3° Parte: "¿Hay un príncipe debajo de tanto mugre?"
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—Armand... Armand... ¡¡¡ARMAND!!!
—¿¿¿Qué???
—¿A dónde diablos vamos a meter a "Tarzán"? Mi tío aún no se ha ido, ¿lo olvidas?
—Podemos esconderlo en el sótano. De todas formas mi tío se irá en la mañana. Una vez que abandone la propiedad sacaremos al príncipe de allí.
Aimeé y su hermano detuvieron la vieja carreta cerca del camino que iba hacía su residencia, seguirían a pie ya que no estaban muy lejos. El hombre-mono estaba muy tranquilo en la carreta y desde allí observaba con mucha curiosidad a los gemelos mientras discutían. Armand entonces se dio vuelta y acercándose a la carreta extendió la mano hacía él, mientras con la otra sostenía un trozo de chocolate:
—¡Alteza! ¡Es hora de ir a casa!
De forma muy instintiva, "Tarzán" sonrió, agarró el trozo de chocolate y lo metió en su boca con todo gusto, dejándose tomar mano por Armand. Le bajó así de la carreta mientras seguía muy sumiso al gemelo. Aunque al acercarse a Aimeé, esta hizo un gesto de desagrado.
—¡Oh! ¡Por el Altísimo! ¡Huele horrible!
—¿Y qué esperabas? ¡Quién sabe desde cuando tiempo el príncipe no se da un baño! Al pobre le trataban como a un animal.
Los gemelos contemplaban su largo, asqueroso y muy enmarañado cabello, su barba y bigotes de pelos espesos, desordenados y tiesos como alambres y toda esa capa de mugre que cubría su piel y en especial su rostro. Apenas y se veían sus ojos claros entre tanto pelo y suciedad.
Mientras se dirigían a la inmensa propiedad de los Sergeiv, Armand notó que el príncipe mono caminaba encorvado como simio con la mirada hacía el suelo y dejándose guiar. Aunque de tanto en tanto se volteaba a Armand y le extendía la mano.
—¿Qué? ¿Quieres más? ¡Tendrás mucho más cuando lleguemos a casa! Así que andando, no podemos dejar que nos caiga la madrugada en este oscuro paraje.
Al llegar a su residencia, los gemelos fueron directo a uno de los extremos de la mansión. Allí estaba la entrada al sótano, así que Aimeé tomó del cuarto de trastos una vieja lámpara y la encendió mientras su hermano golpeaba el viejo y muy oxidado candado con una herramienta hasta que este se partió en dos.
—¡Más fácil que partir una galleta!
Abriendo así la cubierta, los tres descendieron iluminados por la lámpara. Abajo el lugar estaba lleno de muchos muebles, herramientas, y cajas de ropa y utensilios en desuso. Había muchísimo polvo y humedad en el sitio...y ratas.
—Armand, ¡este lugar es horrible! ¡No podemos dejarle aquí! Creo que hasta su jaula era mejor.
—¡Sólo será por unas horas!
—¿Por qué mejor no le llevamos a la bodega de vinos? Al menos en ese lugar se puede respirar...
Disuadido por Aimeé, salieron de ese horrible lugar y caminaron entre el viñedo hasta llegar a un edificio de piedra que era el lagar de la propiedad. Allí mismo al fondo estaba ubicada la bodega de los vinos, Armand abrió la cerradura y entraron.
—¡Mucho mejor! —sonrió la joven al iluminar la bodega.
—Como si fuese a notar la diferencia...—comentó Armand con fastidio porque de tanto ajetreo ya se sentía cansado.
—Tenemos que buscarle algunas frazadas y quizás un par de almohadas para que descanse.
—¿Acaso no veías como dormía? Dudo mucho que trayéndole esas cosas recuerde cómo dormir decentemente.
—Armand, ¿tú crees que van a creernos que este...hombre, es el príncipe perdido? Luce más como un simio que como un heredero al trono. Si nos presentamos en la corte con él lo único que ganaremos es que nos echen a las mazmorras.
—¡No seas estúpida! ¡No lo presentaremos de esta forma! Lo bañaremos, lo afeitaremos y lo vestiremos decentemente. Lo demás es cosa de ayudarlo a recordar su verdadero origen. Posiblemente luego de tantos años viviendo entre salvajes y luego todo lo que ha sido su penosa cautividad, le han afectado al punto de hacerle olvidar quién es. ¡Así que le ayudaremos a recordarlo!
Aimeé miraba con mucha lastima al supuesto príncipe. Si bien no tenía la misma certeza que su hermano sobre su origen, si sentía pena por él debido a la miserable vida que había tenido.
***
—No quiero que piensen que he dejado de quererlos, esto me duele más a mí que a ustedes, pero es la única forma en la que aprenderán a que todo en la vida tiene un precio y que debemos hacernos merecedores de ello con sacrificio y esfuerzo. Sé que son buenos chicos, por eso les pido que reflexionen y se hagan personas dignas y respetables.
El conde Marcell Sergeiv abrazó a sus sobrinos muy conmovido, ya que les amaba como si fuesen sus hijos.
—¡Haremos que te sientas orgulloso de nosotros! ¡Ya lo verás! Te sorprenderás de lo que podemos lograr. —Le respondió Armand con su característica prepotencia.