Alexa
Recuerdo las veces anteriores en que me rompieron el corazón, aquellas en la que creí haber hallado a mi príncipe azul, ninguna ha dolido tanto como terminar mi amistad con Arturo, porque a pesar de las ilusiones rotas el tiempo me llevó a comprender lo falsa o efímeras que fueron las palabras de amor susurradas por esos sapos disfrazados de principes.
En cambio el afecto y el interés mostrado por aquel pequeño, era sincero y real, desprovisto de cualquier deseo egoísta.
Miranda ha tratado de subirme el ánimo con su receta para todo mal, fiesta, licor y mucha diversión, pero nada funciona, ni siquiera volver a salir con la última conquista que hice en el sex shop, un morenazo adepto a los juguetes sexuales y consumado masajista, poseedor de una mirada pecaminosa y una voz ronca y sensual que me prometió noches de placer si me iba a la cama con él.
Después de darse por vencida, Miranda, trató de explicar mi apatía, con un “precoz deseo maternal”, según ella, era presa de esas ansias que en algún momento de nuestra vida nos afectan a la gran mayoría de mujeres y que son utilizada por la madre naturaleza para perpetuar la especie: el deseo de procrearse y llenar el nido.
Ilógico, solo tenia 23 años, pero con tal de quitarmela de encima cedí cuando me propuso cuidar a las hijas de su hermano todo un domingo para comprobar su "teoría del nido”. El resultado fue un fracaso total, ese par de gemelas eran la versión femenina de Chuky, aún tenía pesadillas con el conato de incendio que provocaron y la urticaria que padecí por 3 días gracias a sus bromas.
La conclusión que obtuve de ese horrible experimento es que mi apego con Arturo no era producto de un instinto maternal insatisfecho, si fuera cierto, hubiera desaparecido inmediatamente después de la experiencia con las gemelas.
Estaciono el coche de mi madre frente a la cochera que sigue bloqueada por unos trastes viejos de papá y me apresuro a bajar con ganas de tirarme en mi cama después de asistir a consulta por un molesto virus que contrajeron al cuidar las sobrinas de Miranda.
A pesar de sentirme fatal decidí ir a trabajar para demostrarles que puedo cumplir con sus exigencias pero al mediodía mi jefe preocupado por mi salud y la suya propia, si continuaba esparciendo virus por toda la oficina, me ordenó ir al médico y tomarme el resto de la tarde libre.
Voy a cerrar la puerta del coche cuando escucho un suave estornudo, asombrada reviso el asiento de atrás y me encuentro a Arturo Santiesteban dormido justo detrás del asiento del conductor.
Miro el reloj, pasan de las dos, cierro los ojos y elevo una corta plegaria al cielo rogando misericordia, esto no me puede estar pasando a mí, abro los ojos y un repentino mareo golpea mi cuerpo pero me obligó a reaccionar rápidamente, debo avisar de inmediato al colegio, la maestra del niño debe estar desesperada buscándolo al igual que otros funcionarios del colegio y su padre …… Dios, necesito que se pongan en contacto con Santiesteban.
—Arturo, no tienes ni idea del lío en que me acabas de meter —susurro bajito.
Con las manos temblorosas trato de despertar a mi pequeño amigo, quien al escuchar mi voz abre sus ojitos y dice mi nombre, luego acomoda su cabeza sobre el asiento trasero del coche de mi madre y sigue durmiendo.
Insisto varias veces pero se hace sordo a mis llamados por lo que no me queda más opción que sacarlo dormido del auto, hago malabares con él en mis brazos para buscar mis llaves dentro del bolso, hasta que por fin las halló y puedo abrir la puerta de mi casa, que gracias a Dios a estas horas se encuentra vacía, mi padre y mi hermana cumplen su jornada laboral mientras que mi madre está en su curso de cocina.
La realidad me golpea cuando mi mente empieza a mostrarme las posibles consecuencias de la travesura de Arturo, perder mi empleo, la ira de Santiesteban y peor aún consecuencias legales, Arturo debe hablar con su padre y el director del colegio, si no aclara la situación podrían llegarme a culpar incluso de secuestro.
Debo comunicarme con el colegio. Con las manos temblorosas y el corazón a mil, presa de la ansiedad, marco a la oficina de mi jefe.
Cuarenta minutos después iba de regreso al colegio con un lloroso Arturo, no fue fácil explicarle a mi jefe como de la nada surgió mi amistad con Arturo y hallar una posible explicación de cómo pudo evadir a su maestra, caminar por varios pasillos, salir del colegio, ingresar al parqueadero y subir a mi auto sin ser visto por nadie.
Mi jefe prometió hablar con el director y contarle lo sucedido mientras llegaba con Arturo al colegio, admitió que aunque la situación podría prestarse a malentendidos debido al impase que mantuve con el padre de Arturo y que fue un error no informarle enseguida a él, las cámaras de seguridad probarian mi inocencia, ya habían sido solicitadas a la persona encargada, lastimosamente habían perdido demasiado tiempo buscando al niño dentro del colegio pensando que estaba escondido en algún rincón sumado a que ese día la profesora de Arturo estaba de licencia y habían colocado a una maestra relativamente nueva como reemplazo y solo habían notado la ausencia del niño cuando llegó el chófer de los Santiesteban a recogerlo al final de clases.
Al terminar de hablar con mi jefe tomo a Arturo y me subo con él al carro de mi madre, el tráfico no juega a mi favor y golpeo el timón frustrada mientras lidio con una pataleta de Arturo quien molesto y cruzado de brazos se niega a hablar conmigo, a pesar de que le insisto una y otra vez que me explique como llegó a mi auto.
El estrés me juega una mala pasada al imaginar mi encuentro con el padre de Arturo y todas las explicaciones que tendré que dar al director del colegio sumado al disgusto que sufrirá mi padre si esto llega a sus oídos, siento como mi temperatura aumenta al no haber tomado aún los medicamentos tal como indicó el médico debía hacer apenas llegara a mi casa y lo peor es que no tengo ni idea cuando podré hacerlo, debido a la advertencia del galeno que uno de los medicamentos causa una fuerte somnolencia.