"Cuando lo abras, el sobre estará vacío.
¿Qué? ¿Te sorprende? Mal, muy mal, es que te lo mereces, siempre fuiste un tipo muy malagradecido, nunca me dejaste comer mis caramelos, me los quitabas cuando casi estaban en mi boca o me los escondías en lugares que nunca pude alcanzar.
Siempre tratabas de darme de comer comidas malas y amargas medicinas y nunca me dejabas solo ni un instante, ¿sabes lo fastidioso que fue todo eso?
Así, cuando me entere que tenía que dejar un testamento, lo primero que pensé fue en ti y todo el mal que me has hecho, por lo que aquí te dejo un sobre con todo mi agradecimiento para contigo".
Cuando lo abrió, efectivamente, el sobre estaba vacío.
El joven por su parte, se encogió de hombros y guardo con mucho cariño el sobre y la carta, después de todo, era lo único que le quedaba de su amado abuelo, quien fue perdiendo sus facultades mentales con el tiempo y a quien cuido hasta el último momento.
Él siempre supo que iba a ser así, desde niño prometió que lo cuidaría como lo había hecho con él y se encargó de cumplir su promesa por difícil que sea.
Junto a su abuelo, mientras estaba en pleno uso de sus facultades, cuidaban a otros ancianos y juntos supieron lo duro que sería esa etapa, por lo que no lo tomo por sorpresa. Aun así fueron los años más dolorosos de su vida cuando el doctor le diagnostico demencia senil, como otra carga que agregar a su diabetes que lo atormentaba lejos de su segunda cosa preferida en la vida, los dulces.
Probablemente fue una carga pesada, pero nunca quiso despedirse de él, a pesar de que su abuelo siempre le decía que era mejor hacerlo en ese momento y no cuando sea muy tarde.
Siempre se despidió con un hasta luego o un nos vemos mañana, siempre con la esperanza de volverlo a ver, de escuchar sus historias, de sentir su cálido abrazo cuando estaba desconsolado, de que todo vuelva a ser como antes, pero la vida nunca es tan ideal.
Fue duro cuando el abuelo se olvidó de su nombre, fue duro cuando olvido el nombre de todos, también lo fue cuando olvido aquellas historias que tanto le gustaba oír a cada momento, pero también existieron momentos de lucidez en los que el abuelo felicitaba su duro trabajo nombrándolo y dándole un abrazo, como si aquella persona que siempre quiso solo estuviera yendo y viniendo de un viaje cada vez más largo.
El mismo asilo donde cuidaban a otros pacientes, ahora los alojaba entre sus frías y tenebrosas paredes, el joven, a pesar de su devoción, debía ir y volver para poder continuar con su vida, el mismo abuelo en sus momentos de lucidez lo obligaba a continuar en lugar de seguir manteniendo a una reliquia oxidada, pero a pesar de todo, siempre volvía, cada mañana a saludarlo y cada tarde a desearle buenas noches.
A veces se encontraba con un niño berrinchudo, otras veces se encontraba con un venerable y sabio anciano dispuesto a consolarlo incluso se ha encontrado con aquel joven conquistador que fue en otras épocas.
Eran tristes los momentos en los que llegaba y lo único que encontraba era un vegetal, un ser durmiente que no podía hablar, como si de una lápida viva se tratara, sentándose a su lado imaginándose que hablaba con él y le contaba esas historias que tanto le gustaban.
Tantos recuerdos y tanto tiempo no le daban oportunidad para asimilar lo que sucedía, el abuelo se había marchado una noche tranquila sin mediar palabra, sin dar oportunidad a los doctores de mantenerlo en esta tierra ni un momento y sin decirle buenos días al joven por última vez.
La despedida llego como lo había dicho el abuelo, pero el joven nunca se despidió, lo último que le dijo fue, "Hasta luego"
El timbre de su casa lo saco de sus pensamientos, un abogado y amigo del abuelo se asoma y saluda educadamente, trae un mensaje de una época antigua o tal vez no tanto, pero sin duda, algo en lo que tanto el abuelo como el joven tendrían el interés de leer.
"Cuando lo abras, el sobre estará vacío. Y, abriéndolo, sabrás que efectivamente estará vacío, así son las cosas con esta enfermedad. Escribí esto por si te llega un testamento de mi yo demente, pero quiero que tengas mi verdadero mensaje y sepas que siempre estaré agradecido por lo que has hecho por mí.
Seguramente me habré marchado sin despedirme, así que permíteme hacerlo bien.
Adiós, querido nieto, gracias por todo lo que hemos pasado juntos, se feliz y vive tu vida al máximo"
El abogado también le mostró la verdadera herencia y un diario con muchas de las historias que solía contar, con una nota diciendo "para cuando no esté para contártelas"
Fue entonces cuando el joven rompió a llorar.