Los Cuentos se Mezclaron

Pinocho y las Habichuelas Mágicas.

Había un pequeño pueblo perdido en el bosque, un pueblo con muy pocas casas, muy pocas personas, muy pocos niños, y muy pocos adultos. Entre ellos, había un señor, ya viejo, que hacía marionetas. No se había casado, así que no había tenido ningún hijo o hija. Con sus marionetas, él imaginaba que tenía cientos y cientos de niños a su alrededor.

Un día, el señor, que se llamaba Geppetto, estuvo todo el tiempo trabajando en una única marioneta. Era un niño de pelo negro, ojos verdes y piel rosada. Tenía la ropa amarilla y roja, unos zapatos azules, un sombrero verde y una sonrisa que iba de oreja a oreja.

Cuando se hizo de noche y Geppeto miró a su marioneta, se sintió tan feliz que hizo una fiesta. Era el mejor de todos los muñecos que había hecho. Lo llamó Pinocho. Pero cuando se fue a dormir, sintió mucha tristeza, pues quería que Pinocho estuviera vivo, que fuera un niño de verdad.

Antes de dormir, le pidió su deseo a la primera estrella del cielo, pues las estrellas, aunque están lejos, siempre escuchan los deseos sinceros y los cumplen. Geppetto no creía que eso fuera posible, pero se sintió bien luego de decirle lo que quería a la estrella, así que cuando se fue a dormir, lo hizo con una sonrisa.

A la  medianoche, la estrella comenzó a brillar más y más, siendo la más brillante del cielo, hasta que un pequeño rayo de luz se escapó de ella. Resulta que ese rayo no era un rayo, sino un hada muy hermosa y gentil, se llamaba Stella.

El hada Stella bajó hasta el pueblo, buscando al que había pedido su deseo, hasta que encontró la casa de Geppetto. Fue hasta ella, entró y vio a todos dormidos, así que decidió aprovechar para cumplir el deseo del señor.

Buscó y buscó hasta encontrar a Pinocho, lo tocó con su varita y le dio vida. Cuando Pinocho parpadeo y se levantó, los hilos de su cuerpo de cayeron. El hada le dijo que estaba vivo, pero para ser un niño de verdad tenía que demostrar que podía serlo.

Pinocho le dijo que sí, que quería ser un niño de verdad y que haría lo que fuera. El hada le advirtió que por cada error, por cada mentira, su nariz iba a crecer, y solo haciendo lo correcto podría volverla a la normalidad hasta convertirse en un niño. Pinocho aceptó todo sin quejarse.

Antes de irse, Stella le dio a Pinocho uno de sus cabellos blancos.

—Si te ves en problemas, pide un deseo mientras sostienes este cabello, y yo vendré en tu ayuda, pero solo servirá una vez. Luego de eso, tendrás que hacerlo todo por tu cuenta, ¿Entendido?

—Entendido—Dijo Pinocho contento—.

Stella se fue volando, recordándole a Pinocho que fuera bueno para poder volverse un niño de verdad, y cuando se fue, Pinocho fue a afuera de la casa de Geppetto. Allí había algunos niños que se escapaban de sus casas, y como Pinocho no sabía que eso estaba mal, los siguió.

Los niños llegaron hasta un lago gigantesco y se lanzaron a él, Pinocho, que no sabía que eso estaba muy mal, también lo hizo. Nadie sabía nadar, pero tampoco se ahogaron, porque el agua del lago desaparecía mientras más bajaban los niños.

Al final, todos llegaron a un circo gigantesco, casi del tamaño del bosque. Allí había dulces, cerveza, cigarros, juegos, martillos, pistolas, todo lo que los adultos no dejaban que los niños tocaran.

Los niños jugaron con las pistolas, disparando a las casas, bebiendo cerveza, fumando, golpeándose entre sí, rompiendo y robando. Pinocho también lo hacía, porque era divertido, pero no sabía que estaba mal, que esas cosas no se deben hacer.

Una hora después, los niños comenzaron a sentirse mal. Sus orejas se volvían largas, su voz dejaba de sonar, su piel se volvía peluda, hasta que se convertían en unos burros. Pinocho vio todo con mucho miedo, pero él ya estaba convirtiéndose también: Tenía una cola, unas orejas, y tenía mucho pelo en todo el cuerpo.

Corrió y corrió hasta salir del circo, que estaba en un gigantesco desierto. Allí se encontró a un oso panda, gordo y flojo, que lo vio y le dijo:

—¿Vienes del Circo?

—¡Sí, sí! ¡Ayúdame!—Lloró Pinocho—.

—Toma estas habichuelas y plántalas justo en donde estás parado, luego salta dos veces, y tus problemas se resolverán—Dijo el panda dándole una bolso con algo adentro—.

Pinocho decidió hacerle caso, pero no sabía que no había que pedirle ayuda a los extraños, así que su nariz comenzó a crecer. Se fue corriendo a un lugar en donde estaba solo, donde nadie lo viera, planto las habichuelas en el piso y luego de saltar, esperó.

Pocos segundos después la tierra tembló y se abrió. Era un terremoto muy fuerte, demasiado, así que cuando salió un árbol de donde Pinocho había plantado las habichuelas, se agarró muy fuerte y cerró los ojos.

Sintió que se movía mucho, que todo giraba, pero por miedo no abrió los ojos. Cuando todo se detuvo, lo hizo, y vio que estaba en el cielo, justo encima de las nubes. Pinocho tuvo miedo de bajarse, pero ya le dolían los brazos, así que lo hizo.



#11791 en Joven Adulto
#21716 en Fantasía

En el texto hay: retelling, cuentos de hadas, magia

Editado: 10.02.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.