Los verdaderos hombres no matan coyotes

CAPÍTULO 11 - TABATHA

CAPÍTULO XI

 

TABATHA

 

Los lunes siempre eran una tortura. Tenía la maldita costumbre de quedarme hasta tarde los domingos y levantarme era un verdadero suplicio. Mari hizo varios intentos por despertarme, hasta me amenazó con agua. El único contento que tuve fue saber que las vacaciones de Navidad se acercaban y eso me reconfortaba un poco. Pasé a buscar a Ginevra que se sentó en el asiento de copiloto sin hablar y apoyó la cabeza en el respaldo para no pronunciar una sola palabra en todo el camino.

Cuando llegamos al instituto divisamos a Collingwood y Tony esperándonos en la entrada. Nos dirigimos hacia allí a pasos lentos, cansados. Collingwood me recibió con esa sonrisa perfecta mostrando todos sus dientes.

–Necesito de ti.

Lo miré preguntándole sin palabras de qué hablaba. Él solo agarró mi mano y la entrelaza con la suya.

–Serán solo algunas clases –y el brillo de sus ojos terminó de convencerme de antemano. Collingwood tenía mi sí incluso antes de preguntar. Vi a Ginevra que tenía apoyado su brazo en el hombro de Tony con su cabeza escondida y el pelo rojo fuego le caía en cascada creando un contraste hermoso con su camisa blanca. No llegué a saludar a Tony porquesentí un tirón en el brazo. Collingwood me arrastró hacia algún lado. Caminamos rodeando el instituto hasta detenernos en un viejo árbol que daba una bonita sombra. Nos recostamos apoyando las espaldas en el tronco, la brisa golpeaba nuestros rostros.

–Quiero saberlo todo –soltó derepente.

Lo observé de reojo y sus ojos azules estaban mirándome. Resoplé y rodé los ojos.

–Pareces un chismoso –cerré los ojos disfrutando del momento.

El día era maravillosoy el árbol daba una sombra perfecta. Lo sentí removerse a mi lado para luego poner su cabeza en mi regazo. Yo jugaba con los mechones largos de su pelo rubio.

–Solo soy selectivo con lo que quiero saber.

Río ante su comentario.

–¿Para esto me querías? –le dije aún con mis ojos cerrados y aunque no podía verlo, sí lo sentí encogerse de hombros.

–Me gusta pasar tiempo contigo a solas, Tabs. No quiero perderme nada de tu vida.

Sentí un dejo de rencor en su voz. Abrí mis ojos para verlo. Luego de empezar el grado superior, Collingwood y yo teníamos muy pocos momentos a solas. Yo pasaba mi tiempo con Tony y Ginevra y él entrenando o con el equipo (o con Lola y sus amigas). Nosotros éramos los inadaptados y él era el chico del momento. Queríamoscoincidir con él en las fiestas, pero simplemente no era nuestro lugar. Si los tres lo intentábamos era por él. Luego de varios eventosfallidos, de varios momentos incómodos y de alguna que otra discusión en la que Ginevra y su lengua afilada estuvieronmetidas, decidimos resignarnos a que Collingwood no era de tiempo completo. Pero siempre sería mi mejor amigo. Eso era lo único que sabía.

Con el tiempo logramos encontrarel momento de pasar los cuatro juntos pero muy poco él y yo.  

–Escúchame esto, Collingwood, porque voy a negarlo si pides que lo repita –él rio ante mi incipiente amenaza–.Tú eres mi número uno –él sonrío y me lanzó un beso volador. Su boca en forma de corazón era su marca registrada y sabía que más de una querría estar en mi lugar.

–No nos desviemos del tema, Coyote –de repente se puso serio–, quiero saberlo todo.            

–¿Quién diría que el gran Alec Collingwood es un gran chismoso? –inspiré profundamente y comencé el relato. Las partes que él no sabía. La noche de la otra vez. El primer beso tan poco romántico. La persecución en auto. Las peleas. Le conté todos los detalles de Theodore que para mí eran importantes. La forma que sonreía de lado, las pequeñas cicatrices de su rostro, los tatuajes de sus dedos que me fascinaban, la risa seca, los ojos negros con matices de verde, su personalidad ácida y sus comentarios sarcásticos. Lo que me gustaba, intrigaba y maravillaba en partes iguales. Hablar con Collingwood era como hablar con mi otra mitad, con mi reflejo. Era hablar sabiendo que no iba a ser juzgada, era poder hablar y sentirme libre de decir lo que quiera sin tapujos ni tabúes. Mientras que Ginevra parecía desnaturalizada y decía verdades secas y sin anestesia, Tony era precavido, pero Collingwood era mi alma gemela. Sabíamos que pensaba el otro aún sin decirlo. Era la parte racional que a mi cerebro le faltaba, el de las ideas con sentido, los consejos justos. Le hablé de Theodore. Le hablé de que me gustaba. Le habléy le hablé y le hablé. Le hablé de la forma que me besaba. De sus gestos típicos, de la curvatura de su sonrisa, de sus miles de tatuajes. De la conversación de Darien. Y Collingwood escuchaba, atento a mis palabras. Porque Collingwood analizaba y luego hablaba con palabras sabias. Cuando parece que ha pasado un rato largo, me tumbo en el pasto con Collingwood a mi lado. Me agarró la mano, estaba pensando qué decirme.

–Que no te rompan el corazón, Coy. Solo eso

Lo dijo tan suave que no supe si era dirigido a mí o solo lo dijo como plegaria.

 

 

–¿Ese es tu golpe de gracia?



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En el texto hay: secretos, amor, peligro

Editado: 24.05.2021

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