Una madre acompaña a su hija de regreso a casa, es un viaje largo, tal vez les lleve unas cuantas horas, así que la madre toma la palabra.
— Aun recuerdo cuando eras tan solo una niña – dijo la madre.
— Era cuestión de tiempo que te aburrieras en viajes tan largos y al rato te ponías a corretear, eras tan linda en ese entonces. ¿No estás muy calmada ahora? Me gustaría ver esa energía infantil nuevamente...
Suspiró y se quedó callada durante un tiempo, la nostalgia la invadía, eran buenos recuerdos, ella estuvo siempre allí para su hija.
— Tenías una especial afinidad para el piano, aun sonrío cuando recuerdo tu carita al ver tu nuevo juguete, no tardaste en usarlo y aprender las notas básicas.
Cuando te diste cuenta de que no era suficiente, pediste un cambio, uno mejor, pero se nos puso algo difícil. Al final, conseguimos uno más avanzado y nos lo agradeciste con lágrimas en los ojos.
La madre sonrió, era inevitable, eran buenos recuerdos, pero se han quedado en el pasado
— El día de tu boda todos estábamos llorando, pero cuando te asomabas, lucíamos nuestra más radiante sonrisa para que tu boda sea todo alegría. Sabíamos que si nos veías así, también te deprimirías y eso podía arruinar tu boda, queríamos que todo fuera felicidad para ti.
Las lágrimas desbordaban de sus ojos, el nudo en su garganta no le dejaba hablar claramente.
— Cuando tu esposo murió con esa extraña y fulminante enfermedad, estuvimos siempre juntos, fue un golpe duro, pero lo afrontamos siempre de la mejor manera.
Conseguimos los mejores profesionales para ti, lo fuiste superando y pudimos ver tu sonrisa nuevamente.
Te volviste a casar, pero con un hombre extranjero.
No es un mal tipo, pero te arranco definitivamente de nuestros brazos. Tal vez, nuevos aires te ayudarían a superar tu tristeza.
Pasado un tiempo te prometí, que te iría a ver tan pronto pudiera.
La madre rompió a llorar y golpeaba con fuerza la caja que estaba a su lado.
El padre, oyendo silencioso, solo se acercó y abrazo a la madre, buscando consolarla, pero también lloraba.
— Ninguno de nosotros, ni siquiera tu nuevo esposo sabía que aun estabas mal.
Tal vez, debimos sospecharlo al ver que no habías tocado el piano nunca más.
Una mañana, a dos días de mi visita, tu esposo nos llamó llorando, pero no pudo darnos la noticia.
Entonces un policía lo relevó y nos dijo, que duermes y no despertaras. Siempre tuviste problemas para dormir, lo recuerdo muy bien, creo que al fin de cuentas, lograste hacerlo.
El papeleo fue complicado y doloroso, pero finalmente cumplí mi palabra. Nuestra promesa.
Te hemos ido a visitar y ahora vamos de vuelta a casa.
Lo siento mucho, llegue tarde, muy tarde.
Y ambos padres rompieron a llorar...