El entrenamiento mental que realizamos los licántropos no solo ayuda a controlar las emociones para ser efectivo en el campo de batalla, sino también para poder afrontar exitosamente el desenlace lamentable que se da al terminar cada enfrentamiento: la muerte de nuestros compañeros. Aunque es doloroso que uno de los nuestros caiga en acción bélica, lo es más cuando la muerte llega producto de un sacrificio que nos da el triunfo. Aideen no era una licántropa, pero estuvo en nuestra manada por algo más de cinco siglos, el tiempo que pudo amar en esta vida a Abelard Müller, uno de los nuestros que resultó ser su compañero eterno, y desde ese día, en que almas gemelas se encontraron, ella, un hada de fuego, se convirtió en un miembro de la Manada Höller.
Para mí, esa noche de enfrentamientos fue la primera. Nací cuando Los Höller estábamos viviendo un período de paz al dejar Los Dracul de insistir en recuperar a Catalin, por lo que en esos casi primeros veinticuatro años de vida no tuve la necesidad de pisar un campo de batalla. Sin embargo, puedo decir que por más entrenamiento y experiencia que se tenga en actos bélicos, uno nunca llega a superar el tener que despedir a quienes partieron luchando por proteger a los suyos. Digo esto porque mi bisabuelo Karl y mi abuelo Hugo, quienes durante sus años siendo el Alfa de la manada se la pasaron enfrentando a los vampiros que buscaban infundir el terror entre los humanos, se quebraron al no encontrar ni un rastro de Aideen, a quien conocieron bien y aportó mucho en esos años de guerras. El dolor de no tener un cadáver para realizar unos dignos funerales a un hada guerrera era lo que enfurecía de tristeza a dos de mis predecesores. Y lo entendía porque yo mismo me puse a pensar sobre ello. Sin embargo, todo pensamiento se centró en el dolor cuando reparé en Katha, quien lloraba porque ella había perdido algo más que un compañero de batalla, había perdido a su madre, a quien amaba y admiraba.
Creo que todos dejamos de sentir nuestro propio dolor por la pérdida de Aideen cuando reparamos en lo que perdía Katha. No solo era la progenitora que desapareció de este plano para volver ante la presencia del Dios Supremo, quien de seguro la recibió gustoso de que vuelva al Segundo Coro Angélico, el de los querubines, al cual perteneció antes de aceptar encarnar para proteger la creación, sino que sabía que era cuestión de tiempo para que también se tuviera que despedir de su padre, ya que, al faltarle su alma gemela, Abelard no sobreviviría por mucho tiempo. El dolor de perder a quien nació para ti era desgarrador, por lo que la muerte siempre era la solución para dejar de sufrir.
Katha era hija única de Abelard y Aideen. Las hadas no suelen tener muchos hijos, con mayor razón cuando el compañero predestinado pertenece a otro pueblo sobrenatural porque el embarazo y parto se generan muy riesgosos, por el pequeño tamaño de las hadas. En el caso que el hada sea el macho, la opción de tener más crías con una compañera eterna de otra especie es posible, pero usualmente siempre optaban por tener uno o máximo dos hijos.
Sasha e Ícaro trabajaron sus hechizos sobre Katha para hacer que su cuerpo depure todo rastro de plata, recuperándose por completo en poco tiempo. Después de que se confirmara que ella estaba totalmente fuera de peligro, junto a Klaus partió hacia la frontera de Alemania con Austria, donde quedaba la pequeña cabaña donde sus padres vivían en la profundidad del bosque. Ella quería darle la noticia personalmente a Abelard y trasladarlo de inmediato a Perú a vivir con ellos, ya que, como dijo Amelia, la partida del guerrero Höller era inevitable, pero que sea en compañía de quienes más lo aman, haría que sus últimos días sean más gratificantes.
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Editado: 04.03.2024