—Listos o no, allá voy— Dijo Josh sobresaltándome y haciendo que soltara de inmediato la mano de Axel, como si me hubiera quemado, llegando hasta nosotros— ¿Ya me pueden contar por qué tanto escándalo para confesar su amor?
—Nosotros no— Me negué de inmediato.
Axel sonrió con cinismo, convirtiéndose de repente en otra persona.
—¿Sabes Josh? Eres un idiota.
—¿Qué? ¿Qué dije?— Llegó sentándose en medio de los dos pasando uno de sus brazos por mis hombros— Dime que te dijo.
Se dirigió a mi.
—Josh, él no me estaba confesando ningún amor— Lo empujé lejos de mí — Tiene novia. Solo hablábamos civilizadamente de como podíamos resolver lo que había sucedido.
—Y dime... ¿A qué conclusión llegaron?— Parecía realmente interesado.
—A que todo va a estar bien ¿Ok?— Volví a empujarlo.
—Que mentirosa la niña— Bromeó.
Mis ojos se fueron como láser a él, y de inmediato el comprendió lo que quería preguntarle.
Negó con la cabeza.
Alexander no sabía lo que había pasado entre Jazmín, Eidan y yo, y de algún modo eso resultó ser un alivio.
—Debo irme— Me puse de pies con la caja de la cámara en mis manos.
—Solo porque llegué ¿Verdad?— Bufó Josh haciéndome rodar los ojos.
—No... Debo irme porque tengo que terminar una trabajo de la escuela con una amiga— Lo miré con la ceja elevada— Y como mañana estaré en la iglesia tal vez no tenga tiempo.
—Amén...— Dijeron los dos al mismo tiempo.
Rodé los ojos.
—Son dos idiotas.
—Nos vemos mañana, también iremos— Respondió Josh.
—Tu no vas a la iglesia— Mencionó Alex.
—Ni tu tampoco— Lo acusó— Pero mañana iremos, porque Biangelis nos invitó.
—Yo no los invité— Refuté.
—Tienes que volver a doctrinarte mujer, estás muy confundida sobre como atraer miembros a tu religión— Elevó una de sus cejas oscuras Josh.
—De favor, no bromees con eso— Le reproché— Y no es mi religión, visito la iglesia, como harán ustedes mañana, solo que yo lo hago cada domingo con toda mi familia.
—Suena divertido...
—Alex— Le reproché el sarcasmo— Si en serio van a venir les enviaré la dirección, será a las nueve de la mañana.
—Si, ahí estaremos.
—Adiós— Me di la vuelta y comencé a caminar en dirección a mi casa alejándome de ellos.
—¡Adiós hermana!— La voz de Josh a mis espaldas me hizo poner los ojos en blanco, y sin responderle continué con mi camino, solo que esta vez no iba en dirección a mi casa, si no a casa de mi abuela, doblando a la izquierda cinco calles mas abajo, donde seguramente estaba toda mi familia recibiendo al abuelo.
Caminé tranquilamente en dirección hacía la casa, que a diferencia de la mía tenía rejas negras por todo el borde, un camino de rocas hasta la puerta principal, donde se alzaban grandes paredes color blanco hueso. La casa de mi abuela era estilo victoriana y cuando era niña siempre que venía aquí me sentía una princesa viviendo un cuento de hadas.
Ahora de grande no era mucha la diferencia, pero al menos ya entendía que no era cuento.
Caminé por las rocas hasta la entrada principal y abrí la puerta encontrándome con una gran repisa de caoba que tenía una jarrón de cristal con unas rosas rojas, puse la caja con la cámara al lado del jarrón y me sorprendió mucho que en el jardín de la casa no estuvieran preparando una barbacoa mientras celebraban el regreso de Julián.
El tormento de mi abuela.
Caminé hasta la sala principal en la que había un gran silencio, y casi me desmayé cuando al entrar se encontraba nada más y nada menos que Felipe Jhensen con sus manos cruzadas frente a su rostro, con una camiseta rojo vino y un pantalón jean, que lo hacían verse más lindo de lo que realmente era. Sentado en el sofá rojo de mi abuela que tanto odiaba mi madre, lo único con color en toda la habitación, pues todo lo demás era completamente blanco.
—¿Felipe, qué haces aquí?— Fue todo lo que pude preguntar, al tiempo que me daba cuenta de que él no estaba solo, estaba acompañado por mi abuelo quien parecía estar analizándolo con detenimiento desde la otra punta del sofá. Él era tan distinto de mi padre; mientras que mi papá observaba en silencio, mi abuelo actuaba como un torbellino y luego se arrepentía.
Sentada en una silla blanca en la esquina de la habitación con los ojos llorosos y la nariz roja estaba mi abuela, entonces me pregunté si solo para eso había vuelto Julián.
—¿Mamá, que pasa?— Pregunté caminando en dirección a ella como un instinto básico y mi abuela naturalmente negó con la cabeza, negándose a hablar— ¿Qué pasó? ¿Es Lowly?
—Tranquila, todos están bien.
—Entonces ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo sabías que estaría aquí?— Me giré hasta Felipe frunciendo el ceño, si no había pasado ninguna emergencia familiar, no comprendía que hacía en la sala de mi abuela un sábado en la tarde.
Él elevó una de sus cejas a la vez que tronaba sus dedos.
—No sabía que estabas aquí Lis, y créeme de haberlo sabido no hubiera venido. Estoy visitando a mí... ¿Cómo se supone que debería llamarte Julián?— Se giró hacia el abuelo y la sonrisa que este había intentado mostrarme desapareció— ¿Padre...? ¿Papá...? ¿Papi...?— Preguntó sarcástico soltando una risa cargada de dolor mientras yo me quedaba paralizada en medio de la puerta.
—¿Qué clase de broma es esta? Lo que sea que estés haciendo Felipe, para ya— Respondí intentando recuperarme del shock— ¿Te acercaste a mi ayer solo por qué querías jugar así con mi familia? No lo puedo creer. ¿Padre..? ¿Abuelo, que significa esto?— Me giré a él quien parecía estar más interesado en el espejo circular de la sala que en nuestra conversación.
Julián Collings rodó sus ojos color chocolate. Unos que ahora me fijaba eran idénticos a los de Felipe.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza y entonces me giré hasta mi abuela, quien estaba segura no se prestaría para un espectáculo de tal magnitud, mucho menos para mostrarse hecha pedazos a menos que se tratara de su única debilidad, nuevamente él.
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Editado: 09.10.2020