—Laiya.

Laiya se ríe, una risa baja, mientras Hannah la regaña y yo soy incapaz de dejarla de abrazar. Esa desesperación que experimenté al saber que la había perdido, aunque solo fue un error de comunicación, trastocó mi mundo. Me hizo darme cuenta de cuán peligrosa es la vida de mi hermana, tan frágil que pende del gatillo y del frágil seguro de un arma. Hannah es parte de mi ser; es mi otra mitad y el experimentar las asfixiantes y agotadoras emociones que conllevaban su perdida.

—Le dije que habías muerto.

—No tienes corazón, Laiya.

—Tú no tienes corazón, Hannah, solo corres hacia el peligro, esperando volver viva de la siguiente asignación.

Ambas ríen y se sumergen en una conversación sin sentido, mandándose pequeños insultos entre ellas. Siempre ha sido así, ahora con el corazón y los pensamientos calmados.

—Estoy bien, así que no te preocupes. Solo fue una pequeña pelea—suspiro con Hannah siempre es lo mismo, les quita valor a los sucesos, lo vuelve pequeño para quitarle peligro y no alarmarnos.

—Siempre me voy a preocupar.

—Estás exagerando un poco—desvío la mirada con molestia, arqueó las cejas y aguanto la réplica a ese comentario.

Nuestras miradas se encuentran; caen una sobre la otra, por instintos. De una manera imposible de explicar, sabemos dónde está el otro. Sus ojos son intensos, oscuros y demandantes; un latido, dos latidos. El ritmo acelerado y desigual que puntea contra los tímpanos es adormecedor. Adormece las capacidades cognitivas y el raciocinio; lo único que no calla es el deseo, ese mismo que encendió con sus besos.

—Déjame adivinar, es el idiota malhumorado —la voz cansada y adormecida de Hannah me saca del trance. Asiento, porque no tengo la fuerza suficiente para ocultar lo que provoca Jacob López en mí. No lo entiendo, es difícil hacerlo. Así que me agarro al antiguo odio—. No lo parece. Ese hombre te observa, como alguien observa algo que le gusta.

—Has enloquecido.

Hannah ha perdido la cabeza; todo el mundo ha perdido la razón. Creer que Jacob López, mi enemigo y el hombre más irritante del país, me observa con hambre, es un error. Uno que a mi criterio la mandaría a realizarse más de una resonancia en esa cabeza suya. Tantos golpes por su trabajo al final traen un daño duradero.

Si tuviera que describir la mirada de Jacob, sería fría, de desdén puro, arrogancia y soberbia. Su mirada dirigida a mí no es más que una leve irritación, que poco a poco se convierte en molestia. Una que no le es posible ocultar. Jacob no es bueno ocultando sus emociones, al menos no delante de mí. No obstante, esa mirada no ha estado algunas veces cuando cree que no me doy cuenta de sus persistentes ojos sobre mí, durante el beso bajo el muérdago. El estallido de celos y posesividad; en esos instantes Jacob no era frío e indiferente. Se volvió un mar de sensaciones, todas dirigidas hacia mi persona. Todo por mí.

Estar al lado de Jacob es un error, siempre terminamos peleando, él alejándose o le maldigo en el proceso. Porque no hay ser en el planeta que me irrite más que el neurocirujano; aunque es la peor persona ante mis ojos, no puedo evitar admirarlo, darme cuenta de todas las virtudes y lo que realmente es Jacob López. Lo cual solo consigue que la irritación aumente, tocando la cima.




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