CAPÍTULO XXVIII
TABATHA
Aunque los mensajes del psicópata hubiesen cesado, mi tormento era otro. La pelea con Collingwood no paraba de reproducirse en mi cabeza, la última noche con Theodore y luego, nada. El no saber de él más que lo que Brooke decía, o lo que Ginevra o Darien me comentaba. Pero ni rastros de él en mi casa o en mi vida. Ya había comprendido de primera mano que la gente importante en tu vida era efímera, fugaces como las estrellas. Y me reproché a mí misma porque lo sabía de antemano. Sabía que Theodore iba a ser efímero y, aun así, no lo vi venir tan rápido. ¿En qué momento se había calado hasta el fondo? ¿En qué momento empecé a ser tan vulnerable al punto de que su desinterés me afectara tanto? Por un segundo, un momento efímero, que nos entendíamos. Creí que ninguno estaba tan roto, que sus pedazos y los míos formaban un rompecabezas extraño para los demás, pero donde encajaban las piezas a la perfección. Que podíamos salir adelante.
Y la pregunta de Woody se viene a mi cabeza. Había personas en mi vida, pocas, con las que sin ellas no podría concebir mi vida. No quería ni podía. Mis amigos, Woody y Mari. Tan pocas personas, pero tan importantes. ¿Podía estar sin Theodore? El tiempo me iba a decir que sí. El problema radicaba en que no quería. Yo no quería estar sin él. Y un gusto amargo me produjo llegar a esa verdad. Una vez había escuchado que la felicidad de uno no puede depender de una persona. Pero llegué a la conclusión de que ellos no entendían una mierda. Esos meses había experimentado, por primera vez en mucho tiempo, la felicidad. Theodore me hacía lisa y llanamente, feliz. Tanto, que era imposible expresarlo con palabras o buscarle lógica alguna.
–¿Podemos hablar?
Esa voz tan familiar me sacó de mis pensamientos. Levanté la vista y mientras colocaba una mano como visera lo observé. Parado frente a mí, con el sol reflejado en sus cabellos haciéndolos lucir más dorados que nunca, estaba Alec Collingwood.
–Si vas a volver a decir estupideces, ahórratelas. No estoy de humor.
Dejó caer su mochila al piso y luego se sentó en posición india frente a mí.
–Fue difícil hablarte antes. Te quiero mucho, pero mis pelotas estaban en juego. Ya sabes, Ginevra y su afán por golpear y luego preguntar, ¿cómo estás?
Una leve sonrisa asoma por mi rostro porque tiene razón. Aun así, no quería que pensara que ya estaba todo bien entre nosotros. Sus palabras aún resuenan en las paredes de mi cerebro.
–Me porté como un imbécil, ¿no?
Alcé una ceja para evitar responder que sí, que fue un completo estúpido.
–Ya. Lo sé. Pero lo siento, ¿sí? Siento haberme comportado así. Y siento haberte abandonado cuando me necesitabas. Siento también todo lo que le dije a Gin. No lo merecías. Usé todo lo que sabía para lastimarte y eso no hacen los amigos. No en ese momento que estabas vulnerable. No puedo decirte que no lo pensaba o que no lo pienso realmente. Pero no era la forma–inhaló profundamente para luego seguir–. Yo te quiero, Tabs. Eres más que mi mejor amiga. Y daría cualquier cosa porque seas feliz, porque dejes de atormentarte con cosas que no fueron ni son tu culpa. Lo que sea. Si me dijesen que a cambio de no jugar ningún partido más de fútbol, tú serías feliz yo simplemente preguntaría dónde firmo. No puedo concebir la idea de no tenerte conmigo. Necesito que me perdones, Tabs.
En ese momento, que el sol se escondió, pude estudiar un poco más sus facciones y aunque ya lo sabía, porque nadie conoce a Collingwood como yo, no estaba mintiendo. Estaba siendo lo más sincero que puede ser una persona. Las bolsas en sus ojos reflejaban que no estaba durmiendo bien.
–Sabes… siempre me sentí protegida. ¿Quién podía hacerme daño si mi mejor amigo era y es Alec Collingwood? Desde siempre fuiste mi héroe. Por eso me dolió tanto lo que dijiste –le expliqué–, la misma persona que siempre me contuvo, que me protegió del mal, estaba hiriéndome con verdades. Usaste todo lo que sabías de míen mi contra. ¿Por qué, Alec?
Se refregó el rostro con sus manos en un gesto cansado. Mi mejor amigo hacía eso cuando le costaba expresarse y que el otro lo entendiera. Pero el otro, en este caso, era yo. Que conocía a Collingwood a laperfección.
–Tabs, ¿nunca te diste cuenta? Creo que estoy enamorado de vos desde que tengo uso de razón. Y espera –cuando vio que iba a decir algo me frenó–.Sé que nunca jamás va a pasar nada. Sé que no me ves con los mismos ojos que yo. Lo entiendo y lo entendí siempre. No solo eres mi mejor amiga, eres la chica que amo. Y por eso, verte mal me afectaba tanto. Cuando fue lo de Thomas, sentí que me moría. Estaba perdiendo a mi mejor amiga y a mi chica. ¿Entiendes? Me estaba por quedar sin nada. me desesperé tanto que cuando dijiste basta y volviste a ser vos, no pude más que ser feliz. Yo necesito que vos seas feliz para yo poder serlo también. Y ahora, que apareció Theodore, sentía una especie de déjà vu. Sentía que te estaba perdiendo de nuevo.
–¿Estabas celoso de Theodore? –fue lo único que atiné a decir.
–Celoso, no. Preocupado.
Abrí la boca y la cerré varias veces. Que con Alec tenía una conexión especial no había dudas. Que me miraba con ojos distintos que Tony ya lo sabía. Ginevra me lo había dicho en más de una ocasión. Vamos, en realidad todos me lo habían dicho y hecho notar. Quizá, en el fondo yo también lo sabía. Pero jamás pensé que iba a salir a flote la conversación. Menos ahora.