—No irás. Eres muy joven aún. Además, con ese brazo dañado que tienes, ¿no crees que serías un estorbo? —Piotr podía ser muy cruel sin siquiera intentarlo.
Era mejor no insistir. Tenían razón con respecto a su condición física; seguramente terminaría trasladando provisiones o asistiendo en las cocinas, pero aun así era algo que lo atraía. Eran muchos los jóvenes del pueblo que ya se habían sumado, mientras que a él le negaban tal aventura. Podría aludir a Yegor y a la posibilidad de estar bajo su protección, pero en realidad nadie le creería. Ni siquiera él mismo lo hacía. Su hermano mayor no le guardaba ningún tipo de afecto, y aunque lo hiciera, no era más que un riadovói. No tenía ningún peso.
Una pena. Combatir a los japoneses era lo más valiente y excitante que podría hacer en la vida, y tendría que ver pasar la oportunidad frente a sus ojos.
Andrey le había hablado mucho de ese pueblo, sobre todo desde que comenzaron a llegar noticias de la posibilidad del enfrentamiento. Sabía que esos extranjeros habían comenzado la guerra al atacar un puerto lejano que era vital para el imperio, especialmente en verano. No sabía por qué, pero si tanto revuelo causaba, seguramente era un puerto muy importante. Además, el zar no podía dejar pasar tal afrenta, menos considerando que Japón no era tan poderoso como Rusia. Era una cuestión de orgullo, una cuestión de honor.
—Son muy distintos a nosotros. Mira. —Andrey se lo había explicado días antes cuando abrió un viejo libro con ilustraciones que mostraban diferentes tipos de humanos con sus vestimentas típicas—. Así son los japoneses. Podríamos decir que se parecen a los tártaros. No a los de Crimea —aclaró—, sino a los verdaderos, los descendientes de los mongoles. —Una simple ilustración había creado un mundo de fantasía en su mente, mundo que ahora le era prohibido.
Kozlov había partido hacía dos semanas en calidad de médico, y un mes antes, Yuri, el reciente esposo de Alina, se había enlistado para sumarse como infante de marina. Que en su vida jamás hubiese visto el mar era solo un detalle. Ninguno quería perderse la oportunidad de combatir en una guerra que seguramente ganarían y que les traería fama y, con suerte, algunos rublos.
Era irónico que el único que era militar de verdad no fuera. Andrey había presentado su disposición en el cuartel de Kostromá, pero había sido respetuosamente rechazado. Según le explicaron, los hombres de más experiencia, aun los retirados, debían permanecer cerca del frente europeo.
Por lo visto, Illya sería uno de los pocos que se quedaría cumpliendo las labores de cosecha en la próxima primavera. ¡Qué glorioso! —pensaba—. ¡Segar y segar hasta desfallecer! ¡Realmente heroico! Para eso sí sirve mi brazo —refunfuñaba.
Cogió un tronco seco y lo arrojó a la estufa. Afuera hacía mucho frío, y la nieve hacía casi imposible salir. Katya cosía mientras tanto un viejo abrigo que esperaba enviar a Kozlov cuando partiera el próximo destacamento de Vyatka hacia el este. Alguno de los reclutas de la ciudad le haría el favor de llevárselo, o eso afirmaba ella. Misha, en cambio, jugaba con unas pequeñas figuras de plomo que Yuri le había regalado. El esposo de Alina era un buen hombre, sencillo y trabajador. Piotr no tuvo más remedio que reconocerlo y darle su bendición.
Se quedó un instante observando cómo el fuego tomaba de a poco posesión del nuevo leño hasta que la resina de abeto dejara de crepitar, y luego tomó uno de los libros de Andrey. Miró de reojo a Piotr, quien afilaba su guadaña con una roca, y tras comprobar que no le haría un reproche, comenzó a leer.
No le gustaba hacerlo allí. Prefería la soledad del bosque, o la isba de Andrey, pero aquella maldita nieve lo tenía encerrado. Quizás si su padre no estuviera no tendría problema, pero Piotr siempre se burlaba cuando los encontraba leyendo. Afirmaba que era una pérdida de tiempo, y que ellos jamás podrían hacer otra cosa más que arar la tierra y combatir, si se daba el caso, en alguna de las guerras que los zares disponían fuera de Rusia. Claro que Illya no tenía esa segunda opción, o al menos no con un fusil al hombro.
—Si los campesinos realmente creemos que ese es nuestro destino —repitió en su mente una premisa que cada vez le sonaba más cierta—, entonces ese será. Él es el claro ejemplo —dictaminó observando el trabajo rítmico dePiotr—. ¿Qué opinas tú, Herzen?
Pasó al menos una hora hasta levantar nuevamente el rostro, aunque lo hizo por el dolor en la nuca, no por el recorrido del texto. Aprovechó el tiempo que le tomaría aliviar su cuello para pensar en lo que estaba aprendiendo. Andrey había sido sumamente exigente esos últimos años, en particular con él. Se les había abierto un mundo de posibilidades que aumentaba con cada autor nuevo, con cada lección, y se ponía más interesante aun cuando se armaba revuelo por alguna idea. Katya pensaba distinto, e incluso llegaban a pelearse de tal manera que podían pasar días sin hablarse. A veces prefería no entrar en discusiones por ello, y por otro motivo. Su hermana era más inteligente, y más de una vez lo había dejado sin palabras. Claro que ella tenía una ventaja. Kozlov era a su vez un hombre muy culto, y poseía una gran cantidad de libros en su casa. Si bien no estaban aún casados, Katya tenía acceso ilimitado a ellos, además de poder conversar sobre cualquier tema con su prometido.
Él, en cambio, no tenía a nadie. Misha era aún muy chico para comprender muchos de los textos que les daba el viejo soldado y, para colmo, tampoco le interesaba demasiado. Era un niño extrovertido, sociable y alegre, y el mundo intelectual le parecía aburrido y monótono. No, Misha no podía ocupar el lugar que una vez había ocupado Larisa.
Recordó la partida de Yegor, y luego la de Yuri. Se los imaginó combatiendo contra aquellos extraños enemigos de la patria para recuperar el bendito puerto que desvelaba al zar. ¿Era acaso tan importante? Decían que incluso en ferrocarril podían demorar semanas en llegar, y que allí prácticamente no vivía nadie. Pensó que era absurdo exponer la vida de tantos jóvenes por algo que en su mente no tenía demasiado sentido, pero luego recordó una reflexión de Andrey.