Wintercold es un lugar hermoso desde la distancia. Eric se aleja más y más mientras ve impávido los rascacielos, edificios, y luces de neón que deja atrás. El débil sol sale tímido por el horizonte para luego esconderse entre las nubes. Hace frío, y su temperatura corporal seguirá bajando mientras continúe muriendo lentamente.
Dejó de beber para ganar más tiempo, tiene algo muy importante que hacer antes de que la Muerte se le presente cuando menos se lo espere. Conduce con tranquilidad a través de los inmensos bosques de robles y coníferas que se extienden hasta Pergamino, en Ravenville, justo en el límite con Wintercold, y vira hacia la izquierda bordeando la interestatal, directo a la Sede Central Federal.
Cuando llega allí, empieza a caer una fina llovizna. Eric estaciona su auto, en silencio, contemplando la lluvia deslizándose en el parabrisas mientras piensa en la tempestad que se le avecina.
Morirá. Y al igual que el cielo nublado, ese pensamiento hace que él también quiera llorar. Ignora el tic tac de las luces intermitentes del auto, más preocupado por el vehículo estacionado más allá.
Gabriel está aquí también. Esto es malo.
Eric dirige su mirada seria a los documentos en el asiento del copiloto, e inspirando profundamente, los toma un momento después. Sus manos presionan con fuerza la carpeta marrón antes de colocársela bajo el brazo, y luego, acompañado de un bastón, sale con mucho cuidado del coche, directo a la Oficina de Asuntos Internos para ver al señor Fernando Castillo. Da tres golpes sólidos antes de que el hombre le diga que puede pasar, y entra cruzando miradas con Gabriel. El hombre de Inteligencia sonríe poniéndose de pie como si esto no tuviera nada que ver con él, y le da un fuerte apretón de manos.
—¡Qué bueno verte! —dice alegre, mostrando sus dientes, y comprime su mano todavía más mientras lo mira a los ojos sin pestañear.
Está enviándole un mensaje.
—Un gusto verte, un gusto —musita Eric nerviosamente. Los fuertes latidos de su corazón en sus oídos.
Esto está mal.
—Justo a tiempo, señor Ross —dice el Sr. Castillo, y con un ademán le ofrece tomar asiento en el otro sillón, lateral al de Gabriel.
Conoce el procedimiento. Ya sabía que ambos debían ser citados, pero no contaba con que el hombre de Inteligencia estuviera allí antes de que él llegase, porque tenía la esperanza de poder hablar con el Sr. Castillo en privado.
»Bien. Terminemos con esto rápido. —El Sr. Castillo entrelaza sus manos sobre el escritorio, mirando primero a Gabriel y luego estos dos volcando toda su atención sobre él.
—Aquí está mi solicitud, y aquí tengo el informe detallado… —dice Eric.
El Sr. Castillo extiende una mano para que Eric le entregue los documentos, y los lee pausadamente a medida que Eric habla acerca de la conducta del director de Inteligencia Criminal. Sudando como un cerdo, Eric puede sentir la mirada de Gabriel clavada en él mientras intenta mantenerse calmado.
Castillo hojea con recelo aquellos documentos mientras le hace preguntas que Eric responde titubeando, hasta que él empieza a sentir náuseas y escalofríos, muy consciente de que Gabriel no aparta sus ojos fijos en él.
Básicamente lo está acusando de conducta inapropiada, ocultamiento de información delicada para la captura de un criminal, y uso de una identidad falsa. El Sr. Castillo escucha todo aquello con atención, sus manos ahora entrelazadas cubriendo sus labios.
—¿Usted está diciéndome, que este hombre de aquí es un criminal? —Alza un bolígrafo con el que apunta a Gabriel; cierto aire escéptico escapa de su voz.
—S-sí, señor —titubea Eric.
El hombre de Asuntos Internos alza las cejas, en silencio, se dirige ahora al otro hombre.
—Es lo que le dije más temprano —musita Gabriel con calma.
—¿Y qué identidad dice usted que está usando y que es falsa?
Otra vez sus ojos lo escudriñan a él. La bilis mezclada con sangre sube por su garganta. Eric intenta emitir palabra, pero la tos convulsiva no se lo permite. Gabriel rápidamente va en busca de un vaso que llena con agua del dispensador junto a una serie de gabinetes a su izquierda, y se lo ofrece.
»Beba agua, Sr. Ross —dice Castillo. Eric alza la vista hacia el vaso y luego hacia el hombre que lo sostiene. Gabriel le sonríe de lado, con un brillo de malicia en los ojos. Una mueca que le hace hervir la sangre mientras él lo observa con los ojos lagrimosos y su rostro congestionado—. Ross, beba el agua.
El Sr. Castillo aguarda a que él le reciba el vaso a Gabriel, y Eric bebe mientras el otro toma asiento de nuevo. Castillo continúa:
»Sr. Ross, ¿con base en qué fundamento acusa usted al señor Franco?
—Bueno… —carraspea tragando saliva—. Bueno, esperaba que Asuntos Internos se encargara de…
—Sé muy bien cuál es el trabajo de Asuntos Internos, Sr. Ross —lo interrumpe Castillo—, pero ahora respóndame: ¿bajo qué fundamentos debería la Oficina iniciar esta investigación?
—Usted no- Con todo respeto, pero usted no entiende… la gravedad de lo que lo estoy acusando, Sr. Castillo.
—Tiene razón, no lo entiendo —dice Castillo exasperado, haciendo que el corazón de Eric empiece a latir con mayor ímpetu.
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Editado: 06.09.2024