Aunque sabía que, ante algún hecho desfavorable, la Madre Luna alertaría de inmediato a Amelia para que lleguemos al rescate del equipo que enviamos a territorio Dracul, no podía dejar de estar preocupado por los míos. Durante la semana que estuve pendiente del entrenamiento de Catalin para que controle su don de nacimiento, había descuidado mis responsabilidades en los temas del holding, por lo que esa tarde de sábado estaba reunido con mi séquito en la biblioteca de la mansión poniéndome al día en mi labor profesional. Sin embargo, no lograba concentrarme en los negocios que se basaba la prosperidad que gozaba la manada porque estaba ansioso por tener noticias desde Bran.
Tras acabar con todos los pendientes de los negocios y cenar, me fui a descansar al lado de mi Luna, quien ya no necesitaba dormir, pero igual se acostaba a mi lado para mimarme mientras relajaba mi cuerpo por unas pocas horas, ya que, como licántropo, no necesitaba dormir tantas como lo hacen los humanos. Cuando desperté, aún era de madrugada. Al ver la hora en el reloj de muñeca que dejé en la mesa de noche, calculé de inmediato la hora que estarían en Europa, por lo que supe que era cuestión de minutos para que los míos dejen Teramo junto a los guerreros Barone y se dirijan a Bran.
Sin poder permanecer un minuto más en la cama –cosa que a Amelia le llamó la atención porque me encantaba estar echado junto a ella, haciendo más que dormir-, le pedí a mi Luna que me acompañe a caminar por el vecindario. Necesitaba despejar mi mente.
Desde que Amelia recuperó la consciencia divina y el poder que con ella se le otorgaba, tenerla entre mis brazos me proveía de una paz que me hacía feliz. Que me hiciera recordar el tiempo que siendo espíritu pude compartir con ella, y saber que estábamos destinados a ser el uno para el otro por la eternidad, fue algo más que me llenó de confianza y seguridad sobre la relación predestinada que teníamos, por lo que pensar en perder un recuerdo, aunque fuese ese tan desagradable, no cabía en mi entendimiento porque todo lo que tenía que ver con ella era para mí precioso.
Al llegar el amanecer a Lima, las calles del vecindario empezaron a llenarse de miembros de la manada que salían para hacer sus actividades de domingo. Todos nos saludaban con mucha alegría, con sonrisas y gestos que nos dejaban su aprecio por nosotros. Ellos, que estaban asentados en Perú, lejos del territorio original de Los Höller, nunca habían pensado que el Alfa y la Luna vivirían entre ellos, por lo que valoraban mucho ese tiempo que pasábamos en el vecindario de Renania. Estábamos regresando a la mansión cuando Amelia recibió telepáticamente un mensaje de Killari.
Tras lanzar un suspiro de rendición ante mi Luna, me dejé llevar por ella y seguí todo al pie de la letra, como ella lo había indicado. Apenas habíamos recibido las viandas del desayuno en la biblioteca, cuando volví a demostrar mi ansiedad al no dejar de mover la pierna derecha.
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Editado: 04.03.2024