Desvelada se preguntó
miles de veces qué hacia
ella con su corazón.
Durmió cuando los ojos le
pesaron de tanto pensar,
y odió que la sangre le
hirviera cada vez que
pronunciaba su nombre.
Soñó.
Observó el entristecido
firmamento, lo vio
caer sobre la montaña
oscureciendo el color
verde que la revestía.
El blanco muro que se
deteriora con el musgo...
Las tantas horas que intentó
arrancar la maleza que
crecía entre sus flores.
Más se mantuvo congelada,
conservada bajo capas de hielo.
En medio del frío abrazador,
una vela se encendió, su llama
era fuerte y escandalosa.
Sus dedos se evaporaron al
tocar el fuego, ardió como el fénix.
Un infierno se desataba en
su oscuridad de pasiones.
Ella quiso volver, más el
reloj seguía marcando
las 3:30 a.m. Entendió que
debía esperar que los climas
cambiantes de su ser se calmaran.
Cristales rojos resbalaron
por sus mejillas, mariposas
azules se posaron sobre sus cabellos.
Se dejó ir por inercia.
Quería a ese pianista, quería
escuchar su escala musical
bien afinada. Lo quería, y por
eso se despedazaba por oír
aquella melodía meliflua.
Deseaba quedarse ahí,
sumergida bajo el agua hirviendo.
Cantando sus Tal vez, sus No sé.
Titubeando, dudando y volviendo.
—Para el chico de los dibujos.