Lo que nos trajo el muerdago

13. Odia a tu némesis.

Malorie Vélez.

Odio. Ese es el sentimiento que siempre ha comprendido nuestra relación. Por los dioses, Jacob no podía estar a mi alrededor más de unos segundos sin dirigirme una mirada de desaprobación. Sus palabras siempre eran duras cuando estaban dirigidas a mi persona. Jacob López no posee ni un gramo de suavidad en su cuerpo; pero conmigo era peor. Nos odiamos, esa es la definición de nuestra relación; donde el arrogante médico es amargado y frío, yo soy amable y dulce. Él siempre anda con el entrecejo fruncido, con pequeñas arrugas por la molestia; en cambio, siempre soy pura sonrisa. Sonrisas que mueren cuando lo veo.

Nos odiamos. Esa es la realidad; las personas que se odian no se besan, todo lo contrario, se maldicen unas a otras y se alejan. Dios, lo maldije cuando me beso bajo el muérdago; arruino la oportunidad perfecta para conocer a mi alma gemela; aunque recuerde el deseo de Navidad que he perdido, no puedo evitar devolverle el beso, sentir cómo la materia gris se derrite y dejan de funcionar las neuronas. Solo puedo estar pendiente de los labios suaves, exigentes y dominantes de López; solo puedo pensar en sus manos recorriendo los costados de mi cuerpo. Como parece devorarme con ansias y una necesidad abrumadora. Él no se detiene; no hay disgusto o asco en su toque; no le importa que haya más curvas de las que deberían. No, López me toca como si fuera lo mejor que ha caído en sus manos, me devora como un hambriento y está mal.

Está jodidamente mal la forma en que nos tocamos, en que reacciono a su beso. Mi némesis no debería hacerme sentir como la mujer más hermosa de la ciudad; no debería sentirme tan deseada y llena de lujuria con cada una de sus caricias; pero es lo que sucede. Cada toque caliente y desesperado de Jacob provoca gemidos ahogados y un deseo abrumador.

—Te sientes mejor de lo que imaginé —aquellas palabras son un detonante; vuelvo a la realidad, al laboratorio lúgubre que nos rodea y al clima estéril de la habitación. Estar entre los brazos de Jacob es incorrecto por más de una razón. Besarlo, ya es un cuento diferente.

—Malorie —el grito de Jenny me hace saltar lejos del agarre de Jacob; el médico frunce el ceño, mirando el espacio libre entre sus brazos; él avanza con toda la intención de volverme abrazar.

Nunca en mis peores pesadillas imaginé este momento, donde Jacob López se mostrará tan reacio por haberme escapado a su abrazo o que deseará volver a tenerme entre el firme y cálido agarre de sus brazos.

—Aléjate —susurró con la voz ronca, entrecerrando los ojos y esperando que el absurdo hombre hiciera caso.

—No quiero hacerlo, no quiero alejarme de ti.

—Aléjate, López.

—No—susurra volviendo a cogerme entre sus brazos, el agarre casi estrangulador. Sus ojos lucen igual de oscuros que hace un momento; sus labios se extienden en una sexy sonrisa que me roba el aliento y la razón. La frase que susurra a continuación, en un tono de voz profunda y afectada por nuestra cercanía, es la epifanía de mi hombre perfecto, del deseo de Navidad.

—Me oíste —susurré alarmada, asustada de que Jacob haya escuchado la conversación que tuve con Jenny; sería el colmo, pero la pizca de consciencia que se desliza en sus ojos es una confirmación—. Nos escuchaste, escuchaste mi deseo y lo saboteaste.

—Malorie.

—No, no, absolutamente no, López. Me besaste bajo el muérdago porque oíste que así conocería al amor de mi vida. Maldición—gruño enojada—te robaste mi deseo y mi ilusión de conocer al hombre perfecto, al interferir en la profecía. Maldito hombre egoísta, te creía, estaba comenzando a creerte. Pero resulta que todo fue tu plan para joderme, para meterte conmigo como siempre lo haces.

La rabia me hace temblar; mi cuerpo se estremece con fuerza; y aunque quiero huir del agarre de Jacob, porque siento que el contacto entre nuestros cuerpos en este momento es demasiado, no puedo hacerlo. Una parte de mí se niega a salir del cómodo espacio que ha creado a mi alrededor; pero la otra parte no quiere más que golpearlo y demostrarle cuanto me ha dolido su engaño. Lo odio.

Lo odio.

—Púdrete en el infierno, López.

Jenny entró encontrándome entre los brazos de Jacob. Este permaneció callado durante mi estallido emocional; mirándome con infinidad de emociones y sentimientos que no creo. No creo en nada que vaya a decir o hacer. Ya la poca confianza que había conseguido con su discurso se ha esfumado. Jacob me ha jodido. Me ha jodido de una manera que no entiende.

—Veo que están teniendo un momento —susurra Jenny con malicia, moviendo sus cejas con un toque de picardía.

—No está sucediendo nada entre nosotros —gruñí con disgusto.

—Malorie—no, debía quedarse callado. No quiero escuchar su voz, escucharle hablar; pronunciar mi nombre en un tono bajo y lastimado es la gota que ha colmado mi paciencia.

—No me hables maldición, te odio, Jacob López —grité cacheteando su mejilla con todas mis fuerzas. Su rostro gira y la sorpresa en su mirada desaparece dándole paso al dolor. A la traición que tiñe sus rasgos.

Salgo corriendo del laboratorio, dejando atrás a mi amiga y al hombre que se ha robado mi deseo navideño. Corro hacia el parqueadero, con la rabia burbujeando en mi sistema; alejándome de las personas que me ven y sonrío, esperando que comience una conversación con ellas. Sabía desde el inicio que Jacob no me soportaba, que tenía cierta aversión hacia mi persona; pero esto, esto que hizo, va más allá de un pequeño disgusto. Jacob se ha pasado de la raya; ha jugado con mis sentimientos como si fueran de papel o no importaran.




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