Luxor: Ascenso

XII.

ARESTYS

 

—No confío en ellos, en ninguno, no confío en lo que hacen, no confío en sus medidas ni en ésta paz.

Sus dientes rechinan, Lyan seguro puede escucharlo a su espalda, también sus consejeros: el anciano antiguo Directivo del Centro de Investigaciones de Senerys, Irrias de Sauli, un hombre robusto y fuerte con amplio conocimiento en las técnicas de cultivo y ganadería practicadas en República, era elemental tenerlo entre los hombres que le ayudarían a mantener Kasttell; y el fuerte Asby de Mandess, con amplia experiencia como exconsejero de Rebery, su padre, desplazado según la nominación de Kencen pero tomado bajo su mando como consideración y muestra de agradecimiento y respeto a su servicio, ahora es un hombre valioso. Su Segundo Hombre, o Mujer, Asian An-Manys, les acompaña en la habitación de forma holográfica, con el reporte desde la frontera, como su Oficial del Frente Fronterizo; la mulata y los dos mil quinientos hombres de arena son la evidencia de la alianza que existió entre el sur y el norte.

—Hay algo de paz, mi Señora —acota Irrias—, las granjas vuelven a producir y las fábricas se mantienen en un ritmo constante, en el mar, Millü ha sido puesto al mando de los navíos y la costa está resguardada por hombres del este. Esto es lo que queríamos y el Señor de Senerys se muestra complacido.

Los ojos de Arestys los enfoca en aquella mesa que en otro tiempo Liunius de Kasttell usaría para manejar sus audiencias privadas: una mesa cuadrada y firme, plateada y pulida para reflejar las superficies, más allá, un metro abajo y separado por escalones y pequeños pasamanos de mármol, sus hombres en línea brindando sus reportes, excepto Asian, la morena se encuentra proyectada a contra luz del ventanal a la derecha. «Así Liunius se sentía poderoso».

—¿Cuánto tiempo durará? —insiste ella, mirando las imágenes transmitidas hacia su tableta de cristal, con vagones surtiendo a sus tropas y las calles patrulladas por rojo y negro por igual, como leones sumisos a los perros—. Algo están tramando, Liunius debió haber dado órdenes a sus hijos, quieren que bajemos la guardia, sólo así podrían hacer uso de su conocimiento de la sede para atacar.

—Estás exagerando, Arestys —dice su amigo, mirándola con calma—. Los Kasttell saben que su mejor opción es cooperar; si nosotros caemos, ellos lo harán también.

—Los gatos siempre caen de pie —refuta—. Quiero que los vigilen más, quiero un bélico escoltándoles dentro de sus estancias y durante cada reunión con Directivos, o subdirectivos o cualquier asistente de establo, ¿entendido? Si planean tendernos una trampa quiero saberlo antes. 

 —Como digas, mi Señora —asiente Lyan, retirándose pronto para cumplir con las nuevas órdenes aunque no muy de acuerdo con ello según el gesto de su boca.

—Mi Señora, ¿el  norte, mi gente…?

—¿Cuándo estarán con nosotros? —completa ella, tomando los guantes que se había quitado y poniéndose en pie—. Mandamos la avanzada con doscientos hombres y una cantidad de suministros y medicamentos por cualquier situación poco agradable que podrían encontrar —todos recuerdan la hambruna que obligo a Al’Cidla a mendigar por República—, y trescientos bélicos para resguardar el camino. Pronto podremos comunicarnos, pronto podrás tener noticias de casa, mi hermana.

Los ojos de la morena se cuajan con lágrimas de emoción pero las contrae de inmediato, asintiendo y pidiendo autorización para retirarse y volver al deber. La frontera no debe descuidarse, un ataque sorpresa de Ashner puede ser fatal en esos momentos.

 

KANDEM

 

La joven Mars ajusta los broches de la capa nívea a los hombros de la sayuela con más pericia, sus dedos se acostumbraron a las ropas excéntricas y pesadas de la Dama que le dan un cascabeleo particular al caminar, sonido que la hace visible desde antes que entre en alguna recámara. Tal es el caso cuando se dirige por las escaleras hasta la planta baja y en el trayecto se encuentra con Kandem que pasa por su lado lanzándole una mirada melancólica y un amago de regresarse y hablarle, mas ella yergue la postura y alza la barbilla siguiendo de lejos hasta que el cascabeleo desaparece por los pasillos.

Kandem arriba a su biblioteca privada y salón privado de conferencias de guerra donde se reúne con sus hombres, se apoya en el marco del gran ventanal y observa hacia los establos donde la diminuta figura de Lessany envuelta en su cota blanca se funde con la nieve, ella se apresura a correr hasta encontrarse con su yegua: Medialuna, y posterior a montarla y cabalgar por el sendero marcado por los faroles sembrados en el suelo, hacia los jardines del oeste del baluarte, donde le ha permitido salir cabalgar, hasta los límites del pequeño Bosque de las Luces dentro de las tierras del baluarte.

Regresando al trabajo, intenta concentrarse en sus deberes, en las muchas notificaciones y temas por tratar, estrategias para mantener el control en Kasttell… Pero ella vuelve a su mente como un torbellino de emociones, negativas en su mayoría, inquieto renuncia a seguir intentando encontrar la concentración y pide que preparen un vehículo o un caballo, lo que esté disponible.

El anciano de blanca y abundante cabellera, rasgos delicados pero endurecidos por las décadas, con voz queda y lenta le saluda al verlo entrar por una de las entradas principales del invernadero que rodea el Templete. Deja la tijera con la que atendía una de las plantas en sus jardines interiores, se limpia en el delantal y se quita el mismo, entregándoselo a uno de sus pupilos. Con dos grandes besos en sus mejillas y un abrazo lo saluda, le desea la paz y lo invita a pasar hacia el interior, cruzando uno de los túneles de entrada hacia la Cúpula.

—Siempre es un gusto verte, muchacho —dice, con una mano en su hombro—, en especial en los servicios. Quisiera verte no solo cuando necesitas algo.




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