STELLA
—¿Eres capaz de irte sin avisar, princesa? Te voy a tener que educar.
Estoy totalmente paralizada por intensidad, no puedo creer que Killian se crea con el derecho de interrumpir este acontecimiento. La rabia sube por mi garganta, cargándola de palabras llenas de ira, pero, por alguna razón, simplemente me quedo mirándole como una estupida. Esos ojos tan brillantes, de un color oro, brillan bajo la luz del sol.
—¿Qué crees que estás haciendo? —mi padre cuestiona enfurecido, se remueve en el asiento trasero del coche.
Killian le cierra la puerta en la cara.
Pero que grosero es este perro.
—Asegúrense de que nadie salga de aquí —se dirige a sus soldados —. Y que lleven a la escoria a las mazmorras, a la más profunda de todas. Tengo una conversación pendiente.
Este idiota me está sujetando aún, con un solo brazo me sostiene muy posesivamente y con el otro utiliza su mano para acariciar mi mentón, sus dedos me causan una tempestad de picores placenteros. Me maldigo una vez mal por sentir esto. No es bueno que sentimientos así surjan en mi.
—¡Killian, es mi padre! ¡Detente! —por fin me sale un grito —. No puedes hacer esto.
—Escucha, princesa. Tienes que escucharme y tranquilizarte.
Me aleja del coche mientras sus soldados se hacen con el para sacar a mi padre, capturarlo y llevarlo hasta la mazmorra esa. Al chofer también se lo llevan, pero a otro lugar, me temo que mucho peor. Enfiló mi mirada hacia la persona que se supone que era mi aliado, pero puede que más bien sea mi enemigo. Está jodiendo mi vida, yo debería partir hacia mi hogar.
—No te pienso escuchar nada, idiota. ¿Qué mierda te pasa en la cabeza? —vociferó histérica —. Es mi padre, y yo debería estar fuera de esta mierda de sitio. ¡Quiero volver a mi hogar! Quiero estar en mi tierras, saborear su olor y hundir mis dedos en el suelo donde perdí a mis seres queridos. Y llorar, llorar mucho por todo lo que me hicieron.
La expresión de Killian se endurece, sus soldados desaparecen y solo quedamos nosotros en frente de la enorme portón de la fortaleza.
—¿Te repudia vivir en mi hogar? —murmura inexpresivo.
—No, tu hogar es hermoso —las lágrimas pican en mis ojos.
Me suelta como si todo mi cuerpo quemara. Y entonces me siento fría, helada, anhelando un leve contacto de él nuevamente.
—¿Entonces?
—Simplemente extraño mi vida —le contestó haciendo una mueca —. Y de repente, cuando hay un poco de luz en mi oscuridad... Apresar a mi padre en tus mazmorras. ¡Que te pasa!
Me abalanzó contra el para lanzarle mis puños violentos contra su torso duro, está tan duro, tan fornido, que lo único que consigo es hacerme daño yo misma. Mis dedos crujen de dolor, pero logro aprisionarlo entre una parte de muro que sostiene el esqueleto de las grandes puertas del portón.
—Sé que es difícil, princesa. Pero no puedes dejarte engañar por viles mentiras, artimañas que usan los que te quieren hacer mal —me aguanta de las mejillas, observándome con ese brillo que aparece cuando solo me mira a mí —. No es tu padre, mi amor. No es tu padre. Él lamentablemente está muerto.
—¡No! ¡El está aquí! ¡Tú lo viste! ¡Vino por mi!
—Princesa, es un calumniador. Las brujas me ayudaron a ver la verdad —me explica, estoy arrancando un llanto incontrolable —De hecho, están esperando a que te sientas lista para hacer una sesión espiritista. Tus padres te quieren contactar desde el otro lado.
—¡Por favor, dime que mis papás no están muertos! —sollozo.
—Lo están, princesa. Lamentablemente lo están.
—No te creo. Estás obsesionado conmigo, no me vas a dejar ir porque piensas que soy tuya.
Una sonrisa perversa ilumina su rostro, los pájaros cantan alegremente en un árbol cercano. Parece mentira que yo esté llorando con fuerza en sus brazos otra vez, me abraza, me captura con sus brazos de guerrero mientras los sollozos me queman los pulmones.
Se acerca a mí oído, deposita varios besos en el lóbulo de mi oreja.
—Estoy obsesionado contigo, princesa. Pero por nada del mundo te haría mal. No podría dañarte, mi naturaleza me lo impide. Lo único que voy a hacer el resto de mi vida es protegerte, aunque estés lejos de mi. ¿O crees que te iba a dejar ir sin asegurarme de qué era seguro? Mi vida te pertenece, Stella. Toda mi vida estaré pendiente de tu seguridad. Y la de nuestro hijo —cuela la mano por mi tripa, y acaricia el diminuto bulto.
—Me siento muy mal, Killian —lloro en su pecho, y me dejo caer en su cuerpo porque me siento muy débil.
La decepción y la tristeza se instalan en mi venas, fluyen invadiéndolo todo de una sensación horrible. Una punzada en el vientre me dobla de molestia.
—Estaré contigo, te explicaré toda la situación en cuanto hable con este hijo de perra. Y encontraremos una solución para evitar futuros malentendidos como estos —me consuela, se ve adorable. Me acaricia la sien, moviendo mis hebras bebés y haciendo un leve masaje.
Otra vez ese dolor en el vientre, suelto un quejido porque es molesto. Demasiado. Me llevo las manos al vientre, acariciándomelo para aliviar algo el molestar.
—¿Qué sucede? ¿Qué notas? —pregunta preocupado.
Me ayuda a moverme hasta un banco en el extremo del camino de la entrada, hay muchos como estos construidos por el sendero de la entrada del palacio. Las flores de todo tipo de colores florecen alrededor, también hay arbustos de un verde potente y árboles con muchos animalitos saltando entre sus ramas.
Killian me acomoda en el banco de cuarzo blanco, se arrodilla entre mis piernas e inspecciona con una sonrisa traviesa el vientre que lleva un bebé dentro.
—Mm, a ver.
—¿Por qué se mueve? —logro decir, los sollozos que emito no me dejan hablar muy bien —. No debería moverse.
—Mi amor, se está expandiendo.
Los labios de él se estiran, me dan ganas de alcanzarlos y morderlos.
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Editado: 02.12.2024