Luna de muertos

Capítulo 34.

Richmond, Virginia.

A pesar de las pocas veces que se veían en persona Melissa y Liam aprovechaban el tiempo que podían pasar juntos. El día de su cumpleaños aún no acababa y Melissa llegó en la tarde para pasarlo con él ya que Marie estaba en el canal y regresaría hasta tarde.

— ¿Has sabido algo de Mason?

La chica elevó el rostro para verlo acostada en su pecho, él suspiró arqueando las cejas mientras le acariciaba su brazo que tenía ella sobre él.

—Él ha estado distante…no he podido ir mucho al refugio, pero vi a Monik la semana pasada y dijo que sigue sin ser el de antes.

—Crees que hemos sido egoístas por dejarlo solo. —Se incorporó para verlo mejor—. Él dijo que lo entendía, lo dijo en serio…no te sientas mal.

Melissa le sonrió y él la imitó. Acarició su rostro y le dio un suave beso que llevaba sonrisas enamoradas entre él; se inclinó hacia ella para hacerla hacia atrás, besó su cuello haciéndole cosquillas lo que lo motivó para seguir provocándoselas.

La puerta de la casa se abrió, pero ninguno escuchó por las risas.

— ¿Estás ahí Liam?

Marie abrió la puerta del cuarto asustando a los chicos, de inmediato Melissa se cubrió con la sabana y Liam jaló de esta para cubrirse él también.

—Ho…hola mamá —saludó nervioso.

Marie arqueó una ceja al verlos, aclaró su garganta y se cruzó de brazos.

—Buenas noches, Liam…y Melissa.

— ¿Cómo sabe que soy yo? —Balbuceó avergonzada bajo la sábana.

—Puedo ver tu cabello a un lado de la almohada —admitió sin quitarle la vista al chico—, vístanse que traje la cena.

— ¿Aquí?

— ¿Eso importa ya? —Ladeó su cabeza frunciendo la frente— No tarden que se enfriará.

Marie cerró la puerta, pero se quedó afuera escuchando como los chicos se decían lo incómodo que fue el momento, una risita salió de la mujer, pero aclaró su garganta para contenerla.

—La próxima al menos pongan seguro a la puerta —advirtió fingiendo seriedad.

“¿Crees que se enojó?” “No puedo bajar a comer después de esto…”

Marie bajó al comedor riéndose.

Mientras tanto en algún lugar remoto estaba Kalisman festejando en un bar de vampiros.

—No veo por qué celebras —alegó Marcel trayendo dos copas—, llevas meses de pésimo humor, ¿por qué el cambio?

—Hace un año hoy la manada de perros sarnosos perdió a su preciado alfa…

Alardeó contento y lanzó un dardo a una fotografía de Melissa que colgaba en el muro.

—No me digas, ¿irás por la bruja ahora? —Bebió un sorbo de mala gana— Cuando me pediste que siguiera en esto creí que dejarías este asunto en paz.

— ¿Qué te hace creer que es mi objetivo?

—Lo mismo hiciste con Jace Barrow y Miranda Väcker…luego los mataste el mismo día.

Kalisman frunció la boca y asintió con su cabeza a la brillante deducción del moreno.

—Ese día te enojaste mucho y eso que no fuiste tú quien perdió una mano. —Entrecerró sus ojos tomando la otra copa—. Me tomé esto muy personal, Marcel, quiero acabar con todos ellos hasta que no quede ninguno.

—Eres un demente.

Resopló y le dio otro sorbo a la copa en su mano.

—Ya lo he oído, ¿crees que ellos lo sepan?

—Sin duda deben saberlo ya.

— ¿Qué pasó con los vampiros que tenías en Richmond contigo?

—Los mató la bruja según me dijeron…la bruja que creaste.—Reviró los ojos—. Gracias por eso, le diste la idea de usar el grito y ahora lo perfeccionó.

— ¿Desde cuándo una pelea con ventaja es divertida? —Expresó jocoso— Si no muere por la gran cantidad de poder que lleva usando seguidamente lo hará por la explotación de mi padre cuando se la llevemos.

Marcel se quedó pensativo cuestionando en su mente algunas de las acciones que ha visto a Arkain cometer a lo largo de los siglos que llevaba con él.

— ¿Nunca has cuestionado sus acciones?

«Padre…¿Eso era necesario?» «¿Me estás cuestionando Kalisman?»

El rubio tragó duro al sentir tan vívido ese recuerdo.

—Aprendí a no cuestionarlo nunca, las consecuencias de hacerlo jamás son buenas —confesó y bebió de golpe—. En fin, ¿quieres jugar? Quien le dé en los ojos más veces gana.

— ¿Seguimos hablando de la fotografía?

Long Island, Nueva York.

Los días pasaron y Lydia empezó a frecuentar la cafetería de Elijah.

—Hoy es domingo…no está abierto —mencionó cerrando la cortina de metal.

—Lo sé —dijo jocosa—. Creí que querrías ir a comer a un lugar italiano…recuerdo verte comer pasta un día.

Elijah se rio y asintió.

—Dígame por donde, yo conduzco. —Sonrió y abrió el carro—. Pero antes debo ir a mi casa por algo…

Lydia arqueó una ceja.

—Debo alimentarme —susurró—, podré comer comida humana, pero en realidad eso no funciona con nosotros.

—Sangre… —masculló— ¿Qué tal si me hablas un poco de eso en el camino?

—Nunca se rendirá, ¿cierto?

Lydia negó sonriendo jocosa y ambos subieron al auto. Llegaron no mucho después de quince minutos y justo como sugirió la chica, hablaron de eso en el carro.

— ¿No te parece algo…?

— ¿Repulsivo? Sí, al inicio fue dificil tener que beberla, pero con el tiempo me acostumbré. —Abrió la puerta de la casa— Bienvenida.

—Es linda…elegante y clásica, te sienta bien. —Miró jocosa hacia él.

—Pase, tome asiento…no tardaré.

— ¿De qué es? —Preguntó enseguida— La sangre…¿de qué es?

—Señorita Lydia…

La forma de responder de Elijah mostraba lo poco que quería decirle, pues seguramente sería incómodo para la chica sin embargo ella insistió entonces Elijah la llevó hacia su refrigerador en el sótano donde tenía algunas bolsas de sangre humana que obtenía de los hospitales y algunos botes con sangre animal.

— ¿Cómo logran los vampiros conseguirla de los hospitales? —Cuestionó sorprendida con una bolsa en sus manos.




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