Jadeó es busca de aire mientras su mano izquierda se arrastra por la seca tierra para coger su arma, dispersa a unos centímetros, sus uñas se clavan mientras sus huesos crujen por el esfuerzo. Respiró, evitando el fétido olor del monstruo que lo aprisionó y su rostro se giró de costado, teniendo mirar los colmillos que querían destrozarlo cuál juguete viejo. Su mano libre intentó empujar la criatura desde su presunto hocico, tanto como los treinta kilos que solo su cabeza poseía le permitían maniobrar (prácticamente nada), mientras se obliga a arrastrarse tanto como podía en busca del arma pérdida. Son segundos, donde su corazón late tan rápido y fuerte que ni el gruñido de la criatura se filtra, donde la adrenalina corre bajo su piel picando, exigiendo una salida. Pero no llega. Los dientes rozan la piel de su mejilla, secos, sucios y asquerosamente grandes. Sabe que es su final, pero se niega a dejarse vencer sin hacer nada. Él le debe a ella luchar, se lo debe a todos y si cae, ellos también. Así que tira sus dedos ensangrentados hasta rozar el mango del arma. Aspira, la tierra raspa su garganta, y cierra sus ojos. El quejido del animal retumba, junto al crujido del ojo siendo apuñalado tan profundo que su mano se hunde en la cuenca. El cuerpo cayó sobre Martin y se permitió respirar antes de continuar.
Con el grismut caído, usó sus piernas como palanca para quitarlo de arriba suyo, giró, aspiro la tierra (podría asegurar que dentro de sus pulmones ya se había forjado una isla con la cantidad inducida) y se levantó con sus extremidades temblorosas. La electricidad aún fluye bajo su piel mientras busca al resto de su equipo con la mirada. No los ve y teme lo peor. Arrancó el cuchillo del cráneo del animal con un repugnante sonido y se alejó mientras intentó rastrear al resto, las pisadas no se ven en la reseca tierra, pero si puede notar el arrastre que dejó algún objeto puntiagudo; vagamente piensa en la espada que David insiste en llevar. Silbando en vano, mantiene un movimiento fluido y su cuerpo entrenado, a pesar de estar en campo abierto, mantiene cautela (nunca es la última opción). Intenta calmar el palpitar de su corazón y el zumbido de sus oídos, inútilmente; la adrenalina no quiere dejarlo y sus sentidos está tan agudos que se sofocan entre sí. Casi podría reír por la ironía de la situación; el mejor en la última generación y en su primera misión como líder ya la había se perdido sin retorno. Extraviar a todo su equipo era algo simplemente impensable, nunca nadie lo hizo, no que haya vuelto; volver solo no era una opción. Ella era misericordioso y dulce, lo perdonaría, pero el mismo (y nadie más) lo haría.
La plaza principal, que estúpidamente David había insistido en cruzar (para acortar camino), estaba infestada por grismut. Se presume que alguna vez fueron leones o tigre o alguna clase de felino de gran tamaño; su tamaño sigue siendo similar solo que las proporciones y estética no. Sus garras principales habían crecido tanto que se curvaban y a cada paso que daban constantemente se hundían en la tierra y la levantaban, lo que pronto arrasó con toda fauna y/o construcción de camino que la zona tuvo alguna vez; sus cabezas son enormes y sus dientes mutaron creciendo de forma desproporcional. Son ciegos, para su suerte, siendo solo alertados por olores o sonidos; lo primero podía ser engañado con facilidad, ya que solo determinados aromas llaman su atención, mientras que lo segundo debería de ser aún más fácil de evitar; no lo fue en este caso. El silencio parecía no ser propio de su grupo, lo que terminó que una de las criaturas los atacara y otra apuntara a Laura (la única mujer del grupo) quien al parecer había sido “secuestrada” por uno de los monstruos; lo que llevó a que tanto David como Emmanuel fueran tras de ella y lo abandonaran a su suerte. No podía culparlos, no realmente. Y así fue como la misión fracasó. Ahora le tocaba reencontrarlos y comprobar si había daños o si se podía salvar algo del objetivo primario (comprobar los suministros en las tiendas de construcción locales). Para su suerte su compañero era tan incompetente como presumió al comienzo (o quizás más inteligente de lo que podría presumir) que dejó un rastro de migajas (o señas de tierra) con su recorrido. También estaba feliz de que Emmanuel era tan vocal como toda su vida, debido a que antes de verlos ya podía escuchar al hombre insultar cuál marinero a diestra y siniestra a todo lo presente (incluyendo, muy vívidamente, a David quien era el foco de todo su odio actual). Con una tentación enorme de abandonarlos, Martin, recorrió el último tramo que restaba para vislumbrar la manada de criaturas rodeando a los tres humanos que se posaban en un antiguo juego infantil (irónicamente una fortaleza), donde intentaban… ¿Llamar más su atención?
— Si el señorito: “Yo debería ser el líder” no se hubiera metido en literalmente la boca del lobo, no estaríamos en esta situación —, la voz de Emmanuel retumbó antes de verlo parado en el centro de lo que era la plataforma de la construcción de metal y madera podrida; apenas se mantenía en pie y con el peso de las tres personas sobre crujía. En cualquier momento caería, si las garras de las criaturas no la destrozaban antes; el pánico y miedo estaba sacando lo peor de todos.
— Em, no es culpa de David —, Laura intentó cortar la diatriba sin fin, suave y dudosa de realmente acotar algo, ya que sentía que todo era su culpa; difícilmente se podía discutir contra ello.
— Sí, no es culpa mía. Martin no se opuso —, elocuentemente el rubio intentó de defenderse, asintiendo a sabiendas las palabras de la chica y cruzándose de brazos de forma petulante. Actualmente estaba desarmado, notó Martin, mientras escuchaba sus peleas pueriles y planeaba como ayudarlos sin llamar la atención en él. Aunque este último comentario lo llevó a debatirse que tan infantil sería de su parte abandonar a David allí.