La vida nunca es fácil.
Tal vez nunca tuvo duda de ello y la existencia misma se lo había demostrado una y otra vez; porque ni siquiera durante su niñez había tenido una vida sencilla, aunque eso no quería decir que no hubiera experimentado ningún momento feliz a pesar de que estos sólo fueran detalles, por ejemplo: en su corazón guardaba aquella linda historia que su madre aún solía contarle durante las noches, antes de dormir.
Pensativa y con melancolía, suspiró y jugueteó un poco con el descuidado dije que colgaba de su cuello.
Era una noche lenta y mientras presentaba su número se percató de que había muy pocos clientes en el lugar e incluso comenzó a pensar en la idea de regresar a casa; después de todo, en aquellas “horas extra” aún no le habían dado un solo dólar de propina y peor aún, el estupido dueño de la cafetería en que trabajaba por las mañanas, le había pedido o mejor dicho; le había exigido que llegará antes de su horario habitual.
Aburrida, comenzó a caminar hacia el camerino sin interés alguno por ocultar el cansancio y fastidio, pues, como cereza del pastel, esa noche habían asistido muy pocas bailarinas, lo cual implicaba otra desventaja, porque eso significa que tendría que bailar ante todos, más de lo usual.
Aunque, viendo el lado positivo de la situación, si se iba en este instante, al menos por la mañana no estaría tan cansada, como para poder acompañar a su madre a la consulta médica que tenía por la tarde.
Eso era algo bueno; ¿o no?
Entró al camerino en que las demás bailarinas se cambian y aprovechó para recostarse e intentar dormir un poco, mientras meditaba en si quedarse ahí era mejor que inventar algún pretexto para que su madre no sospechara de las actividades que realizaba por las noches. Al menos, en ese sentido, tuvo suerte de que la contrataran ahí, primero como mesera y luego, al ver el empeño que ponía en ganar dinero, fue aún más afortunada cuando la alentaron y le enseñaron a bailar. Al menos no había caído en la solución desesperada que en esa época había pensado; aunque tampoco es que exista demasiada diferencia, después de todo, usaba su físico para ganar dinero, aunque en cierta forma, estaba convencida de que cualquier empleo implica lo mismo, solo que siempre es visto de manera diferente.
—Lenora; será mejor que regreses al salón. Mick está preguntando en dónde estás.
Annabel, su mejor amiga y la chica que le había enseñado a bailar, fue quien comentó esa advertencia tan pronto la vio.
—Gracias —suspiró sabiendo que esa noche el jefe no estaba de muy buen humor.
—Le dije que habías venido al baño —tomó su antifaz y se lo puso mientras escuchaba el pretexto
—Ya voy… —en el fondo, era consciente de que había permanecido ahí, no solo porque ya había pagado la cuota para poder trabajar aquel turno, sino por la esperanza de que algún cliente pidiera sus servicios y así poder ganar algo de dinero, pero también porque ya había acordado un horario para esa noche, por lo que aún tenía que volver al escenario, mínimo en otras cuatro o cinco ocasiones.
Al menos la noche aún era joven, así que todavía podía conseguir alguna propina o un servicio que valiera la pena, incluso, con algo de suerte, más de uno.
Con aquello en mente se acercó al área de las mesas, ubicó a Mick y caminó en su dirección, esperando a que tuviera buenas noticias; después de todo, aún tenía que reunir dinero para el tratamiento de su madre.
—¿Dónde estabas? —Mick fue contundente, tal como siempre.
—En el baño y después fui a retocarme.
—Bien. Saldrás al escenario después de Jhoanna.
—Pero…
—Y después te prepararás . Gareith las llevará con un cliente.
—¿En serio?, ¿A Jhoanna y a mí? —la noticia le alegró, aunque habría preferido que el cliente se quedará ahí o que al menos hubiera hecho negocios directamente con ella,pero eso era algo que casi nunca ocurría.
—También Amy las acompañará. Les pagarán tres mil por un par de horas, así que prepárate para salir en veinte minutos.
Bailó sintiendo que había tenido mucha suerte, pues la cantidad de gente en el lugar seguía manteniéndose igual, y seguramente, fue por ello que sin querer prestó atención a la actitud desinteresada de un solitario hombre, que a pesar de estar al filo de la barra de baile, no quitaba su atención de la bebida que mantenía jugueteando en sus manos.
Tal vez esperaba a alguien.
Veinte minutos fueron apenas suficientes como para hacer su presentación, vestir una gabardina que le cubriera lo suficiente y tomar su bolso; ya retocaría el maquillaje durante el trayecto.
Aquello le agradaba, significaba que por el resto de la semana ya no tendría que preocuparse tanto por cuestiones económicas.
Solo un par de horas de trabajo extra y de esos tres mil, al menos recibiría ochocientos. Estaba segura de que con eso sería suficiente para los medicamentos que seguramente le recetarían a su madre; al menos eso esperaba, y en caso contrario tal vez tendría el resto de dinero para el fin de semana.
Además, aún tenía que pagar la renta y surtir la despensa; pero de ser necesario podría tomar esos días para hacer una pequeña dieta.
Lenora suspiró sabiendo bien que de haberse quedado sólo con el puesto de camarera no podría con todos sus gastos; de hecho, muchas veces había pensado en renunciar, ya que ese empleo solo lo ocupaba como pantalla ante su madre porque en el fondo le avergonzaba la idea de que supiera de dónde sacaba el dinero, pero sobre todo temía que lo malinterpretará y que llegará a la conclusión de que hacía más que solamente bailar. Todo por ella, por ella misma, todo gracias a esa maldita enfermedad que le había aquejado y que estaba matando a la única persona que le importaba en todo el mundo.
Lo último que deseaba era que su madre se sintiera más culpable de lo que seguramente ya se sentía.
Aunque, quizá, si fuera completamente honesta, tal vez podría llegar a suceder todo lo contrario. Tal vez comprendiera que su trabajo no implicaba nada más que el simple hecho de bailar e incluso, tal vez podría llevar una vida más tranquila.
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Editado: 21.11.2021