Luxor: Ascenso

XLVIII.

KANDEM

 

—Tuvimos que retroceder, hay cinco metros de nieve y roca derrumbada en el paso hacia las faldas de la montaña —explica el viejo toro dentro de la campaña, las paredes de ésta se sacuden y crujen por la fuerza del viento que hace su mejor esfuerzo por arrancarla, los faroles circulares brindando iluminación también parpadean con cada sacudida. Sentados al nivel del suelo en pequeños banquillos acolchonados, los dos hombres comparten una infusión de hierbas aromáticas y panceta con cecina y queso—. La tormenta debe ser más fuerte de lo que podemos percibir.

—O lo hicieron ellos —responde él, obteniendo una mirada inquisitiva de su Consejero. Despliega el mapa holográfico sobre el tapete de lana, luego cambia la proyección hacia el mensaje recibido de los fiat lux cuando intentaba comunicarse con Mandess. Mant escucha cada palabra, sus grandes ojos castaños se enrojecen y las mejillas, debajo de la proliferativa barba castaña se tornan de un color rojizo, abandonando el trozo de pan con queso que consumía, sobre la bandeja que los separa a ambos líderes. Luego, Kandem le muestra las imágenes rápidas que pudieron tomar de Mandess, antes de emprender la marcha incansable hasta allí—. Por eso di órdenes de establecer un perímetro más amplio, si aún estamos en peligro tenemos que estar precavidos.

—¿Cuántos eran? 

—No más de cien, pero perdí a la mitad de mis hombres —se lamenta, volviendo al mapa de las montañas—. Lindel debió haber recibido mi mensaje, y al menos él tendrá una buena fuerza para servirnos de apoyo en caso de que haya una batalla contra Frances. 

—Será más de una semana hasta que podamos llegar a Anerys, mi Señor —explica, aunque él lo sabe ya—, tres más para llegar a Kasttell, si es que contamos con la misma suerte para penetrar por las tierras de los ríos sin que los Ashner nos detecten.

—Tengo que intentarlo —insiste él—. Mis hermanas están en peligro, y ya perdí a mi mejor amigo.

—Lo lamento —dice él viejo toro. Aceptando sus condolencias le coloca una mano en el hombro y le dedica una media sonrisa. 

—Siento que le fallé. Debí estar allí para él, protegiéndolo, protegiendo a su familia. 

—No es tu culpa, Kandem. 

—Eso intento decirme, pero no logro sacarme de la mente que le fallé a mis hermanos, a mis hermanas, ¿qué clase de Regente puedo ser si no puedo proteger a los que amo?

—Uno humano. 

Compartiendo la campaña de alto mando, los dos líderes se quedan dormidos en las pieles sobre las alfombras, a la luz del calentador eléctrico de forma circular, como una pequeña bracera entre ambos. Al alba, el movimiento en el exterior no deja de pasar desapercibido, sus capitanes movilizan a los hombres y levantan el campamento, volviendo a cargar los camiones, asegurar los suministros y organizar las defensas de las mismas en caso de un ataque. Todos saben que el hambre y el frío son los principales enemigos en esa montaña. 

Arrebujado en sus pieles, el cubrebocas protegiéndole hasta el borde de las ojeras grisáceas que cuelgan de sus grandes ojos castaños obscuros y la capucha evitando que la nieve le forme una costra de hielo en el cabello, Kandem sale a los primeros rayos de la mañana para llamar a su escolta y revisar las comunicaciones, pero los dispositivos de rango más largo no logran captar ninguna señal. «Renny, Arestys, Lindel, Lessany…» No sabe por quién preocuparse primero.

—¿Algo? —inquiere Mant, llegando a su lado, con la capucha baja se le acumulan copos de nieve en la castaña testa, aunque el resto de su melena está bien atada en una larga trenza que a su vez enrolló alrededor de su cuello.

—No, nada. Pero hay que movernos, mientras más pronto…

Se detiene, porque el sonido del viento ha estado haciendo a los árboles aullar toda la noche, ramas partirse y la campaña estremecerse como una hoja, pero ese sonido silbante y continuo no es provocado por el viento, parece más bien que lo transporta. Arriba solo se ve el blanco de la nieve y las nubes, a lo lejos, líneas de árboles inclinadas con motas blancas por las campañas que aún no se han levantado y manchas negras de los hombres en ellos, más allá, la larga cadena de montañas que se pierden en el horizonte.

—¿Qué es eso? —inquiere Mant, así mismo, Karlile y Lin, a sus lados, observan hacia el cielo. Kandem escucha con más atención, agudizando el oído y sus cejas se tensan.

—Mierda —farfulla Kandem, bajando el cubrebocas para gritar una orden general—. ¡Prepárense todos! ¡Ataque aéreo! ¡Ataque aéreo! ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya! 

—Atención, partidas del perímetro, objetivo en el aire, repito, objetivo en el aire —informa Lin en su dispositivo de comunicación, alertando a los que no pueden escuchar la orden directa de su Señor. Las botas van y vienen dejando huellas en la nieve, formándose en el estrecho camino de las montañas y rodeando los camiones para protegerlos. 

—¡Movilicen los camiones! ¡Al bosque, ya! —Continúa agitando sus brazos hacia los conductores.

—Son armas de corto alcance, mi Señor, no podremos defendernos —sugiere Mant, empuñando su arma de energía tanto como el resto de sus hombres.

—Tenemos que intentarlo —insiste Kandem, alzando su vista al cielo al mismo tiempo que todos sus hombres. En ese momento la montaña guarda silencio desde que el ejército puso un pie encima de ellas, cientos de hombres preparados para luchar o morir. El sonido de los motores se intensifica poco a poco, las ventiscas no se detienen y aún no se puede avistar nada entre las nubes, hasta que éstas se parten en dos y con la suavidad de un barco sobre el agua, la panza de la aeronave interrumpe la espera desde el sur y cruza sobre sus cabezas con velocidad—. ¡Disparen!

Los rayos de luz azules y blancos cruzan hacia el cielo, cientos de disparos que se pierden de vista y pasan de lejos la nave a lo largo de todo el camino que el ejército ocupa. La aeronave se vuelve a alejar entre las montañas pero Kandem sabe que no se han dado por vencidos, ni siquiera han comenzado a atacar, pero ya los localizaron. Ordena que se dividan por unidad y protejan cada punto cardinal, deben estar dando la vuelta. En efecto, pocos minutos después se vuelve a ver el partir de las nubes desde el norte y los rayos de luz cruzan sobre sus cabezas disparadas hacia el enemigo, que aún no abre fuego.




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