Luxor: Ascenso

I. LESSANY

A pesar de llevar más de cuatrocientos años enterrada, debajo de las capas de óxido, lodillo y tierra, la espada promete una rica inscripción gravada en su hoja, las joyas del mango, supone por los minerales acumulados alrededor, aún deben estar allí. Sujetando el extremo de la hoja con los dedos índices y anular la hace moverse de un lado al otro, buscando los rayos del sol para reflejar algún rastro de metal, al obtener uno apoya el mango sobre la caja de almacenamiento y con la uña del índice rasca la superficie, arrancando apenas unos trozos del material pero revelando debajo el destello plateado y blanco, fundidos como uno solo, apenas una escama pero es suficiente para saber que no es una espada ordinaria.

—Ero, lleva la carga con Canthor. Custodia tú mismo la espada —dice guardando el arma dentro de la caja de protección, al cerrarla dos cerrojos se ciernen en la línea de abertura y crujen al sellarla. Ella lleva sus dedos al espacio circular entre estos dos cerrojos y toma un pequeño pin que sobresale, lo hace girar y extrae la pieza circular, como un anillo. Lo entrega a su compañero—. Nada de lo que encontramos debe ser puesto en el mercado, si algo desaparece él pagará con diez años de trabajo en las minas, que le quede claro —sentencia con el tono de voz de quien está acostumbrado a dar órdenes, pese a su juventud—. Thetis y Roh, vayan con él, y los quiero ver mañana con la primera luz en Primo. Cuiden las reliquias.

—Así se hará, mi Señora —responde el primero, asintiendo y aceptando la llave para guardarla en un bolsillo interno de su chaqueta de cuero, sus manos cubiertas por mitones deshilados y las uñas delineadas por una línea de tierra. Al ver la cara de Ero, con las mejillas manchadas de tierra y la barba sucia, sabe que al menos regresar a casa les dará la oportunidad de tener una higiene decente—. No entrarás a la sede por el Camino de la Concordia, ¿o sí? —pregunta él, Lessany sonríe, su comisura se alza formando un pequeño agujero en su mejilla y sus ojos azules parecen tener el destello del hielo a la luz del sol.

—Claro que lo haré —asiente ella—. Liunius debe estar encantado de saber que regreso.

—La escolta te estará esperando —advierte Ero, ajustando las correas de carga a la caja de la espada, el cabello ondulado y claro como la miel también destella a la luz que penetra por las copas de los árboles, producto de la grasa acumulada en las semanas del viaje de regreso—. Van a encerrarte.

—No sería la primera vez que lo intentan. Anda ya.

—Eres increíble. 

Escuchando la risa del castaño se gira a los otros dos hermanos de armas, instándoles con un movimiento de cabeza a que terminen de mover las cajas con las reliquias y con dos dedos llama a un pelirrojo más que se había sentado sobre una roca cubierta de musgo a dar un par de tragos de su cantimplora. Con desinterés el pelirrojo se levanta de su férreo asiento, se sacude el polvo de los pantalones de material sintético y arrastra los pies hasta estar frente a ella.

—Adelántate y ve qué puedes averiguar de la boda —ordena—. No entraré en el baluarte si me han de esperar con las alianzas.

Tras un asentimiento y menos cortesía que los demás hermanos de viaje, Lenser Marlus presto a cumplir la orden toma las riendas de su animal que pastaba por el prado, dando un último vistazo sobre el hombro, esos ojos grises encuentran los suyos cargados con una mirada intensa, como si no quisiera separarse del grupo, o de ella, pero Lessany responde reprochando de la misma forma. Lenser espolea su bestia y desaparece por entre los arbustos y robles que los ocultan, a cien metros del Camino de la Concordia y la frontera principal de la sede. La naturaleza ha sido su mejor aliada a la hora de salir y entrar de la sede eludiendo las patrullas fronterizas y los trámites burocráticos, pero ahora que regresa a casa no será necesario ocultarse más.

Cuando las lacayas entrenadas y pagadas para espiar por ella llegaron con los rumores de que su matrimonio habría de anunciarse oficialmente en pocos días, Lessany partió sin previo aviso a unas de sus expediciones por la República, marcando distancia entre ella y su estirpe hasta que la idea del matrimonio se disolviera.  

Ahora, cuatro meses más tarde, los corceles de la comitiva expedicionaria van a paso lento por el boulevard que conduce a una de las entradas principales del Baluarte Central de la sede de Kasttell, su hogar. Ya no hay razones para cruzar la frontera de forma ilegal o evitar el rastreo de los vehículos, así que son el centro de las miradas en las avenidas.

Alejándose del grupo, el trío, Ero, Thetis y Roh, toman la Calle del Comercio para, posterior a ella, alejarse hacia el Centro de Instrucción Superior “Primo”. Canthor, el tutor que le ha enseñado sobre las lenguas de los Antiguos y la historia de los fiat lux, es el único que se entera de sus salidas, aunque nunca le brinda fechas exactas, siempre está a la espera con el equipo necesario para recibir, aislar y tratar los trofeos de esos viajes, él sabrá comprender tanto como ella la importancia de los objetos encontrados en las Ruinas del Norte, más allá del Corredor de Abetwa, la frontera terrestre entre el norte y el resto del continente.

Cada minuto pasado entre las olvidadas Ruinas es un respiro del mundo al que hoy debe regresar, hay más libertad entre monolitos, escombros, vegetación intrusiva y suelos tallados con runas casi imposibles de entender que entre sus hermanos, rodeados de lacayos para servirles y de comida abundante.

Los Kasttell son el linaje más puro en Tierra, los únicos que se jactan de no haber mezclado su sangre con los “impuros”, aquellos descendientes de fiat lux. Al ser la hija única del Señor Liunius de Kasttell, sus tres hermanos la han convertido en el objeto de un odio antinatural e inexplicable, todo lo que ha conocido de ellos tiene tatuado el dolor y miedo en ello. La idea de un matrimonio con Edöardo de Ashner no es mayor consuelo, sólo un extraño más que desea su nombre y el apoyo político que viene con él, cambiaría a Edöardo por esa carga sin dudarlo. 




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