Tenía 17.
Empecé a preguntarme
si la vida me tenía aquí
con algún propósito.
Ahora tengo 21.
Sigo sin encontrar la respuesta.
La diferencia es que hoy la vida me rodea de ruido:
responsabilidades que pesan como piedras,
relaciones que se rompen antes de ser,
días que corren veloces,
indiferentes a mi paso tembloroso.
A veces me pregunto…
¿la vida alguna vez fue amable conmigo?
O soy yo quien nunca aprendió
a ser amable con ella.
¿Qué es todo esto que me pasa?
Si ya no tengo 17,
¿Por qué siento que la vida se detuvo?
Como un reloj que olvidó avanzar conmigo.
¿Por qué no avanzo…
mientras los días huyen
y me dejan atrás, sola,
con mi propio reflejo mirándome fijamente?
Miro detrás de mí.
Veo sombras.
Sombras que susurran.
Que se alargan.
Que se mezclan con mis pasos.
Persistentes.
Recuerdos que no se desvanecen.
Fragmentos de mí
que nunca aprendí a soltar.
Espera…
¿ya no tengo 17?
Y en todo este tiempo…
¿cómo sigo sin saber qué hago aquí?
Espera…
¿Por qué estas sombras nunca dejaron de mirarme?
Ni siquiera un instante…
Y entonces me atrevo a susurrarlo.
Con la voz que tiembla,
con la esperanza escondida entre mis dudas:
¿Podré alguna vez avanzar
sin que las sombras me sigan a cada paso…
o debo aprender a caminar con ellas, aunque duela?
Quizá la respuesta no está en huir de las sombras…
sino en aprender a bailar con ellas.
Aprender a encontrarlas en cada silencio.
Aprender a sentir que el corazón late más fuerte que el peso que arrastran.
Aunque tiemble.
Aunque duela.
Aunque la noche no tenga fin.
-descubrí que las sombras en realidad siempre fueron mis miedos, jamás viví tranquila por temor a no saber hacerlo...a no saber vivir.