Luxor: Ascenso

XXIII.

LESSANY

 

—Hoy es un buen día, pensé que no dejaría de nevar nunca.

Aunque afuera no deja de caer la nieve como una llovizna tierna y mágica, la tormenta ha pasado y se comienza a ver la vida volver a los patios y jardines del Baluarte, al menos desde la pequeña ventana abarrotada del balneario, de donde la Dama emerge rodeada por el hálito del vapor. Sus pies se detienen junto al guardarropa.

—¿Qué es esto? —La joven Mars la sigue desde el balneario, donde la anciana Keridia termina de apartar un par de pelusas del ajuar que descansa en un armazón de metal: El vestido en cuestión porta el negro de los Senerys, con fragmentos de cuero que destellan como brasas murientes cuando la anciana lo hace girar, las mangas largas con detalles en escarlata y el cuello alto que termina en un espacio triangular para su garganta; la falda larga con menos capas de las típicas en la región y un arrastre adecuado para no tocar el suelo.

—Un obsequio del Señor —explica con su voz ronca y deformada la abuela. Las dos más jóvenes no tardan en demostrar su emoción por el gesto “romántico”, siendo reprendidas con una mirada—. Quiere que lo use el día de hoy, si tiene el deseo de complacerle en esto.

—Está bien, lo complaceré —sonríe ella, sin darle segundos pensamientos a la opción de darle el gusto a Kandem de verle con las prendas que ha mandado a confeccionar para ella, es justo que ahora comience a alimentarlo con pequeños gestos de gratitud para que aprenda a comer de la palma de su mano. 

Las Damas de Senerys se aglomeran en el salón principal de recepción, mientras que Kandem, su asistente Reys y la influencia de Renner esperan por la Dama de Kasttell en un pasillo aledaño, manteniéndose a una distancia prudente del bullicio, las preguntas y la exaltación. Así lo distingue de espaldas desde la lejanía, sus pasos aún no escuchan pero ella puede escucharle a él maldecir.

—El nudo me aprieta demasiado —se queja Kandem—. No debí escucharte y usar ésta estupidez.

—Es una pañoleta, lo usan allá, le gustará, créeme —apremia el pelirrojo, haciendo lo posible por mantener las manos de su amigo y Señor lejos de su cuello—. ¡Deja de…! ¡Shh! ¡Ya, ya!

Sólo el gesto de sorpresa de Renner les advierte al Señor y a los bélicos que ella se acerca seguida de sus asistentes que cargan con el abrigo. Ella, deslizándose por las baldosas con la confianza de un rey y la elegancia de una reina, llega hasta ellos luciendo como una auténtica nativa de Senerys: Cabello recogido, maquillaje ligero de mejillas sonrojadas y ojos limpios, austeridad en las joyas y el colorido de sus labios; sencilla, natural.

El repiqueteo de los tacones de los botines femeninos se detiene frente a las botas del Señor de Senerys, aspira profundo y el dulce aroma de su fragancia femenina le desborda los pulmones; en ese momento Kandem puede sentir en sus rodillas vacilantes que escuchar los consejos de moda de Renner fue una estupidez.

Ella sin embargo, se limita a darle una inspección rápida pero precisa a su abrigo abrazando la sayuela y la sayuela cubriendo la camisa y la camisa apercollada por el nudo de la pañoleta, encima, la bufanda sin atar, cayendo hasta sobre sus rodillas, como el abrigo.

—Te ves bien —dice por fin, dando fin a la tortura y permitiéndole soltar el aire que retenía, pero como es de esperarse de ella, extiende sus manos y hace un pequeño ajuste al nudo, centrándolo un poco más—. Ahora te ves perfecto, como todo un Señor del Este.

—Y tú como una Dama del Sur.

—Gracias por el vestido —susurra ella, recogiendo la falda y ordenando que abran las puertas hacia la recepción—. ¿Vamos?

Kandem se coloca a su lado bajo la mirada orgullosa de Renner, como un padre regodeándose de haber acertado en los consejos a su hijo. Al verlos entrar en la recepción, las mujeres hacen una reverencia cortés y expresan la felicidad que sienten de que su Señor las acompañará.

—Es un honor para mí acompañarles éste día. Mi presencia es un compromiso con ustedes y con mi país, de que velaré más por el bienestar de nuestra gente y no solamente por la libertad de nuestro pueblo.

Ante su tono rígido y la excesiva formalidad que lo recubre, Lessany hace un grave esfuerzo por no revolear los ojos y en cambio buscar la forma de aligerar el ambiente dando la orden de que se traigan los vehículos para comenzar a abordar y partan de una vez, puesto que hay doscientos pequeños esperándoles; cuando devuelve su atención a Kandem, éste le mira con las cejas alzadas en incredulidad.

—¿Disculpa? ¿Tú das la orden de partir?

—Eso parece, la próxima vez no seas tan aburrido y te dejaré terminar tu discurso, “mi Señor”. Mi abrigo —solicita con un gesto de mano y una sonrisa triunfante hacia Kandem, Mars le desliza por los hombros la capa de piel que usó el primer día que arribó a Senerys.

—Creí que había muerto en el lodo —señala él, recibiendo al mismo tiempo su capa de piel obsequiada por la dama tras el día de caza. Ella le mira por sobre el hombro con poca superioridad, más con sorna.

—No me disculparé por ello si es lo que esperas.

—Esperaría muchas cosas de ti, pero no una disculpa. Después de ti. —Estirando su mano enguantada ya para que ella sea la primera en cruzar las puertas principales del baluarte y caminar por el balcón hasta las escaleras que llevan hacia su vehículo, allí, Naystess le abre la puerta a la Dama y le permite entrar, Kandem se queda unos segundos, intercambiando unas palabras con su Primer Hombre—. No quiero orgías en el baluarte mientras no estoy.

—¿Ni una pequeña? —inquiere el otro, abrazando a su hermano antes de despedirlo y perderlo en el interior del vehículo cuyas ventanas cristalinas se empañan con rapidez por el vaho que provoca el contraste de temperatura. Renner los ve partir aún orgulloso de su trabajo, esperando que para cuando vuelvan todo marche mejor.




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