Aquello había sido tan inesperado y hasta cierto punto agradable, que en realidad olvidó que debía revisar el dije; por eso, cuando lo recordó, estaba normal.
Aquello era extraño.
¿Qué sucedía?
Había deducido que siempre brillaba cuando él estaba cerca, pero en esta ocasión había olvidado revisarlo.
Ya lo descubriría con el tiempo, aunque tenía la sensación de que ya había visto o escuchado algo parecido a lo que sucedía con esa piedra. Pero por ahora, aprovecharía todo aquello que el Alguacil le había llevado y deleitaría a Enedina con una deliciosa comida, además de la sorpresa de su casa limpia.
Estaba decidido.
Le faltaban ingredientes, pero tenía la seguridad de que aún así podía hacer un guiso que fuera lo suficientemente bueno, como para expresar el agradecimiento que sentía por su benefactora.
Además tenía una razón para festejar, pues, además de que había recuperado el bracelett, ahora también tenía dinero suficiente, quizá para toda una semana o más, mientras conseguía un empleo, y también porque con aquel objeto tendría una mayor oportunidad de conseguir un puesto de algo, lo que fuera, pero donde le pagarán bien.
Por supuesto, quizá no ganaría demasiado, pero al menos comenzaría a tener un buen historial para su nuevo currículum, aunque seguía esperando no quedarse ahí por mucho tiempo.
Sin embargo; dos semanas después y a pesar de cuán optimista se sintió al haber recuperado el bracelett, seguía desempleada.
Tal como habían acordado, Gwyddyon no la volvió a buscar; pero Gallagher tampoco había vuelto, a pesar de que aún tenía que pagarle la comida que días atrás le llevó.
Ese era un gran dilema, porque por extraño que pareciera, no deseaba quedar mal ante él, así que, aunque le avergonzara, estaba convencida de que lo mínimo que podía hacer era darle una explicación y con este pretexto, fue a la comisaría.
—¿Hola? —no había nadie en la recepción, lo cual le pareció extraño, ya que cada vez que pasaba por ahí podía ver a la antipática mujer de siempre o a Gallagher, recargado en el umbral —. ¿Hay alguien? —se asomó por un pasillo, a la izquierda—. ¿Se encuentra el alguacil? —estaba segura de que incluso podría escuchar el zumbido de una mosca—. ¿Hola? —¿qué clase de comisario permitía que su oficina estuviera vacía?—. ¿Gallagher? —esta vez, miró al corredor de la derecha.
Si fuera una emergencia, ¿realmente podrían ayudarla?
Hacía falta un buzón de quejas y sugerencias, eso era evidente, aunque suponía que el alguacil haría caso omiso.
Con una nueva idea en mente y tras dar un último vistazo, decidió inclinarse un poco, solo para alcanzar uno de los papeles que estaban ahí.
—Gallagher; voy a escribir algo —aviso, sólo por si las dudas, aunque ni siquiera sabía si alguien entendería lo que escribiría—. Tomaré el block de…
—¿Qué haces sobre mi mobiliario? —entró justo cuando ella intentaba alcanzar una libreta, aunque el movimiento con el cual se bajó fue demasiado veloz—. Si dañaste algo, será destrucción de propiedad policial.
—Gallagher; yo…
—¿Gallagher? —le interrumpió y caminó rumbo al otro lado de la repisa de recepción—. Señorita Larson; ¿Qué le da la confianza de llamarme por mi nombre? —eso nunca lo esperó, sobre todo porque cada vez que lo veía, ella le sonreía, pero la chica se repuso rápidamente.
—Tiene razón —carraspeó y se acomodó la ropa—. Comisario; solo vine porque aún no he conseguido empleo y…
—Vino a pedirme que la contacté con mi amigo.
—No. Tú amigo ya contrató a alguien. Ya conseguiré empleo, pero necesito tiempo, es solo que… —levantó la vista, hasta clavarla al otro lado del escritorio, en el espacio justo en que él se había acomodado—. Después de lo hiciste por mí, pensé que lo correcto era venir a disculparme y a confirmar que no he olvidado la deuda que tengo contigo —notó que él fruncía el ceño—. Te pagaré, lo prometo —supuso que esa era la razón de aquel gesto y pensó en alguna solución—. Te daré mi dije, como garantía —se lo quitó, notando que volvía a brillar.
—¿Puedes recordarme de que era la deuda? —el comisario de inmediato sospechó quien era la persona responsable de dicho acontecimiento.
—Por la comida que me llevaste hace días.
—¿Hace días?
—Bueno; hace un par de semanas. También me diste el bracelett —mostró su mano—. ¿Lo olvidaste?
—Ah… —ahora era todo claro para él—. Ya veo.
—Por cierto —en ese instante se le ocurrió una buena idea—. Creo que necesitas una nueva asistente, al menos necesitas de alguien que empatice más con la gente y casualmente, tengo una carrera técnica en administración de empresas, aunque nunca me quisieron contratar para nada relacionado con eso, pero daré mi mejor esfuerzo y además, hablo dos idiomas con fluidez —quiso probar suerte, aunque sabía que tenía muchos puntos en contra.
—Ya tengo una asistente. Epona es muy eficaz en su trabajo.
—¿Y por qué no está aquí?
—Los domingos son sus días de descanso.
Aunque le inquietaba el brillo de esa piedra que siempre portaba, e incluso ella misma le agradaba, no estaba convencido de querer a esa mujer tan extraña en la alcaldía. Pero al mismo tiempo, ahora sabía que Gwyddyon aún intentaba acercarse a ella. Era obvio, después de lo que le acababa de decir.
¿Debía inmiscuirse en el asunto?
Después de todo, era parte de su trabajo.
—Está bien —interrumpió cualquier cosa que la chica estuviera diciendo—. Mañana te quiero aquí, a primera hora del día.
Aunque había prometido dar su mayor esfuerzo y aprender lo necesario, su decepción fue notoria cuando él aclaró que solo debía limpiar, preparar café y cosas similares. No era lo que esperaba, pero al menos ya tenía empleo.
Sin embargo, Gallagher le había vuelto a aconsejar buscar a Gwyddyon, porque él era el único que realmente podría ayudarle a volver a su vida anterior.
Y claro, ella misma también lo había pensado en más de una ocasión, sólo porque temía a la idea de tener que quedarse ahí para siempre. No es que su vida en California fuera maravillosa, sino que ahí era donde estaba su madre, la única persona que la buscaría y estaría preocupada por su ausencia.
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Editado: 21.11.2021