Antes de que empiecen a leer quiero comentarles que cambié el punto de vista de la historia. Los capítulos anteriores estaban narrados desde fuera y sinceramente no me gustaba como estaba quedando. Siempre escribí mis historias en primera persona y no sé por qué me dio por cambiarlo. Ahora estoy convencida que fue un error. Así que a partir de ahora todo va a estar narrado por los propios personajes. Me gusta más así, me involucro mucho más con mis personajes y lo prefiero de esa manera. Espero que no les moleste mucho.
Camila (Primera persona)
Después de aquella salida horrible de casa de Rodrigo llegué a mi casa con la sonrisa más falsa del planeta. Lo que menos quería era preocupar a mi madre así que fingí que todo había ido increíble y que empezaba a trabajar el próximo lunes.
Mi madre estaba feliz, sonriendo como hacía tiempo que no la veía sonreír y no pensaba quitarle eso diciéndole lo idiota que sería mi nuevo jefe.
Me pasé lo que quedó del fin de semana resolviendo todo lo necesario y el lunes temprano antes de que amaneciera estaba levantada lista para trabajar.
Me tocaba la mañana lo que significaba llegar antes de que el señorito despertara y prepararle el desayuno que por cierto me parecía algo exagerado después de Ana me diera las instrucciones.
No consumía harinas, no grasas saturadas y no carbohidratos antes de las nueve. Proteínas y frutas eran su desayuno además de la cafeína.
Me estaba poniendo la chaqueta cuando mamá apareció en la sala.
- Mami vuelve a la cama.
- Quería desearte un buen día nena. – Se acercó, me abrochó la chaqueta y me pellizcó las mejillas. – Suerte.
- Gracias mami, ya me voy que mi jefe madruga muchísimo. – La abracé y la besé ruidosamente en la mejilla haciéndola reír.
- Cuídate. – Asentí abriendo la puerta.
- Te quiero.
- Y yo. – Contestó ella antes de cerrar.
La calle estaba desierta muy casual a esa hora. Las personas apenas estarían despertando para ir a sus trabajos o llevar a sus hijos a la escuela.
La parada del metro quedaba a un par de cuadras así que aceleré el paso, de ninguna manera quería perder el bus y tener que aguantar alguna queja de mi jefe.
Como suponía la parada del bus estaba desierta y por precaución miraba hacia todos lados esperando que no hubiera algún pervertido loco por allí.
El bus llegó enseguida y subí deprisa mirando los asientos vacíos que había. Era una manía que tenía, siempre que subía antes siquiera de acercarme al pasillo estaba mirando el lugar donde podría sentarme.
Prácticamente estaba vacío a excepción de un par de personas a las que se le notaba el cansancio en el rostro. Me fui al fondo y me senté cerca de la puerta. Esta línea siempre se llenaba bastante y no quería pasar por arriba de nadie para bajarme.
El viaje fue bastante aburrido y largo, desde mi casa eran unos cuarenta minutos hasta la de mi jefe pero claro que sería así, mi barrio estaba muy por debajo del suyo.
Bajé del bus y caminé las tres cuadras hasta la casa. Todos aquí tenían dinero, varios autos de lujo estacionados frente a mansiones salidas de la tele, como las de CSI Miami.
En fin llegué al portón de la casa de Rodrigo que por cierto medía como dos metros y toqué el timbre que había frente a mí mirando el pequeño panel blanco con una pantalla.
- ¿Si? – Dijo una voz grave.
- Hola, soy Camila.
- ¿Y?, ¿Qué necesita?
Vaya que grosero.
- Trabajo aquí.
- Ja, no lo creo. Aquí solo trabaja una persona y es Ana.
- Empiezo hoy, pregúntele a su jefe.
Escuché un gruñido y una silla arrastrarse. Esperé paciente unos minutos ya que gruñón habría ido a preguntarle al jefe si era verdad lo que decía.
Cinco minutos después la verja se abrió y entré mirando molesta al hombre en la cabina que parecía haberse tragado un limón.
- Lo siento señorita, no tenía idea de que habría otra persona en el personal.
Realmente parecía arrepentido así que sonreí y le dije que no había ningún problema siguiendo mi camino a la casa.
Ana me había dado la llave de la entrada en la cocina así no molestaba al señor. El servicio tenía que comportarse como si no estuvieran.
Rápidamente me quité la chaqueta y la dejé junto con mi bolso donde Ana me dijo antes de empezar con el desayuno. Todo lo que necesitaba estaba en la heladera o en los armarios.
Le preparé su tazón de frutas, el café que fue todo un descubrimiento con esa cosa que parecía más una máquina del tiempo que una que prepara café y sus benditas tostadas que admito se me quemaron un poco “accidentalmente”
Mientras estaba terminando de poner la mesa escuché pasos en el pasillo y respiré hondo.
- Es un imbécil, recuérdalo. – Murmuré.
Recordaba nuestra conversación en su oficina una y otra vez y cada vez dolía más. La única manera de trabajar tranquila sería ser profesional, dedicarme a lo mío y salir pitando cuando terminara mi horario.