CAPÍTULO XVIII
TABATHA
–No entiendo cómo fuiste sin nosotros, Tabatha.
En los ojos de Collingwood noté claramente la decepción. Haber ido a ver a Thomas sin él y sin Tony.
–Collingwood, era algo que tenía que hacer –hago énfasis en el verbo tener. Necesitaba cerrar ese ciclo de mi vida–. ¿Te molesta que no les haya avisado o el motivo por el que fui? –cuando corrió su mirada, entendí que había dado en la tecla. Acaricié su mejilla con suavidad y lo obliguéa enfocar sus ojos verdes en los míos–. ¿Cuál es el real problema?
Se tomó su tiempo para responderme.Estábamos en el campo fuera del instituto esperando el inicio de las prácticas. Cuando mis dos amigos se enteraron de lo que habíamos hecho con Ginevra entraron en cólera. Tony frunció su ceño tanto que sus pobladas cejas se habían unido hasta convertirse en una sola y Collingwood simplemente comenzó a despotricar contra todos y contra todo. Ginevra, mientras tanto, como siempre por la mañana, no omitía comentario alguno. Mi amigo necesitó todo el día para asimilarlo mientras Tony pidió que nunca más le ocultemos algo así.
Horas después, se acercó hasta a mí para hablar.
–¿Sabes? Siento que todo lo que está sucediendo está yendo muy rápido y Theodore no me da buena espina. No puedo explicarlo, Tabs. Es una conexión que vos y yo tenemos que es imposible de poner en palabras. Siento lo mismo que…–de repente paró en seco, pero ya eran muchos años de conocernos y terminar la frase del otro.
–… sientes lo mismo que cuando Thomas estaba en nuestras vidas–dije comprensivamente.
Aunque haya intentado engañarme con cerrar el círculo, el episodio de Thomas nos marcó a todos. Superarlo fue a base de la amistad de los cuatro y del amor infinito que nos teníamos.
–Es que no lo entiendes, Tabs –su voz destilaba preocupación– cuando estabas con Thomas, eras otra persona que a medida que pasaba el tiempo me costaba reconocer. Somos amigos desde que tengo uso de razón, pero lo que consideramos un juego de niños terminó marcándonos de por vida. Y tuve miedo de que esa Tabatha que desconocía completamentese quedase para siempre. No puedo volver a perderte de esa forma, eres mi mejor amiga, se podría decir que mi alma gemela –limpió sus manos en su pantalón para tomar las mías–.Tabs, te amo y solo quiero escuchar que todo esto que estás haciendo vale la pena, que Theodore vale la pena.
Se inclinó para apoyar su frente en mi hombro.
–Alec, es más complicado que esto. Es, no sé… es una cuestión de piel, ¿entiendes? Es como si fuésemos opuestos complementarios –liberé una de mis manos y acaricié su cabello–o simplemente complementarios.
Porque éramos más parecidos de lo que íbamos a admitir nunca. Éramos dos personas intentando encontrarnos con nosotros mismos, ver quiénes éramos en realidad. Con un sinfín de malas decisiones en el medio.
La noche había caído finalmente y yo me encontraba enredada entre las sábanas leyendo. Mari me había llevado comida al cuarto porque un repentino dolor de cabeza me había invadido por completo. No podía sacar de mi cabeza a Theodore, la pesadilla, el antes y el después. Me bombardeaban los recuerdos, las noches que prefiero no recordar. Mis amigos, ellos que estuvieron ahí siempre. Y el sentimiento de desolación que sentí cuando estaba parada frente a Thomas sin ninguno de ellos. La conversación con Collingwood. Su protección. El mensaje que nunca llegó de Tony y el que sí llegó de Darien. Y finalmente, el ciclo que aún dolía pero que sentía cerrado. Y Theodore nuevamente. Ese chico que da la nada y sin intentarlo, se me metió en la piel. El chico de los ojos negros que eran verdes para mí.
Entre tantos pensamientos me perdí un rato. Ya había perdido la línea que estaba leyendo por lo que, bufando, desistí y dejé el libro en la mesita de noche.
Mi celular, que se encontraba en la mesita de noche, comenzó a vibrar. Lo cogí, número desconocido. Fruncí el ceño mientras la catarata de mensajes no paraba de caer en la casilla:
¿Cómo estás?Sos muy linda, no me respondiste cómo estás, ¿entrenaste hoy?
¿Qué carajo? Era un número desconocido. Releí los mensajes una y otra vez hasta que decidí responder ¿quién sos?
La respuesta nunca llegó.
Aún me costaba acostumbrarme a lo inquieto que resultaba Theodore en todo momento. Más aún cuando tenía que limpiarle las heridas luego de una pelea.
–Creo que tendrías que dejar de pelear –fruncí el ceño mientras pasaba el algodón por una herida particularmente delicada en la zona de su ojo derecho.
–¿Por qué? –exclamó y su tono de voz, que venía siendo bromista como siempre, ahora estaba teñido por una brusquedad que no vi venir. Me alejé de él para mirarlo alzando una ceja–.Así me conociste, no entiendo por qué tendría que cambiar ahora. No eres quién para decirme qué puedo hacer y qué no.
Golpe bajo. Se arrepintió casi en el instante que esas palabras salieron de su boca. Lo supe por su mirada y por cómo afianzó el agarre de mis piernas. Me liberé bruscamente pero no dejé de limpiarle las heridas. Joder, y uno que se viene a preocupar por el otro.