La alarma sonó a las seis de la mañana y Camila juró por dentro. Odiaba las mañanas, realmente las odiaba. Debe tener algún gen de panda o Koala porque dormir es su pasión pero el trabajo llamaba, así que de mala manera se levantó.
Su hermana dormí plácidamente junto a ella y sonrió al verla babear sobre la almohada. Lucía era su mundo, esa pequeñaja podía alegrarle hasta el más oscuro de los días con su enorme sonrisa.
Se agachó y volvió a taparla con la frazada que pateó dormida durante la noche. Tenía algo con las frazadas porque no había una que le durara sobre la cama.
La miró una última vez y salió a prepararse para el trabajo. Por ahora era camarera en un restaurante de ricos en el centro de la ciudad y aunque no le gustaba lo soportaba porque las cuentas había que pagarlas.
Su madre estaba en la cocina preparando el café como todas las mañanas. Camila estaba cansada de decirle que no era necesario que madrugara tanto pero a su madre le entraba por un oído y le salía por el otro.
- Buen día mamá. – Su madre se giró y sonrío dormida.
- Buen día hija. – Camila le dio un beso y miro sobre la mesa lo que había preparado su madre.
Ya tenía las tostadas hechas y el café servido.
Se sentó en la mesa y se puso a devorar su desayuno. Tenía muchísima hambre porque no ceno de lo cansada que estaba. Había días malos en los que volvía tan agotada que apenas no tenía ni fuerzas para comer.
- Anoche no te escuché llegar. – Dice su madre.
- Llegué muy tarde casi a medianoche. Perdí el autobús por que el profesor no me dejó salir antes.
Su madre hizo una mueca. No le gustaba que su hija llegara tan tarde y menos al barrio en el que vivían.
- Que malvado, sabe que eres una buena alumna y que no te irías si no fuera necesario. ¿Le dijiste que el autobús solo pasa en determinado horario?
- Si mami pero ellos no los que no les importan los motivos que tenga.
Camila siguió comiendo su desayuno bajo la atenta mirada de su madre.
Elena observaba las ojeras en la cara de su hija y sufría. La pobre tuvo que hacerse cargo de ellas luego de que su padre las abandonara y su madre quedara lesionada por culpa de un maldito borracho que no debió conducir ese día.
Miraba a su pequeña y rezaba porque las cosas mejoraran. Ella trataba de conseguir trabajos donde no tuviera que hacer esfuerzos o moverse mucho pero cuando la veían con las muletas inmediatamente la corrían.
- ¿Cómo está tu pierna? – Preguntó Camila.
Elena salió de su mente y miro hacia abajo.
- Esta bien, algo hinchada pero no es nada.
Camila sabía que su madre le mentía. El doctor que la atendió luego del accidente le dijo que su pierna no había quedado bien y que iba a sentir dolores toda su vida.
Su madre trataba de sacarle importancia pero ellas notaban como a veces el dolor era tanto que empezaba a temblar y su piel palidecía.
- Le diré a Lucía que te de unos masajes antes de irse al colegio.
- No es necesario hija, come tu desayuno que si no vas a llegar tarde.
Era cierto.
Camila terminó su desayuno y corrió a cambiarse. Se había duchado anoche así que no iba a perder tiempo en eso en la mañana y ganó diez minutos de sueño.
Después de vestirse con su horrible uniforme de pingüino y despertar al oso de su hermana se despidió de su madre y salió a enfrentar un nuevo día.
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En el otro lado de la ciudad Rodrigo observaba como Ana su asistente le servía el desayuno. Había llegado quince minutos tarde a su casa pero no iba a decirle nada porque su cara demostraba todo.
Él odiaba llegar tarde a cualquier lado, era imperdonable hacer esperar a las personas. Le gustaba ser organizado y mantener una rutina.
A las cinco y media se levantaba y salía a correr. A las seis y media volvía y se preparaba para el trabajo. A las siete tenía que estar desayunando para salir siete y media a su trabajo y a las ocho en punto llegar a su oficina.
Pero hoy tendría que salir más tarde por el descuido de su empleada.
Por suerte no tenía ninguna reunión importante en la mañana por lo que dejaría pasar la falta de Ana.
Ana notó la mueca de molestia en el rostro de su jefe. Sabía lo maniático que era con su horario y seguro estaba que echaba humo por retrasarlo pero se tendría que aguantar.
No había llegado tarde por gusto, hoy el autobús decidió pasar unos minutos antes fastidiándola. Había perdido el transporte y tendría que esperar quince minutos a que pasara el siguiente viendo la cara molesta de su jefe.
El hombre era un témpano de hielo, jamás le había visto una pequeña sonrisa en la cara ni cuando su amigo venía a verle. Su único amigo.
Le daba pena el pobre hombre, siempre tan solo y amargado.
- ¡ANA! – Ana salió de sus pensamientos y miro a su jefe.
- ¿Si señor?
- Te llamé tres veces.
- Lo siento señor. ¿Qué necesita?