Abrí los ojos de golpe.
- Mierda, ese sueño otra vez - dije con la mirada fija en el techo de mi habitación.
Me giré hacia el reloj; las cuatro y media de la madrugada. Golpeé injustamente al colchón maldiciendo el haberme desvelado. Me froté los ojos, me dirigí hacia el escritorio y cogí un viejo cuaderno con la pasta desgastada del propio uso. Lo abrí, pudiendo ver con claridad lo que ponía en la primera página: "Diario de sueños". Cogí la pluma, me gustaba escribir con pluma, y comencé a escribir con los párpados aún medio pegados:
Querido diario:
Aquí está Patricia de nuevo. Son las cuatro y media de la madrugada y... ¿a que no adivinas qué sueño acabo de tener? Sí, exacto, el mismo de siempre. Ya estoy empezando a exasperarme.Siempre es igual y nunca, nunca, nunca, nunca consigo averiguar su nombre. Después volveré para contarte los detalles, otra vez. Ahora tengo sueño y voy a aprovechar las pocas horas que me quedan.
Dejé el cuaderno y me volví a la cama. A pesar de que me moría de sueño, y de que lo intentaba con ganas, no me podía volver a dormir. Ese sueño era siempre tan real... aún podía notar ese cálido roce en mi mano. No podía volver a conciliar el sueño, mi cuerpo solo daba vueltas y vueltas en la cama.
Tras varios suspiros y demasiados intentos, conseguí cerrar los ojos sin ver los suyos.
Pi, pi, pi, pi... ¡Puf! De un cojinazo acababa de tirar el despertador al suelo. Eran las siete, hora de levantarse. No tenía ni fuerzas ni ganas. Sin pensármelo dos veces más inicié la pesada tarea que consistía en levantarme por las mañanas.
Fui al baño y me lavé la cara. Mi cara de dormida dejaba mucho que desear: unas pesadas ojeras descansaban, más de lo que yo había hecho aquella noche, bajo mis ojos levemente acaramelados y entre el mar de pecas que tenía sobre mis mejillas; mi pelo pajoso se enredaba y mis labios estaban agrietados, probablemente por dormir con la boca abierta. Me dirigí de vuelta a mi habitación donde me puse un peto vaquero antes de volver al baño y desenredarme aquella maraña de pelos para recogerlos en una trenza.
Bajé a desayunar rápidamente, ya llegaba tarde por preparar la mochila en el último minuto antes de bajar. Cuando llegué a la cocina, mi madre ya me había preparado algo de comer. Me lo tomé y le di un beso a mi madre para despedirme. Al poco tiempo ya estaba en la parada del autobús.
Una vez que llegué me encontré con Virginia, una de mis mejores amigas, la cual llevaba hoy el pelo completamente liso, resaltando sus ojos castaños, color, también, de su pelo.
- Hola, - me saludó con una amplia sonrisa - ¿qué tal?
- Hola Virginia - le sonreí de vuelta.
- Holaaa - escuchamos ambas entre jadeos.
Nos giramos y allí estaba Ana, otra de mis mejores amigas, que venía, como siempre, corriendo. Virginia sonrió al ver las pintas de Ana, donde destacaba que no se había peinado su "melena indomable", como ella la denominaba. A pesar de su pelo, lo que más destacaba de Ana eran sus brillantes ojos azules y su amplia sonrisa, los que hacían que poco importara el cómo tenía de desastroso el pelo.
- Uf, he llegado a tiempo - dijo aún jadeando.
- Si te levantaras antes no vendrías siempre corriendo - le dijo Virginia.
- Pero, jo, eso es imposible - se excusaba Ana - la cama me abraza y me atrapa y, por muy temprano que ponga el despertador, no puedo levantarme. Ya sabes que...
Me perdí entre la continua voz de Ana mientras veía en el reflejo de la parada del bus cómo se meseguían notando las ojeras.
- ¿Patricia, me estás escuchando?
Me giré para ver que Ana me estaba hablando ahora a mí.
- Lo siento, estoy algo dormida aún y no me he enterado bien - respondí algo avergonzada.
Ana suspiró algo fastidiada.
- Estábamos hablando de si ibas a hacer algo por tu cumpleaños - dijo Virginia.
- Pero si aún queda - no tenía muchas ganas de mi cumpleaños.
- Vamos - dijo Ana - que quedan dos semanas y 15 años no se cumplen todos los días.
- A ti te queda poco para cumplir 16 - rió Virginia.
- ¿Y yo qué culpa tengo de ser de Enero y de que Patricia sea de Noviembre? - dijo Ana volteando los ojos hacia arriba.
Virginia y yo reímos. Entre esas pequeñas conversaciones nos encontrábamos cuando llegó el autobús. Al subirnos, ellas dos se sentaron juntas y yo me senté justo detrás, apoyando la cabeza en la ventana. Lo único que merecía la pena de levantarme temprano era contemplar el amanecer desde la ventana del autobús, adoraba como el cielo se teñía de tantos colores tan suaves. Era lo más bonito de mi pequeña rutina, rutina que no hacía nada más que comenzar cuando el autobús paraba a las puertas del instituto. Tomé aire. "Un día más", pensé mientras me armaba de valor para bajar del vehículo y entrar en aquella pequeña cárcel de seis horas diarias.