Entre los zapatos había encontrado unas botas de color marrón, ligeramente grandes, con los que al caminar sentía que estaba usando los zapatos de un payaso y para solucionarlo se puso un doble par de calcetines. Aunque la ropa era ligeramente grande, gracias a la faja le quedaba bien, aparte de eso solo se había hecho una trenza sencilla y no llevaba más accesorios que un broche de cabello, la pulsera que le habían dado el día anterior y el dije que su madre le había regalado tiempo atrás.
Iba despacio, aún con tiempo suficiente, con la seguridad de ya no sentirse observada por todo mundo y con la esperanza de pronto volver a casa.
Cuando Lenora llegó a la comisaría, Gwyddyon ya estaba ahí y sin duda se sorprendió al verla, tal vez era por la ropa o quizá porque esperaba que no sobreviviera a aquella noche.
Mona y la asistente del comisario también estaban en ese lugar, charlando entre ellas; al igual que el hombre que el día anterior le había dado instrucciones para llegar. Le pareció extraño verlo ahí, recargado en la barra de la recepción. Trató de no prestarle importancia, lo primordial era que sólo faltaba el comisario; señal inequívoca de que había llegado temprano.
Lenora se sentó al ver a Gwyddyon acercarse al hombre que había comenzado a revisar algunos documentos, y suspiró dispuesta a esperar, pero un tenue resplandor, proveniente de lo que colgaba en su pecho, llamó su atención.
Aquello era extraño, aquello era increíble.
Tomando la piedra en su puño, dio un rápido vistazo a su alrededor, solo para verificar que nadie hubiera visto lo sucedido. Por suerte todos parecían seguir distraídos, dándole la oportunidad de rápidamente quitarse aquélla desgastada cuerda que rodeaba su cuello y guardar el dije entre los pliegues del fajero que vestía, dentro de un discreto bolsillo oculto.
Solo esperaba que aquel extraño fulgor no traspasara la prenda.
—Señorita Larson —casi brincó al escuchar la voz de aquel antipático hombre de la tarde anterior, que le miraba fijamente—. Acérquese.
—Sí —se levantó con duda—. ¿Cree que el alguacil aún tardará en llegar? —Gwyddyon no pudo evitar reír.
—Aldara; Gallagher es el alguacil —le explicó y luego se dirigió al hombre tras el mostrador—. Y tal como te acabo de decir; la ayude a venir de otro mundo.
—¿Está admitiendo que me secuestró?
—Secuestró, como tal, no del todo. Digamos que solo aproveché la oportunidad para traerte antes del momento en que debías volver, para así poder enseñarte al menos un poco de lo que debes saber, antes de que Morrigan también regrese.
—Gwyddyon; ¿Es en serio?, ¿Morrigan, Aldara? Eso no es más que un cuento infantil —se burló, a pesar de ser consciente del poder de aquel hechicero—. Discúlpate con ella y regresala a su mundo.
—Gracias —Lenora se entusiasmó.
—Es imposible. No puedo hacerlo. Aunque mi magia es poderosa, no soy capaz de regresarla.
—Entonces; ¿Cómo fue que hiciste para traerla?
—Hubo un accidente —exhaló con frustración—. Estuvo a punto de morir y en ese instante parte de su poder se liberó. Yo sólo aproveche la ocasión.
—Eso no puede ser posible —aclaró la chica, notando que ambas mujeres permanecían en silencio, quizá guardando nota mental para los cotilleos de la semana—. Está hablando de esto como si todo hubiera ocurrido por arte de magia. Solo soy una bailarina y él me estuvo acosando, al menos durante un par de días.
—Querida; eso no era un trabajo honorable. Debo admitir que me sentí muy decepcionado al haberte encontrado ahí, bailando de esa manera.
—Mi trabajo es mi problema. Y si no le parece adecuado, no tiene porque interesarme. Lo que a mí me importa es que gracias a ese empleo tengo dinero suficiente para mis gastos.
—¿Eso cuesta tu dignidad?
—Explíqueme algo —ignoró el comentario, no tenía porque rendirle cuentas a su secuestrador—. Si todo esto ocurrió por arte de magia, entonces aclare cómo es que usted pudo ir y volver de “mi mundo”, pero yo no.
—Aproveche el momento. Hace casi un año, se dieron las circunstancias para que pudiera realizar tal viaje. Durante la Luna Ancestral, por alguna razón se liberó algo de tu poder. Llevaba bastante tiempo en tu mundo.
—Eso es cierto —comentó Gallagher—. Incluso llegamos a pensar que habías muerto. Pero Gwyddyon; esto parece una broma, solo falta que me digas que Cearbhall también vendrá de otro mundo.
—Él ya está aquí; nunca se fue —musitó al comprender que el comisario dudaba de sus palabras—. Te sorprenderías si supieras de quien se trata —lo vio fruncir el ceño—. Pero eso es algo que él mismo debe descubrir.
—¿Me regresarán a casa? —tras un breve silencio durante el cual el comisario parecía meditar en lo que acababa de escuchar, la joven retomó la palabra y en automático, la actitud pensativa del alguacil cambió a una que exigía respuestas del hechicero.
—No puedo hacerlo, Aldara… o Lenora, como te haces llamar ahora; tú eres la única que puede lograr hacer algo así. Aunque, claro, para ello debes aprender a controlar tu poder y esperar a la próxima Luna Ancestral.
—Bien. Señorita; ya lo oyó. La única forma de regresar a su casa es por sus propios medios.
—Y; ¿cómo pretende que voy a poder hacerlo, si ni siquiera tengo dinero para tomar un avión? —casi todos la observaron, incapaces de entender lo que era un avión.
Eso era todo.
¿Eso era todo?
¿Eso era lo que la justicia de ese lugar podía conseguir para ella?
Ese estúpido alguacil no servia para nada.
Aquello había resultado ser una verdadera farsa.
La única solución que le daban, era que Gwyddyon se comprometía a enseñarle lo necesario y a pagar todos sus gastos. Pero por orgullo lo había rechazado, regresó la pulsera que la cena anterior le dieron y se había empeñado tanto en que la llevaran a la embajada estadounidense, que terminaron echándole, asegurando que no existía un lugar así. Ni siquiera sabían a qué se refería con “embajada” y mucho menos supieron que era un “estadounidense”, ni tampoco entendieron que era un teléfono; de hecho, lo compararon con algún otro artefacto que al parecer era un tipo de bracelett, pero ni siquiera pudo entender si era lo mismo que la pulsera o no.
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Editado: 21.11.2021