Se establece básicamente de química en mi cerebro, su existencia la anfetamina que domina los nervios y la euforia natural que engancha tanto como un psicoactivo metafórico de la vida, de mi vida. Hace sensible y acelerado a mi pulso, la presión que siente mi corazón en alcanzar la sensación del dolor, las horas pasan como segundos apresurados y la risa avergonzada devuelve los gestos de tensión e inevitable comodidad de ser toxicómano a su ser. Las ideas que fluyen a la velocidad de la luz y aman los pretéritos, los sueños que tengo y las historias que contaré. La escasez y penuria de tenerle más allá del horizonte y mis deseos. Convocar a sus dioses y proclamar apego, necesidad de su voz y escuchar en silencio, escucharle como un ciego. Andar sin más y verle pasar tras los vientos, en pleno otoño con mis ojos en el cielo. Despertar y querer abrazar sus miedos y juegos, dejar de pensar y reír con sus celos, con sus interminables misterios que anhelo. Los destellos, esos que brillan a la luz del Sol y en la noche más oscura, la comprensible ambición de tocar su pelo, la sed de sus besos, mis antojos y caprichos que resumen los ángeles en el suelo. Mi droga a sus medicamentos con efectos duraderos, cómplice de mis desvelos. Grandes tormentas que limpian mis sueños con carmín y violetas en el sedimento de un mundo nuevo, uno mágico sin sentido que atraviesa cualquier tópico o cliché que puedan suscitar los médicos. Ella ejerce un efecto directo en mi médula espinal, es un ritual que debe continuar.
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mis mundos imaginarios, realidades sin censura, calla y a veces grita
Editado: 04.02.2020