—CAPÍTULO 7 —
EVANGELINE
El fin de semana pasó en un parpadeo. Aunque se haya sentido tan corto la he pasado muy bien después de todo lo ocurrido el viernes. Pasamos casi toda la tarde del sábado con los De Gregorio y los Bauer. Eduardo se unió a nosotros al cabo de una hora y aunque pensé que sería súper incómodo el que nos encontremos en el mismo lugar, fue todo lo contrario. Se portó muy bien con mi familia, tanto que Grecia quedó embelesada por su forma de ser —todo lo contrario a como se comportó conmigo, pero ya lo dejé pasar—, y ella se la pasó todo el camino de regreso a casa pegada a la ventana, viendo por el espejo retrovisor a Eduardo. Sí, aparte de ser amable se ofreció a llevarnos a casa. Claro que en la camioneta familiar de Pietro alcanzamos todos.
El domingo vino mi tía Silvana a visitarnos e hicimos un compartir. A ella le debía el hecho de haber conseguido trabajo y como la ingrata que soy no le agradecí en su momento. También pasamos un momento agradable y todas esas horas con buena compañía me hizo olvidar por completo lo que Eduardo me había hecho. Si bien le acepté sus disculpas, no puedo evitar preguntarme ahora si en verdad lo hizo por voluntad propia o porque Cassia se lo exigió.
Bajamos del auto de Cassia, saco a Tom de su silla con mucho cuidado. Hoy ha cumplido un mes más de nacido y lo hemos llevado a la clínica a su revisión mensual y vacunación. Cassia y yo casi nos echamos a llorar al ver al pequeño Tom quebrantarse tras el pinchazo. Por experiencia sé que le dará fiebre y tengo que estar al pendiente de él y si es posible tenerlo en brazos todo el tiempo debido. Cassia por el contrario está tan nerviosa y preocupada por su bebé que quiere que lo dejemos en su cuna para no tocar su pequeño muslo, pero sé que Tom está fastidiado y querrá los brazos de su mami.
Ya en el recibidor de la casa le digo—: No te preocupes, Cassia. Es normal que esté quejándose, le duele. Ahora subamos a su habitación para que te eches a descansar con él.
—Pero, ¿Por qué debe darle fiebre? ¿Por qué tienen que pincharlo? Acaso no existen las vacunas orales.
Si le contesto será para que empiece a despotricar contra el mundo entero, así que asiento y la dejo sola. Cuando estoy llegando a las escaleras escucho pasos tras de mí. Con cuidado me vuelvo para pedirle por favor a la persona que está haciendo ruido, que se calle. Tom aún duerme y quiero que sea así por un par de horas. Me encuentro con Eduardo, que se acerca a nosotros con ánimo rebosante.
—Hola Eva. —Saluda con tono cantarín.
Cuando estoy apunto de advertirle que no toque a Tom, lo hace. Toma el pie de su sobrino y lo mueve levemente mientras habla imitando la voz de un niño—: ¿Cómo está el bebé más hermoso de la tierra?
Tom rompe el silencio con su llanto desgarrador. Esos de los que te parten el tímpano en un segundo. ¿Qué le sucede? ¿Por qué hizo eso? ¡Dios! Pero primero es Tom así que trato de calmarlo. Lo mezo de aquí allá para acallarlo. Graciela baja a toda prisa por las escaleras, Cassia y Carol vienen de la entrada. Tom, pues, él no deja de llorar.
— ¡¿Qué le ha pasado?! —Es lo primero que pregunta Cassia. Graciela y Carol están tan angustiadas como ella. Eduardo ha perdido el color del rostro y está balbuceando cosas inteligibles para mis oídos.
— ¡¿Tú qué?! —Le reprocha Carol a Ed—. ¿Cómo se te ocurre?
Eduardo se disculpa una y otra vez. Carol me pide que le deje cargar a Tom, se lo entrego.
—Cass, lo revisaré. —Informa.
—Está hinchado. —Cassia está al borde de la desesperación—. Te voy a matar, Ed.
Eduardo asiente en respuesta. Yo me encargo de informarle a Cassia que es normal que se hinche alrededor del punto. Graciela, la madre de este trío, le pide a su menor hija que se calme, que no ha pasado nada. Más Cassia sólo quiere escuchar que tiene para decir Carol.
Desvío mi mirada de ellas al causante de tanto revuelo. Me acerco a él. Me preocupa que piense que lo que hizo pueda ir más allá del dolor intenso que siente el pequeño Tom. Sus ojos muestran terror y vulnerabilidad.
—Se va... Se va a...
—Sí, va estar bien. Está muy adolorido porque acaban de vacunarlo. No puede sacudirlo de esa manera.
—Yo lo siento mucho. Siempre lo saludo de ese modo, Cassia jamás me lo ha prohibido.
Tan sólo escucharle excusarse como un niño me causa gracia. Eduardo es toda una caja de Pandora. Las tres mujeres pasan por nuestro lado, Graciela nos informa que estarán en la cocina.
—Pues mal por Cassia y por usted. Tom es apenas un bebé, usted debe tener más cuidado.
Baja la mirada para encontrarse con la mía. —Gracias. Pensé que también ibas a gritarme.
Le sonrío. —Créame que he querido golpearlo cuando lo hizo, pero sé que no fue adrede.
Eso parece calmar su ser. Se inclina a mi oído. —Aparte no compartes la violencia. —Susurra.
Siento como el calor inunda mis mejillas. Opto por bajar la cabeza e ir a ver en qué situación se encuentra Tom. Ed sigue mis pasos. En la cocina Tom ya ha dejado de llorar, pero aún se queja. Le han puesto paños húmedos sobre la hinchazón y Cassia ya está más tranquila puesto que ya no quiere tener sus manos sobre el pescuezo de Eduardo.