CAPITULO XXIII
THEODORE
–¡Joder! –instintivamente golpeé una columna de la parte trasera de la casa de Tabatha. Adentro, la policía hacía preguntas de rutina. Y aunque me costó separarme de Tabatha, ella necesitaba tanto espacio como yo.
–Hermano, tranquilízate.
Brooke puso una mano sobre mi hombro del cual me deshicecon un movimiento brusco.
–No me toques las pelotas, Brooke. Esto es mi culpa, así que déjame en paz.
–Ya, con mucho gusto dejaría que te regodearas en tu miseria y me hagas un monólogo de lo terrible que es ser vos. Pero entérate que ese papel ya me aburre. ¿Me ayudas a pensar quién pudo hacer esto? ¿Averiguaste algo de los mensajes? Thomas no fue.
Volteé a verlo escrutando su mirada paraque me dijese algo más, que me diera más información o por lo menos que una respuesta. La ansiedad comenzaba a ser insoportable.
–¿Qué cómo lo sé? Fui a preguntárselo directamente a la fuente.
–¿Fuiste a ver a Thomas? –lancé incrédulo.
Mi amigo asintió lentamente.
–Cuando dejé a Ginevra, que por cierto estaba hecha toda una furia, fui a buscarlo. No fue muy difícil encontrarlo. Ese hombre prácticamente vive en ese bar. Le pregunté y lo negó. De hecho, se notó preocupado.
Lo miré incrédulo por un instante. Ese malnacido aún creía que tenía el poder absoluto de dañarla y aun así preocuparse por ello.
Una idea se cruzó por mi cabeza. Una idea que creí imposible al principio, pero ahí estaba latiéndome con fuerza en la cabeza. Una idea que, de solo pensarla, me dio pánico.
–Tú crees que… –bajé la voz, hablando en un susurro–, ¿tú crees que pueden ser ellos?
Brooke pareció dudar un instante.
–Él está preso, Theo. Él y su hermano. Deja de perseguirte con eso, Theodore, Chicago ya quedó en el pasado.
Chicago. No puedo evitar pensar en Chicago siempre que algo malo pasa. Sabía que ellos estaban en la cárcel y que la policía iba a tener vigilado a quienes lograron escapar por un pelo. Que estaban detrás de ellos. Pero aun así no podía evitar pensar en la última conversación que tuve con quien fue el líder de la organización: “A los traidores se los mata, sabías eso, Theodore, ¿no?”.
A los traidores se los mata y yo era un traidor. Si no eran ellos, si no era Thomas, ¿entonces quién? La idea no paraba de rondarme en la cabeza y no me dejaría descansar hasta dar con el culpable. Aún tengo en mi retina la cara de sorpresa mezclada con miedo de Tabatha de esa mañana. Y como si fuese un hilo conductor, también yo me sentí así. Si eso era la empatía, me parecía un asco.
Tabatha era un arma de doble filo. Era la princesa que rescataba al príncipe, era la antítesis de todo lo que uno se imaginaba. Era el despertar de lo nuevo acompañado de una sensación familiar de adrenalina, de incertidumbre, de ¿y ahora qué? La mezcla perfecta de lo conocido y lo nuevo. La ternura, la suavidad de sus abrazos mezclada con lo otro, con el placer de siempre estar al límite. Y en ese momento, que comenzábamosa tener algo que dejaba de ser del uno y del otro, que era nuestro, los problemas no daban tregua. En ese momento, que sentía que Tabatha ya tenía algo mío y que era suyo por decreto y que lo estaba arruinando. Mi pasado me condena y el presente no es y nunca fue mío. Ese presente que disfrutaba con ella. Debía hacer algo, lo que fuera. Aún recuerdo una de nuestras primeras conversaciones. Yo no era su tipo, yo no era el bueno de la historia, el chico con simples problemas familiares, de orfanato y casa de acogida. No. En absoluto. Era el mechero y la pólvora, que hacía arder todo. Y ella estaba demasiado cerca como para no quemarse.
–Hermano, ve con ella –las palabras de Brooke me trajeron a la realidad–. Necesita de ti ahora mismo. Si no te conociera, te daría un consejo que acatarías y nos ahorraríamos muchos problemas. No hagas nada que te puedas arrepentir o que pueda tener daño colateral. Confía en la policía. Ya lo hiciste una vez y salió bien. Solo… no es momento para ser un héroe. Ella no lo necesita y a ti, francamente, se te da horrible.