Los polos opuestos se atraen

Capítulo 2

Camila solo quería salir de ahí y esconderse.

Ese macizo llevaba casi hora y media comiendo y llamándola cada pocos minutos para pedirle cosas. Primero la servilleta se le había caído al suelo y quería otra, que el agua no estaba fría, que la carne estaba poco hecha y lo más irritante fue que los cubiertos tenían huellas marcadas.

Cuando se acercó a ver si era cierto casi grita de rabia al ver una pequeña marca de huella que seguramente hizo él al tocar sin querer los cubiertos.

Su amigo se mataba de risa cada vez que se acercaba y estaba empezando a cansarla. Le pidió el cambio a su compañera pero esta le contestó que ni loca, necesitaba ese trabajo y no lo iba a perder por unos pijos.

- Camila. – Su encargado se acercó con una tablilla en la mano. – Necesito que atiendas la mesa ocho.

Ella miró hacia la mesa y gimió al ver seis personas.

Su compañera que en ese momento salía del descanso miro a al encargado y se acercó a ellos.

- Señor ya terminé mi descanso, ¿puede ir Camila? Yo me encargo ahora.

El hombre miró a Camila y asintió.

Ella sin perder un seguro salió pitando de allí. Los pies la estaban matando ya que la obligaban a usar unos zapatos horrendos de cuero e incomodísimos.

Se acercó al espacio de descanso que solo era una mesa en una esquina de la cocina. Se sentó y suspiro al descansar sus torturados pies.

Moría de hambre pero no podía gastar el dinero en comprarse el almuerzo afuera porque necesitaban cada centavo y anoche había llegado tan cansada que no se preparó nada para hoy.

Tendría que aguantarse hasta la cena. Solo podía tomarse un refresco que era lo único gratis que te daba el local y esperar hasta la cena.

Pasó unos minutos mirando como todos en la cocina corrían de un lado a otro y el olor de la comida la estaba matando.

Pedro el ayudante de cocina la miraba de reojo de vez en cuando y sin darse cuenta se fue escabullendo poco a poco hasta acercarse a ella.

- ¿Está todo bien? – Preguntó ella mirando sobre su hombro.

El chef estaba de espalda pegando gritos y ni siquiera notó que su asistente estaba junto a ella.

- Noté que no trajiste tu almuerzo.

- Si, olvidé traerlo. – Contestó ella.

El chico apretó los labios y se acercó a la nevera que compartían los empleados sacando un refuerzo enorme.

- Toma. – Lo dejó en la mesa frente a ella.

- No Pedro, es tu comida.

- Tómala yo puedo comer algo mientras cocino pero tu no.

Camila se levantó y le dio un abrazo.

- Gracias. – Lo soltó y notó como el chico se sonrojaba hasta las orejas. – Te prometo que te lo pagaré.

- No es nada. Ahora comer antes de que venga el ogro. – Ella asintió y se puso a devorar el refuerzo que estaba riquísimo.

Pedo volvió a la cocina y siguió terminando los platos que parecían no dejar de llegar mientras miraba a Camila comer. Desde el día en que entró a trabajar le gustó de inmediato, era amable, sencilla y tan dulce con todos que no pudo evitar enamorarse de ella aunque solo lo viera como un compañero de trabajo más.

Suspiró mirándola una última vez y volvió a su trabajo.

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Rodrigo estaba molesto, hacía varios minutos que no veía a la Camila y se estaba impacientando.

- Tranquilo hombre, debe estar en su descanso o algo así. – Dijo su amigo.

- No sé de que hablas. – Dijo tratando de disimular.

Matías se echó hacia atrás y se rió abiertamente.

- Hermano desde que entramos aquí no le quitas la vista encima a la camarera es obvio que te gustó y te molesta no verla.

- Dices locuras. – Volvió a su plato pero el hambre se le había quitado.

- Si claro, ¿me vas a negar que no te volvió loquito esa chica? – Apoyo la servilleta en la mesa ignorando a su amigo. – Te entiendo hermano, esta buenísima y me encantaría tener una probada de ella. – Dijo Matías provocándolo.

La vena en el cuello de Rodrigo comenzó a hincharse y apretó sus puños fuertemente bajo la mesa.

- Una chica tan bella debe ser una diosa en la cama. – Siguió su amigo. – Tal vez le pida una cit…

- ¡Suficiente! – Gritó Rodrigo levantándose furioso. - ¡Cierra la maldita boca! – Matías sonrió feliz por dentro mientras todo el restaurante paraban para mirarlos.

El encargado llegó corriendo preocupado al ver al cliente alterado.

- ¿Señor está todo bien? ¿La comida no es de su agrado? ¿Puedo ofrecerle algo más?

Rodrigo respiraba agitado y solo quería agarrar a Matías y golpearlo infinitas veces en la cara.

- Está todo bien señor. – Contestó Matías. – La comida excelente y el servicio exquisito. - Se levantó y sacó su tarjeta de crédito entregándosela al hombre que salió corriendo a cobrarles.

- ¿Estás bien? – Preguntó Matías.

- No me hables. – Rodrigo estaba que echaba fuego.




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