CAPÍTULO VII
TABATHA
–No te creo –dijo Ginevra mientras tomaba sol en los jardines del instituto.
Por suerte nos habían dado un descanso de todo lo que había que hacer. Nos encontrábamos descansando los cuatro juntos. Me río en voz alta.
–Es decir, no pueden pasarte tantas cosas. ¡Y juntas! No–me–jodas –dicho esto, se desploma sobre su espalda y se pone de costado para verme.
–Créeme que yo tampoco, Gin.
–Tony, Collingwood, ¿ustedes escucharon la misma historia que yo? –mis amigos asienten. Collingwood se golpeó la frente y se pasó la mano por la cara.
–Y lo besaste –agregó Tony, como si fuera un detalle trascendental–, sí que lo hiciste a lo grande, Tabs.
Yo sonreí conforme. No había pensado en el beso, no es que fuese lo más importante de la historia. En sí la historia era muy, muy pero muy surreal como para considerarla mala. Collingwood me atrapó en un abrazo repentino y quedédebajo de él. Empezóa repartirme besos por todo el rostro.
–Déjate –beso– de meter –beso en la frente– en problemas –un último beso en la nariz.
Luego, se recostó sobre mi estómago y pasó un brazo alrededor de mi cuerpo, quedándose ahí. Yo miré el cielo y me quedé ahí. Con mis tres amigos, buscando formas a las nubes. Una parecía una calavera, curiosamente como el tatuaje que Theodore tenía en el antebrazo. Sonreí. Tenía que contarlos todos.
Era viernes por la tarde, el sol estaba cayendo y le daba al cielo un tono rojizo. Me gustaba pensar que en algún lugar había personas pensando lo mismo que yo. Que el atardecer y el amanecer eran los mejores momentos del día.
Comí lo que Mari nos había preparado a mi amiga pelirroja y a mí. disfrutábamos en el balcónantes deirnos al gimnasio.
–Brooke me llamó por teléfono.
Así. Sin más. Ella suelta la bomba. Abrí los ojos enormemente mirándola mientras ella estabarelajada, con las piernas recogidas en la silla. Tenía los ojos cerrados apuntando al sol como si su piel extremadamente blanca pudiese captar algún color.
–¿Qué? –ella seguía sin mirarme.
–Ya sabes, usó ese aparatito que sirve para comunicarse con otra persona mágicamente…
–Idiota, ¿cuándo te llamó? ¿Qué te dijo? –seguía en la misma posición sin inmutarse–. Vamos,Gin, responde todas esas preguntas que suelen hacerse en estos casos. No me hagas esforzarme más de la cuenta.
Ella sonrió y me miró. Le dio una mordida a su tostada. Masticó con odiosa lentitud y se sacó las migas de las manos. Luego de eso, habló. Al fin.
–Me preguntó cómo había estado mi día. Qué había hecho. Si hoy iba a ir a entrenar. Bla, bla, bla. Una conversación muy normal si supiese por lo menos su apellido.
–Cosas más descabelladas nos han pasado –le dije. Ella asintió.
–Son raros. Es decir –intenté buscar las palabras para explicarme, pero no las encontré–, no, son raros y punto.
–Nunca nos hemos caracterizados por conocer gente muy normal, tampoco–y ella tenía razón.
Ginevra era bastante particular. Era la persona menos simpática que conocía y más sarcástica que cualquiera. Odiaba casi todo y a casi todos. Era la reina de las maldiciones y su humor era ácido. Nadie se lo puede imaginar si se guía por su aspecto aniñado y de niña buena. Ni era una niña, ni era buena. O no del todo. Solía ser muy cruel cuando quería. Su lengua afiladanos ha metido en varios líos en ocasiones. Y yo simplemente era un imán para los problemas. De todos los estilos y colores. De los cuatro, Collingwood era el más centrado de todos, el que nos ponía en órbita. Tony tenía demasiada herencia de sus hermanos como para considerarse, siquiera, un chico no problemático.
–Yo también voy a besarlo –evidentemente me había perdido en algún punto de la conversación porque la escuché muy decidida. Como si hubiese expuesto una cátedra frente a un público para llegar a esa conclusión. La miré de forma interrogante y ella me devolvió la mirada.
–¿Qué? No solo tú puede ir por ahí besando a los hombres.
No puedo hacer nada más que reír.
Cuando llegamos al gimnasio aún quedaban algunos rayos de sol. Entramos y nos dirigimos al vestuario para cambiarnos. Milagrosamente ese día las duchas del baño de chicas funcionaban según nos había dicho Kratos cuando entramos. Una vez allí, hablamos de la película que podíamos ver en casa. Habíamos organizado una noche los cuatro, sin fiestas, sin nada. Quizá un poco de whisky, pero nada de otras personas, ni peleas. Nada. Solo nosotros cuatro. Cuando entramos nos encontramos con Darien, Theodore y Brooke sin remera cambiándose para empezar a entrenar. Estaban hablando de algo importante ya que cuando entramos se callaron instantáneamente.
–Señores, díganme si me equivoco, pero desde la última vez que chequeéla información, este era el vestuario de mujeres –digo mientras me recuesto sobre una pared.