Una cometa...
Oscar.
(18 Enero)
Desperté al sentir cuatro pequeñas patitas pasar sobre mi cara, pisaban fuertemente mis ojos y restregaba sus garras sobre la piel de mi rostro como si fuera un juguete para afilarlas.
Entreabrí mis ojos, observando a Frijol lamiendo su patita mientras me miraba fijamente.
Arrugó el lado izquierdo de su cara sobre su ojo como si estuviera levantando una ceja, y luego ladeo la cabeza, mirándome fijamente, como si me estuviera cuestionando que hacía en su cama.
Buena pregunta, Frijolito.
¿Qué me encontraba haciendo ahí?
Me levanté sin mover al perro, quien por inercia resbaló de mi rostro cayendo de espaldas a mi regazo entre las cobijas.
Miré a ambos lados de la habitación, Resse se encontraba dormida a mi lado, estaba de lado con el cabello hecho un lío sobre su cara, tenía los labios entreabiertos y las manos juntas debajo de su mejilla.
No entiendo que le veo tanto.
Tal vez sean las pecas, o la nariz pequeña que tenía, tal vez hasta la mandíbula fina, el cabello negro que siempre trae hecho un lío, o el olor a shampoo que dejaba impregnado por toda la cama.
Escondí mi cara entre las almohadas al sentir un calor llegarme a las mejillas.
No quiero pensar en eso ahora.
Así que me levanté de entre la cama y me dirigí al baño, el cual por suerte estaba desocupado.
Me miré en el espejo por varios segundos.
Estaba muy adormilado, apenas y podía mantener los ojos abiertos. Tenía la marca de las almohadas en mi cara, mi cabello apuntaba para todos lados.
Pero, a pesar de mi terrible aspecto de modorro, puedo decir que dormí mejor que cualquier otro día.
Bajé los escalones sin muchos ánimos, tenía aún mucho sueño, pero debía ir a trabajar al bar de Oto como todas las mañanas.
Si bien, Jace dejó una gran cantidad de dinero considerablemente bondadosa, me gustaba ir a trabajar con Julián, pues me despejaba y me distraía, me ayudaba a pensar.
Mientras servía el café en mi tasa, tenía a la dulce Marian haciendo planes para esta tarde a mi lado, ella revolvía el azúcar en su café con una cuchara de plástico, mientras que mi mirada se encontraba clavada en los dos chicos en el jardín conviviendo pacíficamente.
Isaac hacía hoyos en la tierra dentro de la caja que tenía Oto en el jardín, se trataba de una jardinera de madera que en algún momento su hermana mayor, que vivía en quien sabe dónde, había comprado, pero que ya nadie usaba y se encontraba abandonada en el sótano hasta que Resse la encontró.
Resse tenía un moño bajo atado con un trapo de cocina, y llevaba la ropa sucia por la tierra. A su lado, Isaac estaba igual de sucio que Resse, sus lentes estaban empolvados y su cabello castaño claro casi rubio estaba lleno de telarañas por andar husmeando en el sótano con Resse.
Sus labios se mueven mientras Isaac ríe, pero no logro entender de que están hablando.
Ahora Resse ríe.
Ahora ese tal Isaac es super gracioso, ¿Eh?
Sin pensarlo mucho, salgo al jardín dejando a Marian en la cocina, solo me despido rápidamente antes de salir al patio para escuchar de que tanto se ríen.
—¿Necesitan ayuda? —pregunto tratando de sonar lo más natural posible.
Resse hace un gesto con su mano, un: "No es necesario".
—Tienes que ir a trabajar —dice ella.
—Oto me dio la tarde libre —miento, sentándome con ellos en el pasto.
Resse termina por encogerse de hombros mientras se pone los guantes.
—Le explicaba a Resse que la fotosíntesis produce glucosa, aunque existen dos tipos, la fotosíntesis, la oxigénica, y la anoxigénica —comenzó a hablar sobre un montón de cosas que yo no entendía.
Crecí en una familia de doctores y psicólogos, no de jardineros y bioquímicos.
—¿Entonces esto va separado por diez centímetros cada uno? —pregunto, mirando las semillas de las zanahorias.
—Y a un milímetro del suelo —agrega Resse.
Pongo las semillas como ella misma me lo indica, y al final, Isaac pasa poca tierra sobre ellas con la pala de plástico, y luego Resse comienza a regarlas con la regadera.
—¿Cuánto tiempo tardara en cosecharse? —pregunta esta vez Resse hacia Isaac.
Este lee el paquetito de las semillas.
—Veinte días en germinar, y de sesenta a noventa días en madurar o cosecharse —responde.
Resse y yo asentimos, ella más entusiasmada que yo.
—¿Eres bueno en jardinería? —me dirijo a Isaac.
—¿Bromeas? Isaac es bueno en todo —alaga Resse al chico.
El castaño no responde, solo noto sus mejillas enrojecerse un poco mientras acomoda sus gafas en el puente de su nariz.
—Me gusta investigar sobre cosas —dice al cabo de varios segundos.
—Mi hermana es así, nunca despega su nariz de los libros medicinales y de enfermería.
—A mi hermano le gusta el patinaje —comenta Resse de la nada.
—¿Sobre hielo?
—¡Si!
—Oh, me encanta ver ese tipo de competencias, siempre es tan fino y elegante.
—Lo sé, son tan delicados algunos pasos, a pesar de ser arriesgados.
Asiento a pesar de que ninguno me presta atención.
—Alguna vez deberías ir a una competencia, desde el público es mucho más satisfactorio —dice Resse, entusiasmada.
—Lo haré, pero no viajo mucho, así que espero alguna vez se dé la oportunidad.
—Ojalá.
Me siento fuera de la charla, ambos parecen entenderse en cuanto a temas de entretenimiento y esas cosas, hasta que Resse decide incluirme.
—¿Verdad, Ossi? —se gira a mí, mirándome.
—¿Qué cosa?
—Que el jardín más bonito de nuestro vecindario es el mío —dice y luego se corrige—, bueno, segundo, la casa de mis vecinos del frente es enorme y el esposo de la dueña de la casa siempre se hace cargo de las rosas que rodean toda la casa.