Cinco años después.
Los pueblos oprimidos por el imperio de Daemon Kahn trataron de buscar refugio en varios lugares recónditos de la Neotierra, y cada cierto tiempo, debían abandonarlo para encontrar otro sitio que los proteja al verse amenazados por el terrible emperador.
Cuando los refugiados se asentaban en un lugar seguro, trataban de desarrollarse lo más rápido con la mayor discreción posible, por eso algunas personas solo dedicaban su vida a la supervivencia, mientras que otros le doblaron la mano al destino luchando por sus sueños pese a la adversidad. Un ejemplo de ello, eran los niños que vivían en aquellas aldeas de refugiados donde ciertos menores trabajaban junto a sus padres para seguir adelante dejando atrás los estudios, mientras otros se educaban en las improvisadas escuelas que montaban en los alrededores.
—¿Qué vas a hacer a la noche, Pedro? —preguntaba Juan.
—No lo sé aún, quizá salga con mi amiga Rosa. ¿Y tú que harás, Demian? Casi nunca haces nada y por eso tienes pocos amigos.
—¿Yo? Pues debo ayudar en la casa y luego tengo que estudiar.
—Bueno, entonces salgamos los dos, Pedro —decía Juan—, tal vez Demian no quiera divertirse.
Y así, los tres jóvenes se separaron para reencontrarse mañana en la escuela. De esos tres compañeros de curso, Demian era el de más bajo perfil, tímido, silencioso y cabizbajo. En realidad, no era tan amigo de Juan y Pedro, porque ellos tampoco lo apreciaban demasiado y tenían sus amistades aparte donde Demian nunca era considerado.
El joven Demian tenía 15 años, era delgado, piel trigueña, un poco alto, y de pelo castaño corto, no gozaba de amigos y tenía muchos sueños por delante, pero sentía que su vida estaba truncada por el complicado destino que le tocaba vivir escapando siempre del Kahn. Además, sufría severas pesadillas que lo atormentaban constantemente con recuerdos de su pasado y angustias que no podía superar.
Un cálido ladrido de alegría sacó al joven de sus pensamientos cuando estaba llegando a casa; era su mascota, un pequeño perrito color beige tipo labrador que lo saludaba al ver que su amo al fin regresaba.
—¡Hola, Nico me da gusto de verte! —respondía Demian—, iré inmediatamente a darte tu ración de comida, además veo que tu paila de agua está vacía así que voy a llenarla otra vez.
—Demian, qué bueno que regresaste —saludaba el tío Ren quien salió a su encuentro—, te estábamos esperando. Tu tía Annie está preparando el almuerzo por lo que llegaste junto a tiempo.
—Gracias, tío Ren, tengo mucha hambre por lo que espero almorzar bien y luego descansar un poco antes de ponerme a trabajar contigo en la casa.
—Lo sé, aunque no sé si seguir trabajando en arreglar la casa, estoy un poco preocupado.
—¿Qué sucede, tío?, ¿pasa algo malo?
—Se escuchan rumores dentro del pueblo de que el puño del Kahn se está acercando cada vez más, por lo que hay que estar preparados para cualquier cosa.
—¡Oh no! ¿Acaso otra vez debemos huir?, ¿estaremos para siempre escapando?
—No lo sé querido Demian, aún recuerdo cuando te recogimos hace 5 años atrás, y pese a nuestras condiciones, te adoptamos igual que un hijo nuestro sin saber que deparará el destino, por lo que no puedo decirte si alguna vez encontraremos la paz definitiva.
—Yo siempre estaré agradecido de ustedes por lo que han hecho por mí, haré lo que sea por sacarlos adelante tanto a ustedes dos como a Carmen, no pierdo la fe y la esperanza en que ella recobre su salud y sacarla de esa cama donde está postrada.
—Demian, ten fe en Dios, él nos proveerá de todo y nunca nos abandonará. Saldremos adelante y derrotaremos la adversidad.
Tanto Demian, el tío Ren y el perrito Nico entraron al hogar apenas se escuchó el aviso de la tía Annie señalando que el almuerzo estaba listo, había mucha esperanza en ellos pese a toda la penuria que sentían.
Al ingresar al hogar, todos se prepararon para el almuerzo excepto Demian que saludó a su hermana adoptiva que yacía postrada en cama. Ella lo miró con sus ojos perdidos y saludó al muchacho que pese a su enfermedad aún lo reconocía. Demian la miraba con una rara mezcla de alegría, pena y rabia al no poder hacer nada ante una enfermedad que avanzaba inexorablemente y sin tener cura.
—¡Hola, Carmen!, ¿cómo estás? —preguntaba Demian.
—¡Hola! ¿Cómo... estás? —contestaba Carmen con dificultad.
—Bien, aquí estoy, me fue mejor en la escuela y pronto almorzaré para ir después a trabajar con el tío. —Qué bueno... pues. Yo estoy óptima... y luego me levantaré.
—Lo sé, estoy seguro de que algún día te levantarás.
Demian estaba apesadumbrado porque sabía que en el fondo ella solo alucinaba y creía poder mejorarse cuando en realidad no podía hacerlo, su frustración interior aumentaba con cada día que pasaba al sentirse impotente. Al llegar a almorzar junto a sus tíos, pudo descansar un poco de los problemas y charlaron de variados temas. Al terminar, los dos hombres fueron a trabajar en los arreglos de la casa mientras la señora Annie se ocupaba de los quehaceres hogareños.
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Editado: 19.03.2024