Los testigos

Si lo supieras

— ¿acaso estas demente?— me regañaba Mariana histérica, mientras volteaba los ojos y miraba a Daniel en busca de apoyo. Esa mujer era histérica y utilizaba la cantaleta como su arma más letal al momento de mostrarme su inconformidad.

— Solo tuve curiosidad—dije en mi defensa, ya que Daniel solo sonreía del otro lado de la habitación. —Además, no sabía que ella me iba a ver— continúe sin recibir respuesta alguna; eso no era raro, normalmente Marcela ignoraba a quien no compartía su forma de pensar, esa vez no fue la excepción.

Desde la noche del baile, no tuvimos más opción que unirnos y seguir adelante. Incluso Marcela, al igual que Darío, se abrieron más a nosotros; ya no eran los introvertidos de esa época, ahora molestaban y reían al igual que todos los demás.

— No te creo— apareció de la nada marcela, no negare que me sorprendió que me reprendiera. Ella y su ahora llavero de bolsillo, diario, entraron a la habitacion— es imposible que te haya visto, nunca nadie lo hace—.

— Eso lo sé perfectamente — me levante del sillón oscuro en el que estaba sentado, —ahora explícame porque ella me hablo ayer en la noche...— no dije mas y espere una respuesta, mirándola fijamente por unos segundos me di cuenta que ella sabía lo mismo que yo, nada.

De nuevo hubo silencio, siempre silencio. como no dijeron nada, me levante del sillón y fui directo a la puerta, no quería estar mas allí, necesitaba pensar y no lo lograba hacer con ellos especulando sin saber que pasaba. Cuando estaba a punto de salir, marcos me tomo del brazo e hizo que me volteara a verlo.— ¿Qué está pasando?— pregunto agresivamente, un gesto que no me agradaba pero por no tener problemas siempre pasaba por alto; la pregunta quedo en el aire porque no quise responder, me solté de su agarre y salí a la intemperie.

Todas las noches era igual, caminar y caminar por las calles de la ciudad, sin sentir cansancio, dolor, frio o sueño. Algunas veces contaba postes, cosas rojas o de diferentes colores, cuantos huecos tenía una calle en específico o cuantos perros me ladraban cuando pasaba por su lado. Seguro llegaría al punto de colapsar de locura, no dejaba de pensar en esa mujer que dormía tan plácidamente escuchando música, esa mujer sin preocupaciones que me logro ver por una razón desconocida.

"¿Hace cuánto no escucho una buena melodía?" pregunte a ese ser en mi interior que siempre me dictaba las reglas y me decía que hacer y que no. Nada, ni una sola respuesta pude obtener; decidí hacer caso omiso a ese pensamiento y seguí caminando, debía sacar de mi mente a esa mujer.

Monserrate, el último lugar que siempre recorría antes del amanecer, ¿Por qué?, ni siquiera yo lo sabía. La vista de las luces iluminando cada calle de la ciudad, como puntos diminutos en la oscuridad de la noche que aunque efímeros, no dejaban de maravillarme; un lugar más que hermoso, perfecto para estar solo. Ninguno de mis amigos había ido a ese lugar, quizá hacía mucho tiempo sí, pero desde que estábamos juntos, tenía la certeza de que ninguno se había tomado el tiempo de visitar la tranquilidad.

***

Se suponía que debía despejar mi mente, en toda la noche no pude olvidarla; debía comprobar si ella en verdad me había visto la noche anterior. Decidí volver a esa mansión en donde se quedó luego de bajar de la limusina. Quería verla, había algo en ella que simplemente no me dejaba olvidarla, tal ves el hecho de haberme visto cuando era imposible que eso sucediera, pero algo en mi interior sabía que había algo más allá de esa precisa razón.

Camine lo más rápido que pude, al fin y al cabo ya no sentía fatiga. Calles repletas de personas que simplemente no veían mi existencia, caminaban envueltas en su realidad, tanto que llegaban a ignorar el hecho de que había algo distinto a lo que conocían o creían conocer; yo por ejemplo.

Cuando por fin llegue a la mansión, muy bonita por cierto, el sueño de toda persona; no tuve el coraje de entrar, no pude hacerlo. Me quede media hora parado en frente de la reja tratando de decidir si entrar o no.

No podía simplemente entrar, ¿Qué si me veía? ¿Yo que le diría? ¿Cómo le explicaría? No podía hacerlo. Di varios pasos lejos de la reja mientras me gritaba en la mente "cobarde, maldito cobarde" una y otra vez.

— ¡Espera!— voltee — ¿Qué haces aquí?—. Era ella sosteniendo la puerta con su mano derecha, mirándome expectante a una grandiosa respuesta.

— No lo sé—, eso fue lo único que dije, la inteligencia en ese momento me fallo, y de la manera más estúpida que alguien pueda siquiera imaginar.

— No es lo que parece— cerró la puerta tas de ella. — ¿Quieres caminar?— pregunto, y sin esperar una respuesta comenzó a caminar en sentido contrario a donde yo estaba.

Cuando el alcance quise presentarme pero ella se adelantó. — Yo soy...— comenzó.



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En el texto hay: enigmas, magia antigua, romance

Editado: 08.06.2018

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