Camila subió las escaleras muy interesada en el hermoso lugar, todo estaba ordenado y brillaba. Tenía que admitir que su amiga sabía hacer las cosas.
Habían quedado en que Ana limpiaría la planta baja mientras que ella le daba un repaso al primer piso.
Tenía que admitir que al principio quiso salir pitando de ahí cuando vio a Rodrigo pero después pensó que era la oportunidad perfecta para conocerlo. Desde que lo había visto en su trabajo se había quedado coladita por él y todavía no podía creer la casualidad de encontrárselo ahí.
Aunque si la contrataba pasaría a ser su jefe y no estaría bien que lo viera de una manera romántica, esas cosas nunca salían bien pero era imposible no fijarse en ese hombre.
Solo de con verlo se le caían las bragas y aunque estaba mal pensar en devorarlo como a un bombón de chocolate no iba a desperdiciar darle una mirada o dos.
Pero volviendo a lo importante, tenía todo un piso que limpiar y sería mejor darse prisa antes de que la corrieran antes de empezar.
Limpió todo de arriba abajo dejando para lo último el cuarto de Rodrigo. Solo de pensar entrar en su dormitorio le daba escalofríos y no de los malos, seguro era de esos tipos que tenían todo tirado por todos lados.
Pero todo lo contrario, al entrar se sorprendió de ver todo ordenado, impecable mejor dicho. Se detuvo unos segundo a admirar la decoración y no podía decir que no era la habitación de un hombre. Las paredes de azul marino hacían un juego perfecto con los muebles de caoba, una perfecta habitación masculina. La cama estaba hecha, el suelo aspirado, la ropa ordenada por color en un vestidor impresionante que la dejó un poco descolocada. ¿Quién ordenaba su ropa por prenda y color? un obsesivo. Por eso le sorprendió ver un esmoquin arrugado sobre una silla en una esquina.
Se acercó a la prenda y miró a todos lados antes de llevarse el saco a la nariz. Su perfume en la ropa era embriagador, masculino con un toque de madera.
Todo esto sucedía bajo la mirada de Rodrigo que inmediatamente después de ordenarle a las chicas lo que tenían que hacer se encerró en su oficina y abriendo su laptop y observando por las cámaras a Camila.
Sonrió al ver como olía su ropa. Era obvio que se sentía atraída por él, y si admitía ser un obsesivo con la ropa. Desde pequeño le gustaba que sus cosas tuvieran un orden.
Definitivamente la iba a contratar. La quería para él.
Se levantó cerrando la laptop a su paso y salió en silencio de la habitación asegurándose de que Ana no estuviera cerca. Subió las escaleras de dos en dos y se metió en su dormitorio cerrando con llave.
Camila estaba tarareando una canción mientras terminaba de acomodar un par de prendas cuando sintió un suspiro en su cuello.
Se giró asustada y Rodrigo aprovechó para encerrarla entre sus brazos y la pared del vestidor.
- ¿Qué haces? – Preguntó Camila.
Miró al hombre que la tenía prisionera y no pudo evitar fijarse en su labios entreabiertos. Inconscientemente se lamió los labios y Rodrigo pareció reaccionar al ver esa pequeña acción.
- Me encantas. – Susurró Rodrigo y bajó sus labios atrapando su boca.
La sorpresa de su beso desapareció rápidamente con los labios de Rodrigo suaves y dulces, Camila trató de resistirse al principio pero demonios, el hombre sabía besar así que dejándose llevar levantó los brazos atrapando la cara de ese hombre que la estaba volviendo loca.
Estaba en el cielo, sus manos la tocaban, la apretaban y la abrazaban dejándola derretida. Pero ella quería más. Así que le mordió el labio inferior obligándolo a abrir la boca y gimiendo del gusto en el camino.
Cada célula de su cuerpo parecía explotar y solo quería besarlo hasta el fin del mundo.
Rodrigo sentía exactamente lo mismo, estaba deslumbrado por la mujer en sus brazos. Quería mantenerla allí, rodeada por él para siempre.
Separándose para respirar se miraron a los ojos y rieron mientras recuperaban la respiración.
- ¿Qué fue eso? – Preguntó Camila.
- ¿Un beso? – Contestó el machote.
- Me pareció más que un beso.
- Puede ser, pero no pude resistirme. – Bajó a Camila sin soltarla y levantó su barbilla con sus dedos. – Desde que te vi en ese restaurante me tienes enloquecido chiquilla.
Camila iba a hablar cuando empezaron a golpear la puerta.
- ¿Camila? – Ana la necesitaba.
- Mierda, tengo que… - Señaló hacia los golpes.
- Claro. – Rodrigo la dejó ir pero antes de que saliera del vestidor la acercó una vez más y le robo un besito.
- Te veo después.
Camila salió de aquella tienda privada como si le hubieran regalado el cielo pero recordó que aún tenía una pregunta. Asomó la cabeza y abrió los ojos al ver como se quitaba la camisa dejando ver unos músculos que pondrían de rodillas a cualquiera.
- Madre mía. – Susurró mirando ese paquete de seis. Era una tabla de lavado el hombre.