Luxor: Ascenso

IV.

LENSER

 

Era un borracho, un vividor y un aventurero hasta que la conoció, o es mejor decir: hasta que se estrelló contra las duras paredes de su orgullo.

El sabor de la tierra se mezclaba con el de la sangre en su boca, intentó llevar una mano a sus labios para saber si sangraba del labio o de la mejilla rota, pero una tercera patada lo impidió, cruzándole el abdomen hasta robarle el aliento.

—Páganos lo que nos debes, basura —dijo la voz, gruesa y profunda. El callejón estaba obscuro.

—Me bebí tu dinero, Mass, o me lo gasté con tu hermana, es muy cara. No recuerdo —Se giró con dificultad, el cabello naranja una maraña pegajosa a sangre y cerveza se le adhería al rostro, la sonrisa roja se abrió—. ¡Ups!

Las tres sombras se cernieron sobre él para reanudar la golpiza, pero un rayo de luz dorado apareció al otro extremo del pasaje, era una melena dorada. Los tres brabucones huyeron al ver el león rojo en las cotas de los bélicos y Lenser dejó caer su cabeza sobre tierra, sonriendo aún hacia las estrellas mientras el cielo se achicaba sobre él, poco a poco, mientras cerraba sus ojos y se sumergía en la inconciencia.

Lo despertó el apetito y la sed, luego el dolor que le cruzaba cada centímetro de masa muscular. Sentía el amargo sabor de la bilis en su garganta y se preguntó si habría vomitado mientras dormía, seguramente. Abrió los ojos y sobre él estaban un par de faros azules guiándole hacia el nuevo día: un dorado halo los cubrían. Eran los ojos más bonitos que había visto jamás.

—¿Quién eres? —demandó la niña. Renner movió su cabeza hacia los lados sobre las mullidas almohadas, se descubrió desnudo bajo las sábanas, envuelto en vendajes y ungüentos en sus raspones, alrededor una elegante estancia y media docena de bélicos de cotas rojas como la sangre—. Soy Lessany, hija de Liunius de Kasttell, Señor de Este y de estas tierras por designio de la Soberanía, demando que me digas quién eres. 

Era una niña de doce años que no sabía ni levantar un palo para defenderse, no tenía senos ni una gran figura, pero aún con su resaca se dio cuenta que tenía un espíritu fiero y una de las miradas más intensas que había visto jamás, y aún no ha podido encontrar una mirada igual en nadie. 

—Lenser —murmuró con voz ronca.

—¿Lenser qué?

—Sólo Lenser.

Ella se apartó y él pudo incorporarse, las telas de las sábanas se corrieron hasta su cintura, debajo habían cicatrices de puñaladas, aruñones, cortes y quemaduras, un mapa muy bien diseñado. Le habían lavado, debía ser, porque olía a manzanas y canela, él nunca olía a manzanas y canela.

—¿Por qué te estaban atacando?

—Bueno —se rascó la cabeza, bostezando, el ojo izquierdo le punzó, lo tenía medio cerrado por el edema—, quizá, sólo quizá, me bebí los valores que debía a esos buenos hombres… mi Señora —añadió tras unos segundos al ver las miradas de los bélicos clavadas en él.

—¿Puedes pelear? ¿Sobrio?

—Eso creo —respondió, sus ojos fijos en las bonitas perlas de la diadema de la Damita, valdrían mucho.

—Pruébalo. 

Lenser sonrió, tenía la nariz cubierta por unas vendas también, su sonrisa era lastímera.

—Creo que no se podrá, mi Señora, no estoy en condiciones. —Señaló su cuerpo vapuleado, creía poder simplemente sacudirse el problema haciendo comentarios de ese tipo, la “Leona Dorada” no parecía demasiado intimidante, era solo una niña pequeña con un apellido. 

—Pruébalo —repitió ella, bajando de la cama ancha y poniéndose de pie a su lado, se llevó las manos a la cabeza y se removió a bonita diadema—. Pruébalo y es tuya.

—Mi Dama… —intentó intervenir uno de sus escoltas.

—Cierra la boca —bramó ella. Volvió la atención al pelirrojo y extendió su mano—. Es tuya —Lenser de inmediato intentó tomarla pero ella fue más rápida y la apartó, cuando alzó la vista hacia la niña ella formaba una sonrisa con sus labios de manzana—, si pruebas tu valor.

Lo tenía en sus manos y lo sabía, desde el momento en que lo rescató en el callejón era ella quien tenía un plan para él, un propósito. Aún aparenta esos sus veinte cinco años de juventud en que la conoció aunque con varias arrugas surcándole las líneas de expresión, y ella continúa libre, pese a los muchos pretendientes que han intentado ganarse su mano.

Una extraña sucesión de eventos trágicos han conservado a la Dama de Kasttell soltera durante más tiempo del que debe estarlo una joven de su nivel. El primer pretendiente, a sus catorce años recién cumplidos, falleció espantosamente en un accidente mientras realizaba una expedición de caza deportiva por los terrenos de su padre; el caballo pareció enloquecer de repente, llevándolo a caer por un acantilado de la provincia ganadera. Recuerda cuando recibieron la noticia al medio de una cena en familia, la indiferencia con que ella dijo: «Me querían casar con un idiota que no sabe montar un caballo».

El segundo pretendiente, a los dieciséis años de edad, se perdió mientras iba de camino a buscar lo que ella había pedido como obsequio de compromiso: Una gargantilla hecha por los famosos obreros de la ciudad de Al’Cidla en el norte. Hasta donde sabe, aún se realizan expediciones en busca del joven y se celebra un día en específico en su honor, en su sede natal. Lessany era ya una mujercita con un cuerpo desarrollado e ideas más desarrolladas aún, había comenzado la educación superior saltándose todos los protocolos y estudiaba la historia de los Antiguos y los fiat lux con avidez, tenía poco interés o ninguno en el matrimonio, comenzaba a extender sus lazos y establecer las conexiones que le permitieron crear su mercado de reliquias y trofeos de contrabando, debajo de las narices de su padre.

Lenser estuvo allí siempre, y la vio crecer, la vio sufrir y pronto dejó de ser un sirviente y protector para dar paso a los sentimientos, no sabe cuándo fue que comenzó pero un día se encontró pensando en ella mientras estaba con una mujer, y comenzó a verla cada vez que cerraba los ojos y a olerla en el perfume que desprendían las habitaciones del baluarte y todo todo le recordaba a esa chiquilla de dieciséis años. 




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