Loco amor

Capítulo 5

Mis compañeros de clase siempre decían que era como dolor en el trasero, en pocas palabas una jodida molestia. ¿Por qué? Sencillo. Siempre actuaba correctamente, aun en lo más insignificante intentaba seguir las reglas y reaccionar racionalmente. Evidentemente, eso no era bueno cuando trataban de evadir alguna clase o favorecerse de alguna manera que fuera poco honorable. Sin embargo, no sé qué me pasa ahora, no sé porque he actuado de forma tan irresponsable. No solo guarde cosas, a pesar de saber que va en contra de las reglas; también entré a escondidas a la habitación de un paciente, no una, sino en dos ocasiones. ¿Qué me pasa? ¿Dónde ha quedado mi parte sensata? Entre los pocos chispazos de cordura que me quedan, me he obligado a dar media vuelta y no cruzar la puerta. No quiero caer en su juego. Porque eso es, un juego y yo he sido una tonta por seguirlo la primera vez. ¡Tonta!

Mis ojos están puestos en el techo del dormitorio, estoy de regreso y Susana aún sigue profundamente dormida. Yo en cambio, me he dedicado a dar vueltas sobre la pequeña cama, no he podido conciliar el sueño. Quizás deba pedirle una pastilla después de todo. Odio esto. ¿Por qué no puedo dejar de pensar en él? ¿Por qué me preocupa? El asunto es que no creo que él esté tan mal para tragarlo y morir. No parece estar loco, yo soy la que lo parece y a este paso así será. No puedo continuar con esto. Soy yo quien tiene mucho que perder si alguien me descubre. Tengo que tener presente que seré una psiquiatra, alguien que se supone debe ayudarlos, no dejarse manipular por ellos. Tendré que dar por terminado ese asunto, aunque tenga que perder algo tan valioso para mí. Lo siento, abu, pero no puedo arriesgarme.

 

****

―¿Mala noche? ―pregunta Giovanna al verme bostezar. Estamos sentadas al fondo de la pequeña cafetería, faltan unos minutos para que termine la hora del almuerzo y mi cansancio parece acentuarse conforme avanzan las horas.

―Algo así. ―No he podido dormir, me siento culpable por el anillo. Sé que debo dejar de pensar en eso, pero desprenderme de algo que he llevado tantos años, no es cosa sencilla. Sumado al desvelo de las noches anteriores, ahora estoy agotada―. ¿Puedo hacerte una pregunta? ―Esta mañana una idea ha cruzado mi cabeza, algo en lo que no había reparado y que me ha dejado aterrada.

―Dime ―pide sacudiendo su bebida y bebiendo los últimos sorbos.

―¿Hay cámaras en las habitaciones? ―Frunce el ceño y niega con la cabeza. No había pensado en ello. He sido demasiado descuidada y quizás… quizás ahora tengan una grabación de mí, entrando a su habitación o lo que es peor, de nosotros sobre su cama y... ¡Oh Dios! Espero que no sea así.

―¿Te refieres a los dormitorios de los pacientes o de nosotros?

―De los pacientes.

―En realidad, ninguno de los dos tiene ―responde extrañada y divertida―. ¿No te lo explicó el primer día, Celes? ―Niego sin perder de vista su rostro―. Desde luego que con nosotros sería algo poco… respetuoso. ¿No crees? Y respecto a las habitaciones de los pacientes. Hace un par de años ocurrió un accidente.

―¿Qué clase de accidente? ―El paciente arrancó la cámara y comenzó a sacar los cables de la pared, hasta arrancarlos por completo y después intento suicidarse. Total, que se armó tal zafarrancho, que a la junta directiva no le quedo de otra que retirarlas.

―Entonces… ―Debe haber algo, todos los hospitales tiene seguridad.

―¿Para qué crees que nos quieren a nosotros o a los guardias? ―Tiene sentido―. Las puertas tienen un sistema de seguridad, que solo cede con la llave y salvo algunos pacientes, que gracias a Dios están en áreas restringidas, los demás son pacíficos y no han intentado escapar. Obviamente existe un circuito de seguridad, que está en los almacenes, alrededor del edificio o en zonas comunes, donde pueden ocurrir altercados.

―Ya veo. ―Menos mal.

―Has entrado a las habitaciones, ¿Y apenas te diste cuenta? ―No puedo evitar sentirme un poco tonta. No habría sido así, sino hubiera perdido el anillo.

―No sé. ―Me encojo de hombros―. Pensé que eran muy discretas, para que no estuvieran a la vista. ―Niega con una risilla.

―Estas personas son gente adinerada, Hannia. Jamás permitirían que su vida fuera ventilada, por ende no podemos grabarlos, para eso nos pagan. Para cuidarlos y que no haya nada que manche su reputación.

―¿Por eso las rondas nocturnas?

―Exacto. Además, los que requieren, tienen medicación especial que les ayuda a dormir sin problemas. Todo está pensado cuidadosamente. Por eso esta es una de las mejores clínicas.

―Cierto. ―Esboza una sonrisa.

―Eres muy despistada, chica de 10.

―No me digas así.

―Es broma, Hannia. Solo bromeaba.

Broma o no, es molesto ser calificada de ese modo. Más aun, después de lo que pasó con ese chico. En quien no debería seguir pensando.

****

Apenas salgo del comedor, me encuentro con Celes, quien me pide ir a la oficina del director. Pero no da una buena razón. Mi pulso se dispara de inmediato y los nervios se acumulan en mi vientre. ¿Lo saben?

―¿Me mandó llamar? ―pregunto asomando mi cabeza por la puerta. Levanta la mirada de su escritorio y me mira con reproche. Su ceño está fruncido y niega. ¿Ha pasado algo? ¿Lo sabe? ¡Dios, no!




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