Luxor: Ascenso

VI.

RENNY

 

Cobrizo tiene los cabellos, cuando los cepilla brillan como el mineral fundido y sus ojos como pepitas de oro en bruto, todo el mundo le decía que era el retrato vivo de su madre pero doblado en belleza y elegancia. «Siempre bonita, siempre elegante, siempre una buena chica». Renny de Senerys fue una niña soñadora, vagando entre los invernaderos y jardines internos del baluarte, ahora clausurados, y añorando días de verano durante los inviernos, quería ser la señora de un buen hombre, quería tener sus bebés y atender sus responsabilidades como esposa, lo llevaba implícito desde antes de nacer, ¿quién mejor que el hijo mayor de sus aliados para ello?

Allí estaba él, hermoso como lo soñó, galante y con un porte señorial, Frances de Anerys, él también había nacido para aquello. Lo quiso desde que eran niños, lo amaba sin saber que lo amaba y en sus fantasías era el hombre que veía sin saber que era él. Cumplió con sus deberes de esposa, le dio dos hermosos hijos y fue para él bonita, elegante y una buena chica; y aun así, nunca fue suficiente para él.

—Mi hermosa y tonta esposa, pobrecita, debería haberte dejado dentro del baluarte con los niños y no exponerte al ridículo frente a toda la ciudad. Anerys no es como Senerys, aquí hay cultura y vida social, no como ustedes recluidos en sus baluartes. Tus padres debieron dejarte salir más, para que te espabilaras. 

Al inicio los insultos parecían una cosa increíble, como pensamientos dichos por otra voz fuera de su cabeza, los olvidaba y seguía sonriendo. Pero con el paso del tiempo el maltrato verbal fue haciendo mella dentro de sus sesos y comenzó a preguntarse: «¿por qué soy tan tonta?»

Sus niños, mira a los niños y piensa que por ellos lo hará, por ellos será una buena esposa, «siempre bonita, siempre elegante, siempre una buena esposa». Ánual tiene ocho años apenas, falta mucho para que pueda ser un joven señor y ser digno de un lugar en el Consejo de su padre o de su tío Kandem en Senerys. Se pregunta, viéndolo hacer sus deberes en una pantalla holográfica ubicando las distintas sedes y ciudades en un mapa de República, se pregunta si algo quedará de ella para cuando eso ocurra, si su señor esposo no acabará con su espíritu antes, volviéndola completamente loca. Ya es suficientemente difícil ocultarles a todos las visiones, las sombras y los rostros que la siguen y le recriminan lo mala mujer que es, lo mala esposa, lo mala madre; otros la apremian y le dan valor, le dicen que sí, que es una muchacha hermosa y valiente, que por sus hijos hará todo. Sus hijos… Sólo ellos ahogan las voces, sólo ellos la hacen sentir bien.

Por ellos vaga en el estudio vacío de su esposo, el Señor de la ciudad de Anerys, el aliado más fuerte de su hermano en Senerys, líder de la Rebelión, ésta vez está segura de que no lo ha imaginado, de que lo escuchó mencionar una alianza más poderosa que la de Kasttell que le daría “el lugar que merece”. Siempre se ha sabido que Anerys es orgulloso y que la muerte de su hermano fue una molestia menos de qué preocuparse, eso también se lo escuchó decir a través de la puerta cuando charlaba con sus invitados y creía que nadie le prestaba atención fuera de esas paredes. 

Esculca con manos hábiles y delicadas cada cajón del escritorio de madera de arce, entre los folios no encuentra nada, debe guardar los mensajes importantes, él siempre guarda las cosas, pero allí todo está bajo llave, no tiene sentido esa búsqueda, no tiene sentido querer encontrar pruebas de algo que quizá no existe, quizá fueron las voces. 

—Soy una tonta —se dice, jadeando más por el inminente ataque de preocupación y sus manos empañadas en sudor frío. Lista para rendirse se hala los faldones y se encamina fuera de la estancia con paso rápido, pero una arruga en la alfombra se entromete en su camino y la hace caer de rodillas, quemándose la palma de las manos al entrometerlas para evitar el golpe, allí sus ojos de miel lo pueden enfocar: un pequeño cuadro de plástico azulado con el sello de la Soberanía Fiat Lux, proviene de la Sede Capital, no puede ser de ningún otro sitio. Con temor a que se desvanezca lo sujeta y lo hala fuera de debajo del escritorio, leyendo el contenido sin poder creer aún. 

—¡No estoy loca! —susurra para sí, las lágrimas de emoción agolpando sus ojos. Abraza el papel contra su pecho para que nadie se lo arrebate aunque está sola y lo esconde entre los pliegues de su escote, arreglando la alfombra se incorpora y de entre los pliegues internos de su vestido saca un pequeño soldado de madera con la cota pintada de azul marino y pequeños destellos negros. 

Al salir del estudio de su señor esposo la espera el escolta que la acompaña a todos lados dentro del baluarte. Veloren nunca se pone el casco, siempre lo lleva bajo el brazo izquierdo, junto al mandoble de la espada, tiene el cuerpo robusto pero musculoso y sobre los hombros anchos tiene una cabeza redonda de mejillas ocultas por una tupida barba, son sus ojos grises como las cenizas de una hoguera lo que ha hecho que lo eligiera como su escolta personal, los ojos de Veloren siempre han tenido miradas amables y gentiles para con ella, de la mano de palabras respetuosas y ceremoniosas. Desde que llegó a Anerys como una Dama recién casada la hizo sentir segura, hasta que se quedaba a solas con su esposo… 

—¡Oh!, estos niños, ¡dejan los juguetes donde sea! Si Frances hubiese tropezado con él se hubiese enfadado mucho, Ánual no escaparía de un par de tundas —sonríe, jugueteando con el soldado entre sus dedos finos, por la frente le corre una pequeña película de sudor al pensar que el bélico podría sospechar algo, pero cuando emprenden la marcha él no da señales de ello.

La sala común de la familia está cálida gracias al fuego que Issa mantiene siempre bien vivo, sus dos niños alzan un castillo con bloques de madera blanca tan grandes como una caja de zapatos, así que están ocultos tras unas murallas altas soltando risitas infantiles, esas risas que le hacen suspirar y pensar que, a pesar de todo, estarán bien.




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